Feliz Día de la Adopción: el acto que cambia una vida para siempre
La adopción es un gran proceso de responsabilidad a conciencia y con mucho amor para que un hijo pueda ser reconocido.
Cuando pensamos en adopción muchas veces pensamos en quienes no pueden por un motivo u otro tener hijos y empatizamos con ellos, por supuesto que sí, y seguramente más de uno si los tratamientos han sido infructuosos desembocan pensando en adoptar para poder satisfacer un deseo muy profundo, legítimo y genuino, el deseo de ser padres.
Pero ¿qué es adoptar? Quizás suene escandaloso decir que por más doloroso que sea los adultos no tenemos el derecho a ser padres, no; el derecho es el de los niños a tener familia.
Es así, la adopción parte de esta realidad fundamental: no somos los padres quienes tenemos derecho a tener hijos sino que el derecho es el de los niños a tener familia. Y de este derecho surge que la adopción sea un mecanismo restituyente. La adopción busca devolverle a un niño, cuando se ha comprobado que no ha podido ser cuidado por su familia de origen, el derecho a vivir y desarrollarse en familia.
En la Argentina hoy hay más de dos mil niños en estado de adoptabilidad esperando calladamente ser elegidos por un otro que le devuelva la imagen de hijo y lo ayude a construir saludablemente su propia historia. La adopción busca dar respuesta a este deseo, a ese derecho fundamental, porque para ser feliz todo niño o niña necesita saberse deseado. La perspectiva tiene que anclarse siempre en el niño que habiendo perdido las protecciones parentales necesita de otro que además de brindarle los cuidados necesarios para su desarrollo lo haga elegido y amado incondicionalmente.
Esta mirada hace que nos acerquemos a la adopción totalmente desde otro lado, esta mirada hace que el adulto discierna sus motivaciones y pueda sostener sus decisiones con otra consistencia. En primer lugar, está el deseo de ser familia para otro y ese deseo es el que me va convirtiendo en madre o padre; solo desde ese deseo voy saciando mi deseo de parentalidad.
Este deseo de querer ser familia para otro es fundamental porque en la adopción la vida de nuestros hijos no empieza cuando éste llega a casa. La adopción implica que varias historias tienen que encontrarse y ensamblar para ir formando un nosotros con estilo propio. Y la formación de este nosotros es un proceso largo y lento; tan difícil como feliz, especialmente en la adopción de niños grandes.
Un día, un niño llega a casa desde lo totalmente ajeno cargado con una mochila de dolor y pérdidas, con mucho miedo, muchas veces con experiencias reiteradas de hambre, violencia, abusos y abandonos. Con una necesidad enorme de ser amado, de ser elegido, pero con la fantasía de que otra vez lo van a abandonar. Así llega, con la identidad desdibujada y los ojos tristes para empezar a habitar un espacio que les es desconocido, con olores nuevos, con una cultura nueva, con hábitos y costumbres desconocidas.
Frente a él muchas veces estamos nosotros, los adultos que hemos decidido empezar esta aventura de amor, también con nuestros miedos y dudas, con nuestras inseguridades y fantasías pero con la certeza de que en esta relación el desafío está en manos del adulto.
Probablemente la primera etapa tenga que ver con anidar, alojar, tanto física como afectivamente. Empezar a hacer espacio para que todos puedan empezar a construir una nueva familia que a partir de ese día se abre a la construcción de una nueva cultura común. Si, especialmente en la adopción de niños grandes, los adultos tenemos que estar dispuestos a construir una nueva cultura en común.
La adopción es un proceso de gran exigencia psíquica, afectiva y vincular que desafía a los padres a capacitarse para el amor para que el hijo pueda ser reconocido en su subjetividad y deprivaciones sufridas ya que sólo en la comprensión y en la posibilidad de empatizar con lo sufrido psíquicamente es que se puede forjar un vínculo filial en el que la pertenencia prime por sobre el vínculo de sangre.
El adulto es el responsable de construir ese vínculo asimétrico de cuidado y protección que vaya mitigando la angustia de posibilidad de pérdida del hijo y así empezar a reconstruir la confianza básica; un vínculo que vaya devolviéndole a nuestro hijo una imagen de sí mismo equilibrada y adecuada, que funcione de sostén para resignificar lo sufrido.
Por parte de los padres, empatía, flexibilidad, disponibilidad incondicional aún en las dificultades más grandes es lo único que va haciendo que nuestros hijos vayan sanando, confiando y animándose a entregarse. Después de mucho tiempo y a fuerza de sostener contra viento y marea, a pesar de las dudas e inseguridades es que llega la certeza en el corazón de nuestros hijos de que “acá es donde pertenezco” porque ya no me van a soltar.
Entonces, los corazones de todos en la familia se van cargando de gratitud y se que ve en la mirada de todos se incluye toda la historia de cada uno.
Feliz dia de la adopcion.
* Cristina Ma. Goldaracena. Madre Adoptiva. Counselor en adopción y acompañamiento familiar
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