Torre de Babel

Del spanglish al itañol: qué idioma hablar cuando nadie habla la misma lengua

Más de la mitad de los peregrinos que llegan a Santiago de Compostela son españoles. Del resto, hay un porcentaje importante de hispanoparlantes, pero son decenas de miles los que caminan sin saber ni una palabra en español.

Florencia Rodríguez Petersen
Florencia Rodríguez Petersen domingo, 17 de septiembre de 2023 · 07:00 hs
Del spanglish al itañol: qué idioma hablar cuando nadie habla la misma lengua
Cada día llegan al albergue peregrinos de distintos países. Muchas veces no hablan el mismo idioma y, aun así, las conversaciones se vuelven atractivas por el profundo deseo de compartir la vida

"En el camino cabemos todos", decía hace un tiempo un africano que, siendo musulmán, decidió hacer una de las peregrinaciones católicas más populares. Con cientos de kilómetros andados, ya conocía cuando llegó a Foncebadón (unos kilómetros después de Astorga) que si algo abunda en el Camino de Santiago es la diversidad. Hay infinitos paisajes, climas, costumbres y, también, lenguas por doquier.

Cada quien camina con su mochila y lleva a cuestas su historia. Cada quien llega al punto de partida -sin importar cuál elija- con sus motivaciones y sus tradiciones. Cada quien habla su idioma y tiene su propio acento. Y eso es algo sorprendente. Aunque más de la mitad de los peregrinos que llegan a Santiago -a pie, en bicicleta, a caballo o incluso en patineta- sean españoles (y otro tanto proviene de países de habla hispana), son muchos -decenas de miles y aún más- los que no saben decir más que "Por favor", "Gracias" y "Buen Camino" -tres expresiones claves en este recorrido- en español. 

Dos palabras en latin funcionan como "contraseña" entre los peregrinos: ultreia y suseia. Eran usadas en la edad media y podrían traducirse como "más adelante y más alto"

El Camino de Santiago -título que, en realidad, agrupa muchos recorridos con destino en Santiago de Compostela- es una suerte de torre de Babel, aunque en el sentido inverso ya que todo tiende a la comunicación. En las dos semanas que estuve en Domus Dei -el albergue parroquial- hablé con personas de todo el mundo. Usé principalmente mi lengua -el español-argentino-, pero también tuve buenas charlas en inglés -agradecí, una vez más, las clases que odiaba cuando era chica-, en francés -porque algo sé de esa lengua que amo- y en un montón de idiomas inventados por la necesidad (y, más aun, el deseo) de comunicarnos.

Acá viven sólo 18 personas y aun así el pueblo es bien conocido entre los peregrinos. Qué sea tan pequeño y acogedor lo hace especial, pero también es atractivo por ser la última población antes de la Cruz de Hierro, uno de los puntos más altos en el camino francés que une Pirineos con Santiago de Compostela, a dónde los peregrinos suelen dejar una piedra representando aquello que les pesa: para algunos, historias que son una carga; para otros, un deseo muy profundo; para unos más, nombres de personas -que están o ya no-. También hay gratitud en esa montaña de piedras que se alza alrededor de la cruz. 

Todo invita a la reflexión y también a compartir. Las conversaciones triviales -de dónde sos, cómo vienen tus pies, cuánto pesa tu mochila- dan paso a otras: por qué caminás, qué significa tu piedra (si es que la traés), qué te espera a la vuelta. Todavía faltan más de 230 kilómetros hasta llegar a la Catedral de Santiago de Compostela (y unos 100 extras para quienes tengan la intención de seguir a Finisterra).

El primer mojón que encuentran los peregrinos al pasar Foncebadón indica que aun quedan unas cuantas jornadas hasta llegar a Santiago. 

La mayoría de los peregrinos lleva días andando. Salieron de Pirineos, Burgos o León -entre otros tantos puntos de partida- y sienten la necesidad (deseo) de compartir sus aprendizajes: "En la meseta descubrí por qué es importante ir ligero", "Subir cuesta, pero bajar a veces requiere más esfuerzo"; "Aprendí a estar conforme con las decisiones que tomo"; "Me importa tener tiempo de silencio"; "Supe decir que no y lo disfruté" y así... 

Hasta ahí nada complejo, salvo por el (no tan) pequeño detalle de que esas charlas suelen ocurrir entre personas que hablan distintos idiomas. Algunos hablan una segunda lengua, otros -quizá la mayoría- no. Y ahí es donde el camino se convierte en una suerte de Pentecostés, donde todos se entienden (nos entendemos) a pesar de tener no sólo diferentes lenguas sino también tradiciones, miradas y costumbres de lo más variadas.  

Un sacerdote venezolano que estaba de paso celebró misa en la capilla del albergue

Tal vez tiene que ver con la esencia del peregrinar -expresión que alude al "viajante que camina lejos"-. Aunque son muchos -muchísimos, tal vez sea una mayoría- quienes aseguran no saber por qué caminan, se justifican diciendo que estas son "unas vacaciones económicas" o aseguran que lo toman como una prueba deportiva, la mirada de todos (casi, puede haber excepciones) va cambiando a lo largo del trayecto. Nadie llega a Santiago como salió de su casa: en el corazón de cada peregrino hay un camino recorrido y en la credencial un montón de sellos que acreditan el paso por distintos lugares y son testigos de anécdotas que serán recuerdo y aprendizaje. 

La misma caminata -paso a paso, siempre hacia adelante- atraviesa a las personas por completo y propende el encuentro -con la naturaleza, consigo mismos, con los demás, con los propios anhelos, con muchas historias-. Ahí se superan las barreras lingüísticas. Brillan el itañol -favorito de los italianos y simpático para los locales-, el portuñol -la lengua que une a argentinos y brasileros, entre otros- y el espacés -cuando los franceses intentan sumar palabras hispanas-. Más popular aun que estas cruzas idiomáticas, es el spanglish -mezcla de español e inglés-. 

El deseo de compartir supera cualquier barrera idiomática y el camino, que podría ser Babel, es una suerte de Pentecostés, donde la vida fluye y el corazón se enciende

Las barreras son más altas al cruzar la frontera de las lenguas romances. Pero no importa. Y es ahí donde el fenómeno se vuelve especialmente sorprendente. Alemanes, polacos, ucranianos, japoneses, coreanos y taiwaneses, entre otros, recorren el camino compartiendo (sus) historias en alguna lengua. Es increíble como el anhelo de compartir se ubica por encima del miedo a no saber cómo hacerlo. "El miedo oprime el corazón e impide salir al encuentro de los demás, al encuentro de la vida", dijo alguna vez Benedicto XVI. Y es cierto al menos en el camino, donde las ganas de contar, la necesidad de comprender y el deseo de compartir, permiten que ocurra el milagro del encuentro entre personas con lenguas de lo más diversas. 

No importa la nacionalidad, los motivos o el idioma. La comunicación es posible (debo admitir que Google Translator a veces ayuda). Los peregrinos comparten no sólo la meta -llegar a Santiago o seguir Finisterra- sino la rutina, todo lo que implica ponerse en camino cada día. No hace falta hablar de los primeros pasos de la mañana, las pausas tras haber andado unos kilómetros, la alegría por una sombra en medio del sol radiante o por un refugio cuando la tormenta cierra el horizonte o la felicidad de que haya lugar en el albergue. Todos eso se va convirtiendo en un lenguaje compartido. Nuevamente, Pentecostés. Lo compartido adquiere relevancia sobre la diversidad pero sin ahogar las diferencias, al contrario, facilitando que estas se expresen con su originalidad y abran camino.

De Babel a Pentecostés, una peregrinación que supera fronteras y grietas

"¿Qué pasa después de llegar a Santiago?", dice alguien. Y la primera respuesta -con acento leonés- es: "Pues, sigues hasta Finisterra". Pero en realidad, la pregunta tiene que ver con qué ocurre cuando, después de haber peregrinado durante días -tal vez meses- cada uno regresa a su hogar. 

Peregrinar es caminar con sentido, ir hacia algún lugar aun ante la incertidumbre -que a veces es metafórica y otras tiene que ver con la neblina que no deja ver más allá-. En cambio, en el ajetreo cotidiano, muchas veces las personas corren/corremos sin sentido, sin saber hacia donde van/vamos. Las rutinas son distintas: obligaciones, trabajo, estudio, ocio. Todo parece estar más compartimentado. Y "en la vida real" se vuelven a evidenciarse las fronteras, muros -reales o imaginarios-, grietas de todo tipo, confusiones y divisiones más fuertes que aquellas de Babel. 

Cada peregrino camina con una historia, un puñado de sueños y la ilusión de llegar a Santiago 

Si "las lenguas son las más altas creaciones del ser humano y cada una de ellas es un testimonio único. Son instrumentos de comunicación y además reflejan una percepción del mundo", como expresan Pilar Taboada-de-Zúñiga Romero y "son el vehículo de sistemas de valores y expresiones culturales y constituyen un factor determinante en la identidad de grupos e individuos", entonces buscar el encuentro y la comprensión de éstas adquiere un valor especial.

Cada vez son más los que eligen caminar como idioma universal

Más allá de las anécdotas del camino, la búsqueda de idiomas compartidos puede tener impacto en la construcción de una sociedad con menos muros y grietas, con fronteras que se puedan atravesar y límites que no coarten la libertad. Tal vez sea esa la razón por la que las grande peregrinaciones del mundo -los caminos de Santiago, entre ellas- atraen cada vez a más personas: la necesidad -consciente o no- de transformar la vida.

Según Nancy Frey, "cuando los peregrinos comienzan a caminar suelen empezar a suceder varias cosas en sus percepciones del mundo que continúan a lo largo del viaje: desarrollan un sentido cambiante del tiempo, una intensificación de los sentidos y una nueva conciencia de sus cuerpos y del paisaje". Esto queda grabado en el ser aun después de haber terminado la peregrinación

La sonrisa es parte del idioma universal que usan peregrinos y hospitaleros a lo largo de todo el camino

Para explicarlo, Benedicto XVI solía hablar de "la sabiduría del viajero". Explicaba él que "el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años". Entonces, Benedicto se preguntaba: "¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?". 

No es una impresión de quienes caminan eso de que cada vez hay más peregrinos. Según datos de la oficina del Peregrino de Santiago de Compostela, el número de personas que caminan 100 o más kilómetros o recorren 200 o más kilómetros en bicicleta o a caballo con la meta de llegar a la catedral y abrazar al apóstol Santiago se multiplicó por 7 en los últimos 20 años. Decenas de miles -movidos por la fe y la esperanza- decidieron caminar hasta la tumba del apóstol aun durante el tiempo de pandemia. Este año, con la catedral ya restaurada (reabrió en 2018 y sin restricciones sanitarias) se espera que llegue a Santiago cerca de medio millón de peregrinos, alrededor de un 40% más que los que hicieron su camino en 2019.  

Peregrinos de Hungría, Colombia e Italia pintando con acuarelas, una tarde cualquiera en el albergue de Foncebadón 

Quizá el momento actual reclame más "peregrinos de la vida diaria", personas que quieran ir -paso a paso, siempre hacia adelante- por este camino en el que "cabemos todos". Los peregrinos del siglo XXI, capaces de andar con la mirada puesta más allá de la necesidad urgente, con el oído atento para escuchar al otro y la disponibilidad para ir un poco más lento o acelerar el paso. Personas siempre listas para agregar un sitio en la mesa y (com)partir el pan (y una copa de vino). Quizá, después de llegar a Santiago, el desafío sea seguir construyendo una lengua común, donde el deseo de compartir esté sobre las diferencias.

Todavía es de noche y el desayuno está servido. Los peregrinos se levantan, toman su café y unas tostadas antes de comenzar a recorrer una nueva etapa. Amanece y ellos verán salir el sol desde la Cruz de Hierro. Es hora de limpiar el albergue, preparar el corazón para nuevos encuentros. Sólo Dios sabe qué lenguas escucharé esta tarde. Y qué nuevos dialectos inventaremos para poder entendernos, contarnos quiénes somos y hablar de historias, miedos y sueños.

La Cruz de Fierro, en el Bierzo, es un hito en el camino. Los peregrinos dejan allí aquello que les pesa y también muchos nombres y anhelos

 

La Cruz de Fierro, en el Bierzo, es un hito en el camino. Los peregrinos dejan allí aquello que les pesa y también muchos nombres y anhelos
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