Presenta:

Murió un imprescindible: adiós al gran poeta y escritor Raúl Silanes

Hoy, hace horas, murió uno de los mejores escritores de la historia mendocina. Dejó una obra profusa y extraordinaria: poemas, cuentos, novelas, artículos periodísticos. Silanes, para quienes lo conocieron y leyeron, ha sido uno de los puños más notables de nuestra cultura.
Raúl Silanes Raúl Silanes, poeta, escritor, periodista, amigo. Foto: Martín Campos.
Raúl Silanes Raúl Silanes, poeta, escritor, periodista, amigo. Foto: Martín Campos.

Hace unas horas, mientras caminaba por la calle, mientras se recuperaba de una operación, mientras atravesaba una larga enfermedad, mientras el aire ya olía a una nueva primavera, mientras ejercemos el olvido con una eficacia notable, perdimos a uno de los mejores escritores y poetas que jamás haya tenido Mendoza, aunque Mendoza tal vez no se dio cuenta: Raúl Silanes.

Dejó una obra publicada sin igual. Dejó también una obra impar sin publicar aún. Fue muchísimo, muchísimo más reconocido en Europa que en Mendoza. Ganó y fue finalista de algunos de los mejores concursos literarios del mundo. Escribió con una fineza envidiable, con una belleza contagiosa, con un sentido del absurdo acorde a la exquisitez de sus pensamientos.

Raúl Silanes nació en 1958 y sus últimos diez años estuvieron atravesados por el cáncer, esa maldita enfermedad, esa que nos ocupó en largas charlas las últimas veces que nos vimos. “El cáncer te desnuda”, me dijo una vez, mientras me hacía un recuento de su vida, después nuevas transfusiones de sangre, de un amigo a otro. Nos queríamos y nos lo decíamos, desfachatadamente.

- El cáncer te desnuda. Mirá: el 62% de la gente se borra si tenés cáncer. Eso lo he comprobado. Salvo que provengas de los sectores más humildes, en los que la gente no se borra cuando enfermás, sino que está más presente.

Silanes fue un ciudadano del mundo, uno que vivía con poca naturalidad la ingratitud de los entornos. Vivió solo sus últimos años, acortó sus amistades a un puñado cerrado e intentaba. Intentaba curarse, escribir, salir a caminar, publicar y hacía cosas de las que nadie se enteraba. Ahora que te moriste, mi muy querido Raúl, voy a delatar algunas; como esta que casi nadie sabía: una vez ganó un montón de plata en un juicio a un cabrón y fue con toda esa plata al barrio La Gloria y se la dio al hermoso cura Jorge Contreras. ¿Ves, Raúl? Ahora miles y miles lo sabrán y no podrás regañarme. O esta otra: que tu tratamiento era carísimo y la plata no vino de tu Mendoza, sino de la fundaciones foráneas, Neruda y Guggenheim, cientos y cientos de miles pesos. ¿Otro más de tus secretos? El del Macuca Llorens, aquel otro cura hermoso que te escondió, en una casita del barrio San Martín, a riesgo de perder su vida, cuando eras muy joven, aunque ya habían nacido dos de tus hijos, mientras te perseguían los militares de la dictadura.

Viviste de lo lindo, querido amigo. Siempre te quisieron más los de afuera. Siempre te reconocieron como te lo merecías, los de afuera; Italia, México, EE.UU., España... Bueno, los de afuera y tu familia: te gustaba, en los cafés, hablar de tus hijos Pablo, Gabriela y Fernando y ponerte en modo abuelo dichoso. Lo mejor de todo en tu vida, al fin y al cabo, paradójicamente, estuvo muy lejos y muy cerca, nada de tibiezas. Y en la poesía, en lo sagrado de la poesía, por supuesto, estuvo lo mejor de tu vida y de tu puño.

- A mí, la poesía me salvó la vida. El cáncer y la poesía te despojan de las cosas que no son importantes.

Eso me lo dijiste en otro café del centro, no sé si te acordás, seguro que sí, mientras yo tomaba nota para no olvidar tus genialidades. Fue mientras me contabas de una obra monumental que habías encarado para la provincia de Mendoza: “El Plan de Sequía”, tres enormes tomos que nos dejás como herencia para que los mendocinos aprendamos a sobrevivir los próximos 300 años, al menos. Habrá que publicar eso, quizás ahora tengas suerte, porque es probable que esta provincia, ahora sí, reconozca tu tremenda valía.

Me decías, Raúl, que no extrañabas. Bueno, que sólo extrañabas tus libros y tu bicicleta, cuando te fuiste, una vez más, con lo puesto. Me decías que no tenías miedo a morir, pero lo tenías. Mejor, contemos algo lindo, uno de esos lindos recuerdos imborrables. Por ejemplo, cuando ganaste, en 1982, el Premio Furman de Poesía, que te entregó Estados Unidos por tu libro “Los soles subterráneos”.

¿Te acordás, Raúl? Fuiste a Buenos Aires a recibirlo, a la Embajada de Estados Unidos, con tus botitas Flecha, tu pantalón Lee y tu camisa hippie: “Fue un día increíble. No tenía un peso ni para la comida e iba camino a recibir un cheque para cobrar el lunes siguiente por 10.000 dólares”.

Ya mismo voy a decir, Raúl querido, sólo porque te has muerto, otra cosa que no querías ventilar: que te nominaron dos veces al Premio Príncipe de Asturias, una de las distinciones literarias más importantes del planeta y que tus padrinos fueron tres tremendos escritores, Juan Gelman, Alberto Girri y Joaquín Giannuzzi. Fue en 2001 y 2004: “mirá metés en una licuadora a esos tres y sale la poesía de Silanes, todo, todo, se lo debo a ellos”, me contaste, maestro.

Eso fue esa otra vez que me contaste de uno de tus cuentos, que habla de un hombre que tiene 3000 libros en su biblioteca y todos son el mismo libro: El Quijote. “Es que para mí esa es la consagración del lector por sobre todas las cosas”, dijiste y apunté.

Vamos, ahora que paraste la pata, a contar otros recuerdos de tu vida, tan poco conocida, como tu obra. Que se diga, entonces: fuiste pupilo de Jesuitas desde los cuatro años y terminaste el secundario con apenas catorce. Todavía te acordabas, querido amigo, de tu uniforme, aquella ropita gris y blanca, aquel chalequito con letras bordadas… Todavía te acordabas de aquel cajón de madera con maíz, donde los curas los hacían arrodillarse si se portaban mal, en pleno invierno, en medio del patio del San Luis Gonzaga.

Esa templanza ganada a fuerza de penitencia, quizás te sirviera para trabajar la voluntad, cuando te convertirse en ciclista e integraste el equipo Festina, durante el Proceso Militar. Ah, me acordé de cuanto te acordaste de la vez en que te dieron tu expediente del Proceso. Y ahí, justo al lado de tu nombre, leíste otro nombre: Mercedes Sosa. Eso leíste. Además, te enteraste de tu crimen ante los ojos de los milicos cabrones: haber sido ser Premio Nacional de Literatura, en Argentina.

Qué importante fuiste, Raúl. Me escriben colegas de otros diarios para preguntar si es cierto. Les digo que sí, que te has muerto. Me escribe mi amigo poeta, Rubén Valle, y sentencia, con fuerza de orden que cumpliré: “Honralo. Por esos cuatro o cinco que podemos jactarnos de haberlo leído y querido, cosa que no era nada fácil. Debería ser el próximo Di Benedetto, ese al que le dan la 10 cuando el partido ya terminó hace rato”.

Qué vacía se ha vuelto esta tarde, Raúl, ¿qué has hecho? Yo pensaba en ir al supermercado a putear por los precios y después al cine, a ver un documental. Y vos te fuiste sin avisar. Por eso, me veo en la obligación de decirte que te voy a querer siempre y voy a gritar que hay libros tuyos que debieran abundar en las escuelas, libros que se leen en una docena de idiomas distintos y que la inmensísima mayoría de los mendocinos no conocen: tu novela “Devolución de Babel”, que podría haber sido escrita por Samuel Beckett, Fernando Lorenzo, Jorge Luis Borges o Marguerite Yourcenar. Tus poemas, ¡tan hermosos!, de “De nidos y redes”; tus “Soles subterráneos” y “El cielo”, aquel hermoso proyecto poético, en fin, o esa novela tan Rulfo o Kafka o Ionesco, tan soneto de Quevedo, “Envidia el viento a los difuntos”. Qué sé yo, tantos otros, tantas otras, Raúl...

Hace un rato, me dijo mi hermano, el poeta Juan López que te moriste, que caminabas por la calle San Martín, recuperándote de la última operación y que te dio un bobazo y te fuiste. Fue el inicio de otra tristeza. Ahora, leo que Juan te ha escrito un párrafo a la altura de su puño: “Gracias, Raúl, por tu generosidad. No voy a agradecerte tu obra literaria porque no hace falta. Ni a mentir diciendo que fuimos amigotes. Quienes no te han leído, por ahí, ahora que te moriste, se ponen a leer. Nos leíste a todos los escritores menores (en edad y en calidad) de la zona y nos ayudaste a seguir creyendo en lo que hacíamos. Es decir, fuiste como Messi diciéndole a un patadura que no abandone el fútbol. No puedo escribir mucho más por ahora, pero se me vino a la cabeza este verso de César Vallejo: ‘Hoy me gusta la vida mucho menos’”.

Qué bonito, cuánto respeto y cuánta admiración. Y, ahora, bueno, como siempre, ahora el vacío. Ya no voy a irme al patio a charlar con vos por teléfono. De pura tristeza, busco nuestro último mensaje. Fue tuyo, el Día del Amigo: “que tengas un lindo día del amigo. Un abrazo grande. Lo llevo siempre en mi corazón”. Yo también, Raúl, yo también. 

Ulises Naranjo.