Celulares en el colegio: un debate que no puede esperar
Cada día aparece un nuevo titular en los medios mundiales que anuncia que en determinado País, Provincia, Municipio, Ciudad o Colegio se ha prohibido el uso de celulares en las aulas. En algunos lugares se establece por ley o decreto, mientras que en otros son decisiones institucionales.
Es cierto que la incorporación de los dispositivos en la mayoría de las ocasiones fue motivada por fines educativos, sin embargo, en la puesta en práctica, directivos, docentes y alumnos coinciden en que esto no resulta tan sencillo de delimitar. Clase de matemática, 2do año, la profesora intenta explicarles unos problemas nuevos. Ana dejó su celular en la mochila entreabierta, y empieza a verla iluminarse con las notificaciones (por suerte no emite sonidos porque se acordó de silenciarlo antes que empiece la hora). “Después miro”, piensa ilusa, sabiendo que ese “después” va a ser dentro de tres segundos.
Toma el dispositivo y lo ubica disimuladamente debajo de su cuaderno. Descubre frustrada que era solo una publicidad, pero obvio que no se resiste a una pasadita por Whatsapp y cae la catarata de mensajes: sus amigos de otro colegio que están en el campo de deportes escribieron invitándolas a una fiesta el fin de semana, su prima que vive en Europa y ya está en su casa le manda foto de un vestido que se compró, en el grupo de la familia sus tíos discuten de política, su mamá le pide que le avise algo a su hermana más chica, su mejor amiga (que está sentada tres bancos más adelante) le escribe y empiezan a criticar despiadadamente a otra compañera que también está en el mismo salón de clase.
Ana mira de reojo el pizarrón… ya escribieron bastante pero siguen con el mismo problema, tanto no se perdió. Intenta guardar el celular, pero se acuerda que esta mañana no tuvo tiempo de chequear que tal la interacción de la última historia que subió a Instagram. Una cosa lleva a la otra, y ahí está, scrolleando historias y viendo que hicieron sus amigos el finde. Ana mira de reojo el pizarrón, ya está todo borrado, y la profesora les dicta las páginas del libro que tienen que hacer de tarea. Suena el timbre para el recreo. Pasaron 40 minutos desde que agarró el celular. La historia de Ana es ilustrativa de pequeñas situaciones que se viven a diario en las aulas de todo nuestro país. Pero cualquiera de nosotros que utilice un teléfono inteligente, da fe de lo escurridizo que se vuelve el tiempo cuando nos zambullimos en el aparatito.
Si esto nos sucede a los adultos, cuánto más les ocurrirá a los adolescentes, que todavía no tienen su cerebro plenamente desarrollado, y por lo tanto no pueden regularse. Y no se trata de cuánto empeño pongamos en entrenarlos para eso, no están cognitiva ni emocionalmente preparados, sumado a que estos aparatitos fueron, son y serán diseñados para generar comportamientos adictivos. Cuando se abre el debate de prohibir los móviles en las escuelas, enseguida nos enfrentamos con la mala prensa del verbo “prohibir” propia de nuestros tiempos. Sería bueno que entre todos logremos resignificar el término, y dejar de asociarlo únicamente a normas estrictas sin sentido.
Si una calle está rota y un cartel dice “Prohibido pasar”, cumple la importante función de cuidarnos. Ese el verdadero sentido de los límites, desde una visión positiva. Ahí está, a nuestro entender, la clave para reflexionar sobre este tema. Nuestros chicos necesitan
que los cuidemos. Y como adultos a cargo, tenemos que hacernos responsables. Es importante recordar que los establecimientos educativos simplemente acompañan la tarea de los padres, que como principales educadores son quienes deberán tomar riendas en este asunto en cada una de sus familias. Sin embargo, tenemos plena certeza que lograr mayor desconexión al menos
durante las horas de clase va darles un gran respiro a los chicos.
Los espacios libres de humo no nacieron para cercenar la libertad de quienes deseaban fumar en cualquier lugar y momento, sino para protegernos a todos, cuidar nuestra salud. Cuando se trata de salud mental, es más complejo lograr visibilizarlo. Es muy importante ser conscientes que se trata de un proceso. Para comenzar a transitarlo, las decisiones en este sentido no tienen que ser transmitidas ni consideradas como castigo. En vez de “se portaron mal, entonces les sacamos el celular” sería “creemos que nos les hace bien, por eso les proponemos esta desconexión”. Así como un chiquito al que su mamá le saca la bolsa de golosinas o le apaga los dibujitos, seguramente ocurrirán berrinches y pataletas (en modo adolescente).
Pero firmes en la convicción de que estamos en el camino de buscar lo mejor para su crecimiento sano, podremos ayudarlos a
gestionar este enojo, esta frustración. Es fundamental que los padres acompañemos las decisiones de cada institución al respecto.
“Quiero que esté conectado por su seguridad” “¿y si necesito avisarle algo?” “¿y si necesita algo?”. Estas y varias otras son las excusas que solemos escuchar por parte de los padres que muchas veces quisiéramos poder controlarlo todo. Es necesario recordar algo muy básico y simple: Las horas que nuestro hijo permanece en el establecimiento educativo se encuentra bajo el cuidado de directivos y docentes.
Si les confiamos algo tan preciado como es la educación de nuestros hijos, como no poder descansar en que podremos comunicar cualquier urgencia por los canales adecuados, y que ellos van a resolver adecuadamente los imprevistos que se presenten. Como profesionales acompañamos familias e instituciones educativas en estos procesos. No deja de sorprendernos que todos los días recibimos una nueva consulta relativa a estos temas. Pero más aún nos conmueve que en el recorrido, cuando escuchamos de primera mano a los adolescentes, ellos nos comparten con mucha honestidad que en esta batalla se sienten muy solos.
Tenemos entonces como adultos un gran desafío y una enorme oportunidad de demostrarles que estamos cerca de ellos, también en la inmensidad del mundo digital. Acompañándolos, cuidándolos. Los modos de implementación son infinitos, y deberán adecuarse a las características de cada institución. Algunas ideas pueden ser cajas individuales o grupales en el ingreso de las aulas o del establecimiento, a modo de estacionamiento de los dispositivos. Bolsillos con nombre de cada alumno. Y muchas otras soluciones creativas que cada colegio crea conveniente.
Es importante organizar con los docentes clases puntuales en las que necesiten utilizar el dispositivo, para que no tengan que sacarlo y guardarlo todo el tiempo, y además asegurarles a los chicos el tiempo de verdadero detox. Los caminos serán determinados artesanalmente por cada institución, pero es fundamental que nuestra mirada no esté puesta solamente en ¿Cómo lo hacemos ahora?, sino en el futuro de nuestros chicos, a quienes soñamos adultos con empatía, capacidad de espera, de atención plena y disfrute. ¿Cómo estamos forjando esas habilidades si durante las horas de clase tienen constantemente el celular al alcance de la mano?
Les cuesta tener empatia y mirar a los ojos a la profesora que da lo mejor de sí para dictar su clase. O ver a su alrededor y descubrir que el compañero que está sentado al lado está sufriendo mientras yo paso historias de famosos por Instagram. No crecen en la capacidad de espera cuando les llega un mensaje de invitación a una fiesta y necesitan saber si mamá o papá los van a dejar ir, y lo quieren saber ahora, aunque estén en clase, y aunque sus padres estén trabajando. Ni cuando tienen un problema con un profesor o una compañera y lo necesitan debatir y socializar en el mismísimo momento. Van perdiendo la capacidad de atención plena, engañados por la velocidad del multitasking que les hace desperdiciar conexiones cerebrales yendo y viniendo. Así como cuando tenemos muchas ventanas abiertas en una computadora vieja y todo se enlentece.
O si cocinamos varias cosas al mismo tiempo, es probable que alguna de ellas termine quemada. No logran un verdadero disfrute, ya que zambullidos en las pantallitas que los llenan de gratificaciones instantáneas, les cuesta cada vez más dejarse sorprender por el conocimiento. Constantemente se pierden entre los desafíos que reciben en medio de la clase en su celular, o las nuevas tendencias en Tik tok. Nada tampoco les divierte del todo, los chorros de dopamina los desestabilizan, y el siguiente paso es el stress, la angustia y la depresión.
Cada una de estas habilidades se siembra hoy. Queremos chicos que crezcan sanos, tranquilos y felices. Que vivan conectados con la realidad que los rodea, que sean curiosos, inquietos, y desafiantes, y sobre todo que aprovechen al máximo las oportunidades de aprender que se les presentan en su paso por la escolaridad. Sería muy bueno que en todos los países se genere consenso en las legislaciones que regulen el uso de celulares en los establecimientos educativos. Cada vez contamos con más avances de la
neurociencia y estudios realizados que demuestran el impacto en los procesos de aprendizaje, en las habilidades sociales, en el desarrollo sano.
Como dijimos anteriormente, a los chicos no podemos pedirles que se autorregulen porque a pesar de que ellos hagan su máximo esfuerzo, del otro lado tenemos cientos de expertos en marketing, ingeniería, matemática, publicidad, negocios, etc., intentando descubrir cómo poder capturar aún más su atención no sólo durante las horas de clase sino durante todas las horas de sus vidas. Mientras esto sucede, cada colegio puede ir escribiendo su propia historia. El debate no puede seguir esperando.
* Mercedes Gontán, abogada, Mediadora y Orientadora familiar.
* Magdalena Clariá, licenciada en Psicología.
Juntas hacen Apuntes de Siembra