Postales de nuestra historia

Quién fue Carmen “La pasto verde” Funes, la mendocina que pasó a la historia

Visionaria, fortinera, posadera y fundadora de pueblos. Enfermera, cocinera, soldado, curandera milagrosa, compañera de tertulias; así cursó su tiempo en los fortines.

Gustavo Capone
Gustavo Capone viernes, 2 de junio de 2023 · 09:01 hs
Quién fue Carmen “La pasto verde” Funes, la mendocina que pasó a la historia
Carmen Funes: "La pasto verde". Foto: Retrato de Carmen Funes - La Pasto Verde Autor: Jorge González

“¡Aquí Cosquín!”, inconfundible apertura de Julio Mahárbiz en el tradicional festival folklórico cordobés. Finalizaba la década del ’60, y por primera vez una canción patagónica vibró en la plaza del histórico Cosquín: “La pasto verde”. La interpretaron “Los Andariegos”. Dicha zamba del poeta Marcelo Berbel (1925 – 2003), será inmortalizada posteriormente en la voz del “turco” Cafrune y de José Larralde.

“Aguada de los recuerdos lejanos / Tapera de un dulce ayer /Tiempo de ‘la pasto verde’ / zamba del coraje hecho mujer. / Brava gaucha de los fortines sureños /Bellla flor del jarillal /Mil soldados te quisieron /Pero la tierra te quiso más”. (1965).  

Marcelo Berbel, autor de la zamba que rinde homenaje a Carmen Funes.

Dicen que era bellísima “la Carmen” Funes. Mendocina. Guapa. Corajuda. “Milica cuartelera” de los fortines del desierto sureño. Con apelativo: la pasto verde.

La Carmen había llegado a Río Negro con la campaña de Julio Argentino Roca para cumplir funciones en el Regimiento III de Caballería, el mítico “El tres de Fierro”. En tiempos de “machos”, la historia volverá por sus fueros reivindicando a la mujer para consagrarla una santa popular. Yace junto a “Mate Cocido”, “el petiso orejudo”, Bairoletto, “Gaucho” Gil, en el panteón inmortal de la memoria colectiva. He aquí su historia, que se convirtió en leyenda y canción.

Cuartelera de Roca

“Años de danza y romance / sangre que secó el viento al pasar”. Continuará así un pedazo de la zamba de Berdel.

 Las guerras intestinas argentinas no se habían apagado todavía. En medio de las revueltas provinciales, continuaba el avance patagónico. Nos cuenta la historia que siguió a su marido, de apellido Robert, quien morirá en campaña. Entonces, jovencita, ya viuda de unos 14 años se enrolará en la IV División del sur mendocino que partió del Fuerte San Martín al mando del coronel Napoleón Uriburu y del comandante Torres con destino de conquista llegando hasta Chos Malal. Levantarán ahí el Fuerte de la IV División, donde Carmen Funes vivirá por un tiempo.

A fuerza de “sopapos”, y sin miedo a ponerle un cuchillo en el “cogote” a más de un camarada de fortín que se propasaba, se fue abriendo camino. “Las cuarteleras” no ostentaban buena fama. Mucho tiempo encerada entre muchos varones. El fortín y la milicia eran un espacio (sociológico y patrimonialmente) dominado por los hombres. Debió haber sido bravo ser viuda, bonita y mujer, en esos escenarios de pleno desierto. Ahora, al momento de la lucha, ella (la Carmen) era una flor de jinete a quien no lo temblaba el pulso cuando había que disparar un fusil, acuchillar un indio o amputarle una pierna a un herido en el combate. Enfermera, cocinera, soldado, curandera milagrosa, compañera de tertulias; así cursó su tiempo en los fortines.

La campaña al mando de Julio A. Roca la llevará luego hasta el corazón del “alto valle” de Río Negro. Precisamente al paraje de “Fisque Menuco” (“el pantano frío” en mapuche, que a la postre será la ciudad de General Roca) donde el coronel Lorenzo Vintter fundó el famoso Fuerte Roca (1879). Y así, mientras la patagonia iba cambiando de fisonomía y de dueños, la Carmen Funes fue buscando también un nuevo objetivo. Reitero; jodido para una piba pelear contra tres escollos tan distintos: el desierto, el indio y el machismo imperante.

En la posta “La Aguada”

“Poema de los desiertos / De esos, de un coplero que pasó”. Durante catorce años recorrerá a caballo varios pueblos de La Pampa, Río Negro y Neuquén buscando el sosiego. Había instalado un almacén en la futura ciudad de Roca. El comienzo de la construcción del ferrocarril empezó a generarle una competencia que no puedo sostener. Una constante argentina le mostró una foto del país que pareció siempre ser: la moneda no valía, los precios fluctúan, la gente pedía fiado y no pagaba, los impuestos eran caros, había contrabando, y ella era mujer.

Por fin arribará en 1890 hasta las cercanías de Zapata (Neuquén), punto obligado para atravesar la cordillera andina y llegar a Chile. Se meterá de lleno en el nuevo desafía. Abrirá una posta de viajeros y recambio de caballos. Al poco tiempo hasta el correo paraba allí. Instaló como anexo una pequeña herrería. Había aprendido; no le fiaba a nadie.

“Posta La Aguada”, cerquita de una vertiente de agua en pleno desierto austral. Una especie de oasis a 100 kilómetros de Neuquén que se convirtió al tiempo en la parada obligada de quienes cruzaban el desierto camino al sur o buscaban fortuna tras Los Andes.  Y así, aquella posta de la Carmen se convertirá al tiempo en la pujante petrolera ciudad de Plaza Huincul.

“La pasto verde”

El lugar de remanso “La Aguada” implicaba un alivio para el viajero. Era la posta de descanso de militares, científicos, maestros, arrieros, troperos. En medio de un ambiente árido y gris, aparecía el verde de la vegetación. Probablemente de ahí la denominación de “la pasto verde” algo muy escaso en Cutral – Co y Plaza Huincul.

Otros más crueles sostenían que en la milicia todos tenían un apodo, y las mujeres muchos más. Era una usanza cuando se práctica “marcha” atar una rama de yuyos secos en una pierna para señalar un lado y una rama de yuyos verde para la otra pierna. Muchos no sabían (o distinguían) lo que era la izquierda o la derecha, entonces la orden era correr, o mirar, o girar para el yuyo seco o el verde. Pero no habría sido este el motivo del apelativo de Carmen. Cuentan que era zurda (un bicho raro en tiempos donde escribir con la izquierda parecía un pecado) y aseguran algunos que sabía leer y escribir. Lo cierto que al ser “buena moza” siempre despertaba suspiros, pero no correspondía a ninguno esperando a su nuevo amor. En esencia, no ardía de urgencia como pasa con el pasto verde.

Ese nuevo amor llegará. Se casará en 1903 con Pantaleón Segundo Campos, oriundo de Cauquena (región del Maule - Chile), a quien conocerá cuando éste empezó a trabajar, precisamente en “La Aguada”. Así pues; quien fue su patrona al poco tiempo será su esposa. Juntos se convertirán en “crianceros”, y entre veraneadas y la atención de la posta, el lugar cambiará definitivamente su historia. No solo crecerá su posada convirtiéndose en residencia de autoridades, sino que también empezará a funcionar allí el primer juzgado de paz y el registro civil de Plaza Huincul. A la par, surgirá “el oro negro”.  

La zona se transformará en la gran cuenca petrolífera de la Patagonia y el albergue de Carmen será base del poblado que empezaba a crecer de la mano del descubrimiento del primer pozo petrolífero oficial de Argentina.

En tanto esos incipientes descubrimientos florecían, moría Carmen “la pasto verde” Funes. Fue el 15 de diciembre de 1916. La enterraron a la vera del camino, sobre la ruta Nº 22 porque la aldea todavía no tenía cementerio.

Santa Popular hecha versos y canción

Cuando el pueblo vertiginosamente creció, el cura del lugar se opuso a que la llevarán al nuevo cementerio. Un grupo de vecinos encontró su tumba y los metalúrgicos que trabajaban en los yacimientos petrolíferos construyeron un corralito de rejas para resguardar la sepultura. Había nacido un santuario y comenzaba una leyenda. “Sobre la reja / entre las piedras donde duerme tu voz /Mi guitara lloró / sola, esta zambita quiere darte luz”. Escribirá sobre la misma tumba Marcelo Berbel.

La tumba de Carmen Funes de Campo.

Un museo temático, un monolito, una calle la recuerdan en Huicul. Su vida fue llevada al teatro; murales y pinturas la ponderan; promesas, velas y milagros la veneran, mientras que una canción la hizo leyenda universal. “Tiempo de ‘la pasto verde’ / zamba del coraje hecho mujer”.  

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