Entrevista MDZ

Enrique Piñeyro: "Al éxito en mis emprendimientos no lo entiendo"

Capitán de un Boeing 787, cocinero, actor, cineasta, médico. Enrique Piñeyro habló con MDZ sin tapujos sobre su niñez, cada una de sus facetas, cuestionó con dureza el accionar de los “ricos” y defendió sus ideas como el voto en blanco.

Brenda Funes
Brenda Funes jueves, 11 de mayo de 2023 · 07:00 hs

El trinar de los cubiertos, las ollas ardiendo al fuego, los chefs inspeccionando que no falte nada hace al ambiente de Anchoíta, que se prepara para abrir sus puertas. Enrique Piñeyro camina por su restaurante y charla con los diferentes empleados. Es uno más. Multifacético. Los medios lo catalogan como "multimillonario rebelde". El algoritmo lo etiqueta como actor. Él se define como piloto.

Piñeyro es un aventurero que "juega a ser niño", pero es un adulto con una ajetreada agenda. Es un personaje con mucho para contar. En diálogo con MDZ habló de sus amores, sus pasiones, su labor humanitaria e hizo un análisis político económico de Argentina.

Enrique Piñeyro en uno de sus vuelos humanitarios.

La niñez de Piñeyro y sus ecos en la adultez

Conseguir una mesa en Anchoíta es casi misión imposible, la agenda se llena en horas y tiene todas las reservas tomadas para el 2023. La calidez y la elegancia son su marca.

- Contanos un poco de dónde viene tu amor por la cocina. ¿Qué te llevó a abrir este restaurante?
- Mi amor por la cocina empezó más que como amor, como una necesidad de supervivencia, porque en mi casa se comía muy mal. Mi madre había estado en la guerra y reciclaba la comida. A mi viejo no le gustaba el ajo ni la cebolla, y mi vieja nos decía que era una gran cocinera, pero en la vida la vimos poner una pava de agua hervir.
Imaginate lo que era eso. Era la nada misma. Yo tuve que empezar a cocinar por supervivencia, pero el día que rompí un huevo y vi ese moco transparente, inmundo, transformarse en un huevo frito por acción del calor flashé. Dije esto es la alquimia. Esto es magia. Fue mi segundo foco de interés después de la aviación.

- Sos multifacético, pero te has definido muchas veces como piloto. ¿Por qué preferís definirte de esta manera?
- Así nací. No sé si alguna trisomía de un par genético, no sé… Yo siempre viví bajo el localizador de Aeroparque. Era todo el tiempo ver aviones. Todo el día, todo el santo día. Yo a los 3 años era piloto, no tenía la licencia, pero era piloto. Sabía todo lo que tenía que saber de aviones. Pasaba horas en Ezeiza, tenía una terraza, los veía ahí llegar, y a 5 millas te podía decir qué avión era, de que compañía. Me sabía el color, todo.
Incluso, retaba a la gente que decía mal el nombre de los aviones. Tres años un mosquito era y le tiraba el tapado a la gente y le decía “Eso no es un DC 8 es un 707 o viceversa”. Se me reían, pero al llegar a la plataforma era así.

- Ponés mucho de vos en cada cosa que hacés. Sentís que ese es el diferencial o lo que muchos llaman “el éxito”.
- Yo al éxito en mis emprendimientos no lo entiendo. Cuando hice el show (Su unipersonal “Volar es humano, aterrizar es divino”), yo esperaba que venga mi familia y algún que otro amigo del colegio que son los que te bancan en todas y nadie más.
La primera vez que me paré en el Coliseo, miré y me dije “esto es imposible”. La gente va, pero para mí es un misterio de verdad.

- ¿Con qué se va a encontrar la gente cuando vaya a ver tu unipersonal? ¿Con qué Piñeyro?
- La base del espectáculo es decir: “Por qué no hacemos en la tierra las cosas que hacemos en el avión”. No sé cuánto mejor sería este mundo si pudiéramos hacer lo mismo.

Enrique Piñeyro en su unipersonal "Volar es humano, aterrizar es divino".

- Hay que llevar la lógica de los pilotos a la vida cotidiana, digamos.
- Totalmente, sería un mundo un tanto mejor. Los errores no se sancionan porque entendemos que son parte natural de la conducta humana e indivisible. Entonces, lo único que hacemos es tener el mecanismo para detectar lo que pasa en una fase temprana y minimizar sus consecuencias. No se sanciona a nadie por un error. Sería como decir “Me fastidia que seas humano”.
El que sanciona al que cometió un error en la tierra, también va a cometer un error, pero no importa porque es el jefe.

-En una entrevista, no hace mucho, dijiste, eh, que las etapas en la vida de uno, en un principio se hace lo que se puede, después lo que se debe y finalmente lo que quiere. ¿Vos sentís que te queda alguna deuda pendiente?
- Me queda ser el nueve boca que vengo atrasadisimo con eso. Y me queda ser un rockstar, que también vengo muy mal con eso. Estoy sacando unas cositas allá con la guitarra, un poco más decentemente, pero vengo atrasado atrasado.

-¿Te molesta cuando a veces notaste le ponen el mote de multimillonario, rebelde?
- No, no, no me molesta. Qué es rebelde, qué es multimillonario. Me alucina a veces el estereotipo periodístico del “millonario que ayuda a refugiados”. Chicos salió dieciocho veces ese título.
No pueden poner “el joven y apuesto que salva a…”, no sé alguna otra pavada. Pero no, no me molesta, no contesto, no adopto, no me molesta. Entiendo.

Piñeyro y su ojo crítico

- ¿Qué pensás de la película “Argentina 1985” y de que no haya ganado el Óscar?
- La película muy bien. El Oscar es un premio. Los premios van y vienen. No son súper importantes.

- La película marcó a la sociedad. 
- Si, totalmente. Yo me pasé una noche durmiendo en la vereda para sacar una entrada para estar ahí el día del alegato de los fiscales. Yo lo ví en vivo y en directo. Ví cuando todas las juntas se pararon, cuando entraron los jueces y para mí fue como un finally. Te digo que haber vivido la dictadura fue bravo.

- Creo que estas películas ayudan un poco a aquellas personas más jóvenes que no lo vivieron, para poder acercarse de otra manera a la historia argentina.
- Y sobre todo no banalizar. Por ejemplo, Gabriela Cerruti, la vocera presidencial, cuando ganó Macri puso un tuit que era “comunicado n°1”. No podés, no podés. Yo al comunicado (en la dictadura) lo escuché en vivo, estaba estudiando, eran las 3 de la mañana. Me acuerdo que bajé devastado porque dije esto va a ser… Y estaba mi viejo ahí con insomnio, dando vueltas y decía “ojalá sea para bien”.
“Viejo que estás diciendo, va a ser una carnicería esto”, pensaba. Yo tenía 18 años, pero ya me daba cuenta. O sea, no entiendo a esa gente decían yo no sabía nada.

Enrique Piñeyro en una de sus misiones humanitarias.

No se pueden banalizar así esas cosas. Hay que ser respetuoso y ser respetuoso de la vida y sobre todo entender que nosotros somos una segunda línea de una generación que está desaparecida. Toda la gente de entre los 18 y los 25 años que tuvo el coraje, el talento, la valentía o lo que sea para que su cabeza de alguna manera asomara… las cortaron todas. Quedó nadie y muchos otros por las dudas y muchos otros por casualidad, y muchos otros por cualquier cosa.
Fue una masacre, fue un asesinato masivo estatal. Entonces, me parece que películas como “Argentina 1985” ayudan a que se preserve la memoria. Y que los que no vivieron el proceso vean todo lo que pasó, porque es algo que no debería repetirse nunca, porque la verdad que fue muy, muy atroz.

- ¿Qué pasa en la milla 200 y los pesqueros ilegales? Vos sobrevolaste hace no mucho la zona con una comitiva de gente y contabas que te decían que era todo legal. ¿Están tapando un poco la situación real?
- Están tapando todo y no entiendo por qué. El secretario de Pesca dijo que hace 2 años que no se captura ningún barco. Eso tiene dos lecturas: no se captura ningún barco porque ningún barco cruzó la milla 200 o porque no tienen la logística para capturar a ningún barco. Y después sale el sindicato a decir que no (hay pesca ilegal), que ellos mismos se encargan de vigilar.
Bueno, está bien, chicos. Hagan lo que quieran. Yo estaba ahí. Yo lo ví y mandaron de urgencia a un buque de la Armada a decir “estamos acá”. Nos llamaron al avión y nos dijeron que todos los pesqueros tenían licencia.
¿De qué me estás hablando? Tardamos media hora en sobrevolar la flota. Mirá la extensión marítima y con un barco fuiste y le preguntaste a todos los barcos si tenían licencia de pesca.

Enrique Piñeyro en una de sus misiones humanitarias.

Teníamos conexión a Internet. Tenía la cantidad de barcos por AIS (el respondedor) apagado. La milla 200 es la zona de mayor apagado del mundo.
No estoy atacando a nadie. Estoy diciendo que tenemos un problema, que tenemos que invertir. Tenemos que comprar barcos, tenemos que comprar aviones. Tenemos que comprar radares, tenemos que comprar muchas cosas.
Es un problema que además sea de la milla 200 para acá, o sea la milla 200 para afuera es un problema argentino porque eso es una aspiradora y pescan por debajo. Y por otro lado, el impacto de las especies incidentales que capturan, que después tiran al agua ya muerta, vienen los pájaros, se comen los huevos de las pingüineras, empiezan a sobrevolar las zonas aeroportuarias y un pajarraco, eso sí, te planta un motor.
El problema es no solo la depredación de una fuente laboral, no solo la depredación de los recursos naturales, sino también el daño ecológico y el daño ambiental y económico. Porque cuando se te meta un pajarraco de esos en la turbina, no sólo el problema de la el riesgo en que te pone, sino que además un motor de esos es carísimo.

Enrique Piñeyro en una de sus misiones humanitarias.

-Me gustaría que me cuentes tu vivencia la primera vez que pisaste tierra ucraniana. ¿Qué te pasó por el cuerpo?
- Me pasaron muchas cosas. Es muy llamativo ver como tenemos refugiados de primera, de segunda y de tercera clase. Cuando estalló el conflicto en Ucrania, Europa abrió sus puertas a los ucranianos sin problemas.
Europa explotó, el África durante siglos. La depredó, la sigue depredando hoy día con la pesca ilegal. Y no se hacen cargo de eso. Ahora, cuando por alguna razón el malo es otro. Ahhh, somos buenísimos…Tomamos a todo el mundo. Ahí te das cuenta que refugiados de primera, de segunda y tercera.
También la reacción de los refugiados es tan distinta. Cuando subían en Níger escapando Yemen, donde habían sido atrapados, torturados, encarcelados, esclavos, era todo canto, baile, plegaria, agradecimiento, alegría.

Cuando subimos al tren en Varsovia, llevando refugiados ucranianos, era una cosa sombría. Mujeres, niños, ancianos. Ningún hombre. Todos dejaban atrás a su padre, a su marido, a sus hijos.
Cuando bajamos en Barcelona, primera escala, veo a una madre con un chico de 12 años que estaba llorando desconsolado. Me acerco a ver qué pasaba. La madre se quiebra, y ahí, al lado, había un chiquito de 4 años mirándonos sin entender lo que estaba pasando. Esa mirada de ese chico, no me la olvido más.
En ese momento en que pusieron un pie en Barcelona, estaban en un país que no conocían el idioma, que no le validaban su destreza laboral, que no sabían a dónde iban a ir a vivir. No sabían cuándo uno iba a ver a su marido, su padre, o si no lo iban a volver a ver.
“Te pasan muchas cosas”, finalizó conmovido.

 

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