Sin María Kodama ya no es mágico el mundo
María Kodama podría haber sido profesora o escritora o ambas. En parte, lo fue, pero ante todo -y contra algún postulado feminista- fue la mujer de Borges. Del accesible e inalcanzable Jorge Luis. Del poeta y cuentista extraordinario.
Ella hubiera detestado la frase “la mujer de”. Cuando él, jugando, le dijo: “Mirá qué bien que queda María Kodama de Borges”, ella le dijo: “Yo no soy de nadie”, como también le contestó, alguna vez, Cecilia Ingenieros, de quien él estuvo perdidamente enamorado, cuando rechazó ser llamada por Borges como “la hija de José”. Pero lo cierto es que cuando nos dicen Kodama
nos dicen Borges. Y lo cierto es que somos un poco de aquellos a los que les dedicamos la vida, por amor, por fascinación o por ambas o por ninguna de esas. Y lo indudable y cierto es que Kodama se la dedicó al escritor.
Ella se ocupó de que Borges viviera. En vida y después de la muerte de él. Borges le encargó el cuidado de su obra y ella fue una guerrera. Lo conoció a los 16 años, la encandiló mucho antes de comprenderlo, se enamoró de un poema de él que le leyó una profesora de inglés, buscó “el hambre de su corazón”, como él definía al amor, pero dijo que nunca lo tuvo. Se reconoció en su exacerbada timidez, y tras las muchas seguridades que Borges le ofreció, su volumen de voz fue en aumento. Compartían la pasión por los idiomas y a pesar de la diferencia de edad vivieron juntos el siglo pasado.

Aunque amaba su libertad, su independencia y su carácter, Kodama era Borges y con su muerte -a la misma edad que él- también muere para el mundo y para los argentinos y para los siempre sorprendidos lectores de su majestuosa obra. Algo se va con ella del escritor que nunca publicó una novela y sin embargo fue best seller casi como la Biblia, que es el libro más vendido y menos leído. Creo que Borges es el escritor del que muchos hablan sin leerlo. Kodama se definía por sus principios rígidos sobre la ética y la libertad, curiosamente decía que no quería estar atada a nada, pero tenía un nudo ciego con la obra de Borges. Fue mucho más que su albacea literaria, fue mucho más que quien compartía las oscuridades cotidianas y disfrutaba de sus ocurrencias.
Hay varias fotografías de los dos en los que ella está un poco más adelante ofreciéndole el brazo para marcarle el camino. Dudo que sea solo por la ceguera, dudo que solo haya sido a modo de lazarillo. Sospecho que María lo iluminaba, supongo que saciaba ese hambre del corazón que Borges tenía. Ella destacaba que él no había sido de nadie. Y aunque se refería a la política, nadie duda que Borges fue un poco de su mujer. O mucho. O todo. Y no se trata de propiedad sino de entrega, y él le dio el legado de su posteridad y ella lo defendió -¿había que defenderlo?- hasta lo irracional y desusadamente.
Con la partida de María Kodama, como diría Milena Busquets, el universo se puebla de desconocidos, al menos el literario. Ya no es mágico el mundo, María Kodama también nos ha dejado y ya no sé “quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido”.
* Delia Sisro escritora y docente. Directora General de Análisis y relevamiento de la información de la Secretaría de Asuntos Públicos.