La vida misma

Presunción de incidencia: todos somos influencers

La presunción de que podemos incidir en la vida de los demás, dejar alguna huella, por modesta que sea, parte de otra presunción, la de la excelencia ajena, como sostiene el pensador español Xesús Fontenla, gracias a la que somos capaces de ayudar a que cada uno ofrezca la mejor versión de sí mismo.

Carlos Alvarez Teijeiro
Carlos Alvarez Teijeiro domingo, 26 de marzo de 2023 · 07:11 hs
Presunción de incidencia: todos somos influencers
Influir en los demás conlleva una gran responsabilidad Foto: GETTY IMAGES

Todos somos influencers o, al menos, todos podemos llegar a serlo a poco que nos lo propongamos y, lo que es más decisivo aun, sin ni tan siquiera proponérnoslo, de ahí nuestra gran responsabilidad al respecto pues, como afirma Peter Parker, el alter ego de Spider-Man, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Foto: Shutterstock. Peter Parker esconde su identidad de Spider-Man en su trabajo como periodista en el 'Daily Bugle', donde no quiere ser ejemplo para nadie.

Así, basta con vivir vinculado con los demás, en especial con los “otros significativos”, los más cercanos a nuestros afectos; alcanza con ser una presencia real en sus vidas para ya estar de continuo regalando la impronta del ejemplo de quiénes somos, cómo lo somos, por qué lo somos y, sobre todo, por quiénes lo somos.

Lo cierto, querámoslo o no, es que siempre somos ejemplo para otros, siempre somos influencers, lo que no quiere decir que nuestro ejemplo sea constantemente bueno y nuestra influencia beneficiosa. En efecto, la buena influencia es la que seduce con lo valioso y la mala, la que manipula con la vileza. Ambas influyen, desde luego, pero lo hacen en direcciones contrapuestas con respecto al sí mismo del otro, hacia lo mejor y hacia lo peor.

Foto: Shutterstock. La buena influencia seduce con lo valioso, la mala manipula con la vileza.

Pero si uno sabe intuir, del latín "intuere", si uno es capaz de “contemplar, ver dentro” de los demás el genio que guardan, su “daimón”, quizás tenga sentido poner todos los medios a nuestro alcance para su “alethéia”, para desvelarlo e influir en que ese genio se cumpla y dé más de sí.

De alguna manera, es lo mismo que decía el poeta español Pedro Salinas, querer “sacar de ti tu mejor tú, ése que tú no ves y yo sí veo, nadador por tu fondo”, y en otras palabras lo afirmaba el poeta griego Píndaro al presentar como imperativo de la vida “llega a ser el que eres”.

Foto: Adobe Stock. Un gran influencer nos invita siempre al desafío de ser lo mejor que podemos ser.

Influir es motivar, es decir, mover, y para hacerlo en la dirección adecuada, ésa en la que el sí mismo del otro se cumple, hace falta integridad, la íntima conexión entre cuatro mundos vitales que nunca deben ir por separado, el de lo que se siente (mundo emocional o afectivo), lo que se piensa (mundo cognitivo o intelectual), lo que se dice (mundo del discurso) y lo que se hace (mundo de la acción), pues sólo de ese modo se logra avanzar en el pedregoso sendero que lleva del "storytelling" al "storydoing".

Sostiene Daniel Goleman, el gran divulgador del concepto de inteligencia emocional, que “los grandes líderes son grandes contadores de historias” y, en ese sentido, todo influencer es un gran narrador, por acción u omisión, ya sea que sus palabras promuevan una investidura de sentido a la realidad, ya sea que se la hurten.

Foto: Writing Forward. Desde niños, damos sentido al mundo contando historias.

Por lo tanto, tal vez sea erróneo sostener con humildad que “uno no es ejemplo para nadie”, o que no pretende serlo, pero no por faltos de humildad, sino por carentes de perspectiva y una mejor comprensión, pues sí y siempre lo somos, y dado que de continuo influimos, dado que la presunción de incidencia existe, debiéramos ocuparnos de que nuestros relatos inviten a los demás a que desarrollen su propio sesgo cognitivo, y sobre todo afectivo, hacia lo que los pensadores del Medioevo llamaban los “trascendentales del Ser”, lo verdadero, lo bueno y lo bello, o lo que sea que entendamos como tales en estos tiempos desafiantes e inciertos de Modernidad líquida.

Todos somos el mejor presagio de nosotros mismos -la "presunción de excelencia" de Xesús Fontenla-, y a quienes nos rodean e influyen cabe recomendarles el sabio consejo de las abuelas de antaño al respecto de casi todo, “si no ayudan, no estorben”.

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