Opinión

Cuando las ilusiones se hacen añicos

A lo largo de los años cada uno de nosotros puede llegar a vivir experiencias extremas, Andrea Saporiti reflexiona en MDZ sobre cuando no se es consciente de lo que puede suceder hasta que sucede.

Andrea Saporiti martes, 14 de febrero de 2023 · 15:02 hs
Cuando las ilusiones se hacen añicos

Una vez más el tiempo se detuvo, como aquellos relojes antiguos que de repente dejan de acompañar con su tic-toc. El silencio invadió, de pronto se escuchaban miles de palabras imposibles de descifrar. Todo era desconcierto, la disarmonía aturdía el entendimiento. El impacto de lo sucedido dejaba enmudecido hasta el mayor orador. La confusión invadía la escena. De pronto
en un abrir y cerrar de ojos las ilusiones se hacían añicos. El esfuerzo, la dedicación y los sueños desaparecían como por arte de magia. Sin embargo, no era un espectáculo de fantasía, era la realidad. Habían chocado, sí, en unas décimas de segundo sin poder cambiar el destino.

Era un camino de montaña, en una subida y una curva. De pronto dos conductores apurados, vaya a saber a dónde querían llegar, se dispusieron a pasar. La omnipotencia de creer que todo es posible los confrontó con la realidad, no había lugar para dos autos. Venía uno de frente. Al levantar la mirada solo se podía ver la insólita maniobra de quien no sabía dónde ubicarse. Es que ya no había lugar para dos. De pronto en esas décimas de segundo que parecen una eternidad, decidió cruzar de carril, y se encontró con el que venía de frente. Nuevamente por arte de magia o por milagro no fue frontal.

No hubo víctimas fatales, si una enorme fatalidad. Hasta aquí un relato, que seguramente muchos han vivido de maneras diferentes. Los objetos van y vienen, no así la vida. La vida es una sucesión de imprevistos que vamos sorteando sin ser conscientes del milagro de estar vivos. Muchas son las preguntas sin respuesta. La desilusión de un proyecto sea cual fuera, es la
pérdida de la esperanza en lograr que suceda algo que se anhela, es como cuando un vidrio se rompe en miles de pedazos.

El cuerpo queda paralizado, los pensamientos entran en un torbellino imparable y las emociones congeladas. Ante estas situaciones la perspectiva cambia, las prioridades se acomodan. Lleva tiempo salir del estado confusional. Sin embargo, hay que transitarlo. Estar vivos es la premisa fundamental, que no quita el dolor pero da la posibilidad de reflexionar, de sentir, de llorar, de volver abrazarnos y confirmar.

¡Vale la pena estar vivos!

* Lic. Andrea Saporiti MN: 20.297, Magister en Matrimonio y Familia.
@andysaporiti
www.andreasaporiti.com

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