San Martín y Napoleón: similitudes entre las gestas de los Andes y de los Alpes
A pesar del poco tiempo que lleva en cines, mucho se ha escrito y mucho se ha dicho, sobre la recientemente estrenada película “Napoleón”.
Interpretada por el ganador del Oscar, Joaquín Phoenix, y dirigida por el consagrado Ridley Scott, una vez más la cinematografía posó su mirada sobre el emperador francés, convirtiendo a Napoleón Bonaparte en el segundo personaje histórico más veces llevado al cine. El primero sigue siendo Jesucristo. Es así, como con este film de Sony Picture, “el pequeño gigante” cuenta con más de 300 películas que abordaron su historia, lo que demuestra cabalmente la grandeza de Napoleón.
En el fondo, la indiscutida fama y consagración de Napoleón será otro buen pretexto para resaltar la figura de nuestro general San Martín, comparándolo en algunos aspectos que mostrarán paralelamente la gloria del libertador americano.
La travesía cordillerana de Napoleón y San Martín
Para tomar magnitud de lo realizado por el ejército libertador de San Martín es oportuno compararlo con la gesta de Napoleón al cruzar los Alpes.
Lo primero que deberíamos marcar en la gesta sanmartiniana es que no existían localidades intermedias entre Mendoza y Chacabuco (Chile), lugar del trascendente combate. Era una zona árida, sin ningún tipo de recursos y la mayoría de los senderos de máxima altura por donde transita el ejército fueron de un metro de ancho, yendo un soldado tras otro, a pie en hilera, por donde era imposible llevar carros o rodados. Recordemos además que para cruzar la cordillera de Los Andes hay que surcar 5 cadenas montañosas, con alturas de hasta 5.000 metros de altura.
El ejército debió atravesar un ancho de montaña de 350 kilómetros, llevando en su travesía desde lo mínimo, básico e indispensable. Ejemplo: agua para el ejército, forraje para alimentar las 10.000 mulas, 1.600 caballos y 600 vacas y leña para hacer fuego.
El frente del ejército abarcó una zona de operaciones de 800 kilómetros de ancho. Desde “el paso de Come – Caballos” en La Rioja hasta “el paso del Planchón” en el sur mendocino. Mientras que Napoleón tuvo un frente de avance con un ancho de 160 kilómetros lo que facilitaba ventajosamente las comunicaciones.
Podríamos ilustrar la situación con otro ejemplo contemporáneo. En la actualidad más de 120 pueblos, villas o ciudades se encuentran entre el trayecto de Ciudad de Mendoza y Viña del Mar (Chile). En 1817, no llegaban a tres. Heroico también fue que, a los 4 días de terminar el cruce, tras 21 días de viaje, se obtuvo el triunfo de Chacabuco.
Mientras que Napoleón, siguiendo las comparaciones, atravesó un ancho de montaña de 100 km., con alturas máximas de 2.500 metros (Monte Cenis), por caminos regulares, a la vera de poblaciones, lo que le permitió casi no llevar provisiones pues se abastecía en los poblados y trasladar todo el cargamento en rodados, mientras que el ejército sanmartiniano trasladó todo a lomo de mula o en los hombros del soldado. Considerando finalmente que el cruce napoleónico duró solo 5 días.
Los cimientos del Ejército
En el marco de las comparaciones, y ya no solo con Napoleón, hay otra nota relevante para destacar. El ejército napoleónico al igual que los grandes ejércitos de la historia de la humanidad, con sus grandes líderes al frente, sustentaron sus momentos de gloria sobre bases sólidas constituidas por siglos a partir de las acciones de sus imperios dominantes, mientras que San Martín arrancó de cero. Cuando llegó a Mendoza no había nada militarmente organizado y América se caía a pedazos ante la reconquista española.
Citaremos algunos ejemplos históricos. Alejandro Magno se apoyó en todos los logros emanados desde Filipo II. Aníbal sobre lo conseguido previamente por su padre Amílcar. Escipión “El Africano”, en las conquistas de Quinto Cecilio Metelo y Lucio Venturio. Julio César en lo generado por su tío Mario. Carlomagno sobre las acciones de Pipino “el Breve”. Mientras que Napoleón se apoyó en Lazare Carnot (“el organizador de la victoria”), ministro de guerra en tiempos de la revolución, sin contar la anterior concepción imperial francesa.
Mientras que San Martín en Mendoza tuvo que armar un ejército de la nada. Vale recordar aquel bando a la población mendocina apenas llegado de Buenos Aires donde sostenía que tenía 150 sables para quienes quisieran defender la patria. En un primer momento no pudo cubrir ni ese número de soldados.
Pero no solo eso, todas aquellas conquistas de los emperadores nombrados, al cabo del tiempo se desvanecieron. Esos imperios se desintegraron. Por ejemplificar nuevamente, Alejandro había conquistado desde el Danubio hasta el Indo, pero ese imperio empezó a desmembrarse tras su muerte. Escipión conquistó para Roma desde el Atlántico al Mar Negro y los montes Taurus, pero todo se desintegró al tiempo. Napoleón llegó a emperador de Francia y todas sus conquistas realizadas se disolvieron tras la derrota en Waterloo (1815) haciendo que Francia retrotrajera sus fronteras a las conquistas realizadas antes de 1790, perdiendo los terrenos ganados por los ejércitos revolucionarios entre 1790 y 1792.
En cambio, San Martín, construyendo desde las raíces aseguró para el resto de los tiempos el fruto de sus logros: los países liberados, Argentina, Chile y Perú, nunca más perdieron su independencia.
El objetivo final de la expedición
Para finalizar estas comparaciones sostenemos algo fundamental. La gesta libertadora sanmartiniana era precisamente eso: "liberadora". A diferencia de las otras grandes proezas universales rescatadas en la historia política y militar. Aníbal, Nabucodonosor, Atila, Julio César, Carlomagno, Pipino, y por supuesto, Napoleón, como otros, formaron expediciones conquistadoras e imperiales que buscaban tierras o sometimiento. Lo que esos imperios conquistaron era repartido inmediatamente, tomando posesión para sus reinos. En cambio, el ejército libertador peleará por lo que recién disfrutarán sus descendientes: la libertad.
Esta diferencia comparativa sigue colocando a San Martín un escalón ético y moral muy superior al resto de los nombrados. Y más allá de su brillante genio militar, nadie podrá dudar que San Martín es el gran protagonista de nuestra historia nacional, componiendo indudablemente una verdadera vida de película.