Adopción: "Sé que no fui un hijo deseado, pero soy un agradecido"
El 9 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Adopción, en homenaje a un acto legal que permite ofrecer a niños y jóvenes una familia y un hogar que les proporcione protección y cariño.
Me llamo Javier, nací en Bahía Blanca, hijo de una madre soltera y fui adoptado por mis padres Nelly y Coco junto a mi abuela Juana cuando tenía 2 años recién cumplidos. El Juez de menores les dijo un año después a mis padres que mi madre biológica había fallecido. Desde que tengo memoria mis padres me contaron la verdad de que era adoptado y que eso fue con mucho amor. Un amor con doble responsabilidad porque mi madre biológica no pudo criarme. A lo largo de mi vida, he aprendido a valorar el amor y la responsabilidad que mis padres adoptivos asumieron al decidir adoptarme y criarme como su propio hijo.
Mi infancia fue bella y contenida, teníamos una rotisería y carnicería. No me faltaba nada material. También hubo momentos difíciles. A los 8 años, mi mamá tuvo que ser operada por un tumor maligno por cáncer de mamas, lo que generó deudas y problemas económicos en nuestra familia. Además, mi papá tuvo infidelidades y era violento con mi mamá. La muerte de mi abuela cuando yo tenía casi 9 años fue un detonante mayor. A pesar de estos desafíos, la fe y la Iglesia me brindaron consuelo y esperanza en esos momentos difíciles. Incluso un día, ya teniendo claros los valores católicos, me cansé de ver que mi papá agrediera a mi mamá y entonces lo enfrenté teniendo 10 añitos. Como él jamás me levantó la mano, ahí le hizo el clic para parar con esa actitud y arrepentirse.
Por esos tiempos tuvimos una hipoteca donde si no se pagaba podíamos perder la casa, nos terminamos fundiendo por las deudas, la comida era de comedores comunitarios y la ropa era regalada de Cáritas o comprada solamente en alguna feria. Cuando me faltaba poco para mi cumpleaños número 13 y terminar la primaria, mi papá nos deja y se va al Sur a trabajar – esa era la versión oficial- pero en verdad nos abandonó mientras no había trabajo y podíamos quedarnos en situación de calle en cualquier momento. Al mes gracias a Dios mi mamá pudo conseguir trabajo como promotora de Lalcec y gracias a caminar de día hasta la noche se podía seguir pagando la hipoteca. Mamá nunca me dejó trabajar, me pidió encarecidamente que estudie para forjarme un buen futuro. Así terminé teniendo logros destacados tanto en la escuela secundaria como en el grupo de exploradores de Don Bosco en la Iglesia.
Durante tres años no vi a mi papá. Mi mamá no me llenó la cabeza en su contra y yo tampoco le tenía bronca, sólo dolor porque no entendía por qué hizo lo que hizo. Hasta que mi mamá me contó que mi papá se crio en la calle, que por eso la mentira fue su primera herramienta en la vida, y que así y todo nunca fue un delincuente ni adicto. Así que el mismo año que terminamos al fin de pagar la hipoteca, también fue cuando volví a ver a papá, y nos reconciliamos. Aprendí a perdonar y a entender que todos tenemos una historia y que a veces las circunstancias nos llevan a tomar decisiones equivocadas. Un par de años siguientes, después de que lo hablé con mi mamá, tomamos la decisión de recibir a mi papá de nuevo en casa. Yo necesitaba un padre presente, no verlo 1 o 2 veces por semana nomás, y mi mamá lo había perdonado por todo.
Mi papá volvió totalmente arrepentido y con un cambio rotundo de forma de ser. Se convirtió en el “amo de casa”, limpiando, cocinando, haciendo las compras, lavando, etc… y mi mamá seguía trabajando. Aunque mis padres durmieran en camas separadas, mi papá despertaba a mamá todos los días con el mate e la cama. Ahí si pude llegar a volverme un adolescente normal, aunque cada algún mes se levantaba la olla a presión de los rencores y me convertí en el “árbitro” entre mis padres. Ante las discusiones mi papá armaba los bolsos amagando a irse... la primera vez yo lo paré diciéndole que ese no era el trato que hicimos. A partir de la segunda vez era mi madre la que me pedía que yo le pida a mi papá que se quede.
Llegó un punto en que yo necesitaba estar en mi propio lugar y se dio la oportunidad de irme de Bahía Blanca a Neuquén. Mi papá me apoyó desde el primer momento, pero a mi mamá le costó aceptarlo del todo hasta la última semana antes de irme. Si bien en la nueva ciudad no conocía a nadie, me ayudó esta nueva experiencia a madurar mucho ese primer año independiente. Curiosamente en la distancia mejoró mi relación con mi papá en los gestos y palabras de amor. A mis 27 años mi papá – que tenía problemas cardíacos hace décadas- casi muere por un ACV y se recupera milagrosamente. Ese mismo año decido definitivamente quedarme en Neuquén teniendo la oportunidad de comprarme mi departamento fruto de tantos años de trabajo. Esta vez era mi mamá la que más me apoyó y a mi papá le costó porque esto evidenciaba que no iba a volver a mi ciudad natal.
Pasan los años y cambio mi trabajo en la industria por otra labor con vocación de servicio. A mis 33 años ocurre lamentablemente el fallecimiento de mi papá. Había venido a visitarme a Neuquén y se termina descompensando, lo llevo a Bahía y tenía una úlcera, después se descompensa otra vez, lo tienen que operar y si bien sobrevive su corazón a la operación, queda en coma inducido, Pasaron 3 días y no despertó. Mamá ya no podía verlo así, yo iba igual a visitarlo, aunque sean 5 minutos, sabía que en su
interior habría lucha entre quedarse o irse con el Señor. Lo visito por la tarde, y ya no tenía nada para decirle a papá, nos dijimos todo lo necesario cuando lo llevaba de urgencia de Neuquén a Bahía, inclusive poniendo sobre la mesa el riesgo de muerte, y en su inconciencia también le volví a confirmar que yo me podía encargar de mamá sin problemas. Decidí cantar todas las canciones al Espíritu Santo que recordaba, mientras cantaba iba acariciando su cuerpo, en algunos lados ya frío, en otros apenas con
color, al terminar la escena me habla la jefa de enfermeras diciéndome que ella fue la última persona con quien habló mi papá estando consciente: dijo que esa noche “lo único que mi papá decía era lo orgulloso que estaba de mí…”
Renuncié a un trabajo y perdí el otro. Al poder vivir sin trabajar por un tiempo y tener mi prioridad en discernir si quedarme en Neuquén o volverme a Bahía Blanca, en el mientras tanto me sostenía en las actividades de la Iglesia, y también me puse a estudiar para ser operador socioterapéutico en adicciones. Me pude recibir sin problemas y de común acuerdo con mamá elegimos quedarnos cada uno en el mismo lugar. Primeras fiestas de Navidad y Año Nuevo sin mi viejo en Bahía. Gracias a Dios nunca perdí mi lugar con mis amigos de toda la vida. Después del brindis con mi familia solía visitar a mis amigos en el barrio.
Entonces el 1 de enero de 2017 pasa una tragedia… la mamá y hermana de uno de mis mejores amigos fallecen en un accidente de tránsito en medio de las llamas de un gran incendio. 6 meses después de papá, esta vez era yo quien acompañaba a mis amigos, en silencio. Después del velorio y sepultura un viernes, al sábado siguiente le digo a mi mamá que la madre de mi amigo murió con la edad que tendría mi madre biológica si viviera… que hace varios años rezo por esa madre que me dio la vida pero que nunca conocí su rostro, que me gustaría verla. Mamá me dice, pero eso no se puede porque ya estaba muerta hace más de 30 años.
Mamá me entrega mi libreta sanitaria, original de cuando yo aún no había sido adoptado. Ahí chequeo bien el nombre de mi madre biológica, del cual recordaba erradamente, y la googleo, me sale que está viva, y no solo eso, vive en Neuquén ¡a 10 cuadras de mi casa! bueno, me vuelvo loco como nunca, porque hasta entonces no me hacía drama por mis raíces. Después de un proceso de 3 meses donde tuve que encontrar la dirección actual de mi “posible madre”, pude ir al encuentro. Resulta que sí era mi madre, se llama María. Apenas me vio dijo que le pidió a Dios todos los días que, si yo la buscaba, la encuentre enseguida. Me preguntó que quería yo y le dije: “conocerte, saber cómo sos”, ¿cómo fui concebido y por qué me diste en adopción? Resulta que ella es
paraguaya, de Misiones.
Fue dada en adopción a unos tíos acá en Capital Federal a sus 10 años al quedar huérfana de su madre, tuvo un fuerte trauma que la llevó a pensamientos suicidas. A los 18 años pudo conocer a un chico y quedó embarazada de mellizas. Un año después ella trabajaba como empleada doméstica, y si con un bebé es difícil, cuesta imaginarse con 2. Fue a pedir ayuda a una oficina legal en la Villa 31 y la convencieron que lo mejor era que diera en adopción a las mellizas, así que las entregó… Traspasada por sus traumas, llega al punto de tomar la decisión concreta de quitarse la vida y queriendo cruzar una calle muy transitada para morir atropellada, lo intenta y justo un hombre que pasa por ahí, ve la situación y la salva. Van al departamento de ella, y en esa situación soy concebido. Le digo automáticamente cuando me lo cuenta: “Que grande es Dios, que cuando vos querías quitarte la vida, te dio una razón para vivir”, y me respondió “Si no hubiera quedado embarazada de vos, seguro me mataba”.
Ella descubre unos meses después que estaba embarazada de mí en Bahía Blanca de paseo. Con las amigas que estaba y sabían su situación le dijeron que tenía que abortar, que conocían una clínica y le daban el dinero para hacerlo. Ella decidió tenerme. Quedándose a vivir en Bahía, terminó en un refugio para mujeres de la reciente congregación que había formado Naty Petrocino, en el Hogar del Peregrino (Hoy Don Orione), así que mi gestación y hasta mi año y medio de nacido, ¡Era un bebé de monjas! Al
darme en adopción, mamá María se quedó en Bahía. El juzgado le dijo que mis viejos me llevaron a vivir a Luján. También tuvo dos hijos más: Leonel y Paola, después vivió en otras ciudades hasta llegar a Neuquén. Conocí a mis hermanos poco tiempo después que a María. Ellos no conocían mi existencia, pero se lo tomaron muy felices.
En el primer encuentro ya nos sorprendimos que los 3 nos recibimos de técnicos químicos y somos muy afines en nuestro humor, gustos y valores en la vida. Tengo certeza al 100% que no fui deseado humanamente, pero al mismo tiempo tengo certeza de haber sido 100% deseado divinamente dadas las circunstancias de mi concepción.
Esa verdad cambió el sentido de mi vida.
* Javier Dolcera, acompañante y administrador del Hogar María Madre de Neuquén.