Prilidiano Pueyrredón en el Museo Nacional de Bellas Artes
El Museo Nacional de Bellas Artes inauguró el jueves pasado una muestra homenaje en el bicentenario del nacimiento de un artista fundacional.
“No hay semejante en el proceso histórico del arte argentino”, dejó sentado José L. Pagano en la monografía que publicó la Academia Nacional de Bellas Artes en 1945. La vida y la obra de Prilidiano Pueyrredón hablan de una personalidad singularísima, inquietante y sensible a la vez. Talento múltiple: conocía ocho idiomas, sabía música, cultivaba las letras. Fue el más
descollante de nuestros pintores del siglo XIX. Ahora a dos siglos de su nacimiento con la curaduría de María Florencia Galesio, Patricia V. Corsani y Paola Melgarejo nuestro museo mayor presenta una exposición de 40 obras, que se mantendrá en cartel hasta febrero próximo con entrada libre. La visita al museo es absolutamente recomendable para todos los que vivimos en la Ciudad y especialmente quienes vengan en la temporada estival. Ello, no solo por esta muestra, sino también por la colección permanente nacional e internacional en exposición.
Único hijo de Juan Martín de Pueyrredón, miembro en 1812 del Primer Triunvirato y Director Supremo de las Provincias Unidas entre 1816 y 1819 y de Mariquita Tellechea y Cavides, Prilidiano nació en 1823 en cuna de oro. Debe su nombre al santoral católico que registra un mártir en Antioquía conmemorado los 24 de enero. Su infancia trascurre en las barrancas de San Isidro en la que hoy (como museo) se conoce como Quinta Pueyrredón. La familia tenía además casa y locales en la Plaza de la Victoria, la
quinta de Santa Calixta en las Cinco Esquinas (Quintana y Libertad) en Buenos Aires y diez leguas de campo en San Luis.
Cursa sus primeros estudios en el Colegio de la Independencia, destacándose en latín, inglés, gramática y álgebra.
Cuando en 1835 Rosas asume la gobernación de Buenos Aires, con la suma del poder público, la familia emigra a París donde Prilidiano hace el secundario. Conoce la obra de Ingres que ejercerá fuerte influencia en la propia. Viajan por Francia y concurren con asiduidad a Cádiz ciudad en que el padre tiene una empresa de importación de cueros. A inicios de la década del cuarenta se instalan en Rio de Janeiro. De allí, datada en 1843, es la primera obra conocida de Prilidiano: una acuarela. De regreso a la ciudad luz, nuestro artista comienza sus estudios superiores en el Instituto Politécnico. Será ingeniero, arquitecto y urbanista.
Los Pueyrredón viajan por Italia. En Nápoles se encuentran con el Gral. San Martín y su familia. Más tarde Sarmiento los visita en París. Serenados los ánimos políticos vuelven a Buenos Aires. En 1850 muere su padre en San Isidro y Prilidiano se hace cargo de la administración de los bienes familiares. Construye una casa de rentas, remodela el casco de San Isidro y diseña para Miguel de Azcuénaga la que hoy es la quinta presidencial de Olivos, que ahora tendrá un nuevo ocupante, al que de paso felicitamos
y le auguramos la mejor de las gestiones. Su fama como retratista trasciende. Le encargan el retrato de Manuelita, la hija de Rosas, que pinta con reminiscencias del español Federico de Madrazo.
Tiene un amorío frustrado con su prima Magdalena Costa de quien deja un retrato inconcluso y debe retornar a Europa acompañando a su madre enferma. En Cádiz nace su hija, Urbana María Magdalena fruto de una relación con Alejandra Heredia a la que en el futuro solo frecuentará por correspondencia. Prilidiano regresa con 33 años de edad. Se instala en San Isidro, hace retratos, realiza importantes proyectos arquitectónicos para la ciudad y se dedica al paisaje.
En 1867 pinta “Don Eduardo Casares” todavía adolescente, obra que se expuso en todas las muestras importantes del artista y fue ampliamente reproducida.
Recorre con su caballete a cuestas la costa del rio y hace al acuarela vistas de San Isidro, Olivos, San Fernando y el Tigre. A la par tiene una intensa agenda social. Más tarde se muda a Santa Calixta donde instala su taller. Trabaja también en su estudio de la calle Reconquista. A los retratos por encargo, suma sus ombúes, gauchos, carretones y pulperías pintados con verismo romántico. Estas obras son (además de extraordinariamente bellas) documentos iconográficos de inapreciable valor.
Durante la década del sesenta continúa sumamente activo como pintor y como ingeniero. El gobierno le da una concesión para la construcción de un puente sobre el Riachuelo en Barracas, proyecto en que compromete una parte importante de su patrimonio. Diseña uno giratorio, de hierro que, a punto de ser inaugurado, se hunde en el rio. A sus retratos y paisajes, suma desnudos femeninos que escandalizan a la pacata sociedad porteña de entonces.
Pueyrredón, que sigue pintando, no se doblega. Invierte dos millones de pesos en un puente nuevo que se pone en funcionamiento en forma exitosa sin su presencia: su salud empeora. Sufre diabetes y en consecuencia tiene problemas con la vista. Ahora pinta con la ayuda de anteojos.
El 3 de noviembre de 1870, con solo cuarenta y ocho años de edad, en la quinta de Santa Calixta fallece esta personalidad singularísima, el más descollante de nuestros pintores del siglo XIX y pilar indiscutible en los orígenes de nuestra pintura.
* Carlos María Pinasco es consultor de arte.
carlosmpinasco@gmail.com