Rincon literario

La impertinencia mendocina de andar creando lagos entre las montañas

Los embalses que frenan circunstancialmente el avance majestuoso de los ríos en esta provincia, generando en sus lagos belleza en donde otras bellezas ya convivían.

Pablo Gómez domingo, 15 de octubre de 2023 · 20:27 hs
La impertinencia mendocina de andar creando lagos entre las montañas
Hay también nuevas zonas de estas “cuasi naturales” aguas abajo de los embalses. Foto: MDZ

Que Mendoza es un desierto convertido en oasis por el trabajo de sus habitantes, es quizá una de las frases más repetidas, no solo en cada Fiesta de la Vendimia, sino también en buena parte de las situaciones en las que pretendemos definir por qué somos como somos. Y el desierto, que en esta provincia es casi veinte veces más grande que todos los oasis en su conjunto, sigue invitándonos a poseerlo, a cambiarlo, a humedecerlo.

Y en esa tarea han estado quienes habitaron esta zona, en el lapso comprendido en los últimos cien años, construyendo una y otra vez diques sobre los ríos, pretendiendo con esas acciones que las moles de cemento retuvieran al natural fluir del líquido elemento, para cambiar al desierto estéril que se desarrollaba aguas abajo en terreno fértil apto para ser cultivado. Esos nuevos sembradíos han sido artífices del desarrollo agrario en la provincia y nos han permitido enorgullecernos de nuestros vinos, hijos de esa tierra fertilizada, cada vez que son premiados en los distintos rincones del planeta. Se genera también en ese proceso electricidad, en forma renovable y poco contaminante, lo que no es poca cosa en estos tiempos que corren; y aunque quizá esta haya sido una de las principales causas de la construcción de las represas, escapan a este texto las elucubraciones sobre electrones recorriendo kilométricos cables cobrizos, aunque sea ese mismo motivo el que nos permite en estos momentos escribir o leer en dispositivos que se convertirían en inútiles si es que los priváramos de esa misma energía eléctrica que se evita describir en el presente relato.

Volviendo entonces a los diques, es importante aclarar que, además de zonas fértiles a sus pies, son de crear quizá como un efecto no buscado, desarrollos turísticos en los bordes de los espejos de agua que se forman en su lado superior, en esa zona que pasa a denominarse “perilago”. Con el paso de los años, esos parajes se van nutriendo de visitantes y de emprendimientos varios, tiñendo de distintos verdes a lugares que naturalmente constituían las amarronadas laderas de los cerros, generando allí no solo desarrollo humano sino también nueva vegetación y nuevo oasis, en un proceso que convierte a lo que pudo originalmente considerarse como un problema ecológico en una nueva belleza cuasi natural, producida por obra y gracia de ese lago que llena corazones con su grandeza, que calma ansiedades y que retrasa urgencias.

Embalse Valle Grande de San Rafael. Foto: MDZ.

Hay también nuevas zonas de estas “cuasi naturales” aguas abajo de los embalses, como en el majestuoso Valle Grande de San Rafael. Allí, las aguas del río Atuel fluyen correntosas con un paredón de piedra en uno de sus costados y vegetación intercalada con campings y cabañas por el otro, arrastrando en su seno a quienes osen montarse sobre un gomón de rafting, en un kayak, o simplemente se lancen panza abajo sobre un dispositivo parecido a una cámara de automóvil, en ese deporte que la modernidad denomina “Cool river”. Que estas actividades se desarrollan también en otros ríos de la provincia, es cierto; pero que la belleza del entorno hace al Valle Grande inigualable, es también una verdad indiscutible. Aunque es justo aclarar que todas las verdades son discutibles, y sea quizá mi gusto personal el que hace inigualable a ese río bajando entre rocas, luego de haber atravesado por las turbinas que generan electricidad en el último dique que regula las aguas del Atuel.

En esos nuevos oasis intercalados en las montañas mendocinas, se observa la maravilla de la naturaleza mezclada con la mano del ser humano, en una proporción que me resulta difícil de precisar, aunque algo me parece indiscutible: el lugar no sería como es si no fuera por la impertinencia de aquellas personas que consiguieron generar grandes lagos, pretendiendo regular el cauce de esos ríos que por milenios habían surcado mansamente por la zona. Con esa intervención se evitaron inundaciones y sequías, así como también se desplazaron a especies animales que antes vivían en lo que luego pasó a ser el lecho de los lagos; pero sumando las ventajas y restando los inconvenientes generados, y después de décadas de pasear por nuestros diques de montaña, parecería justo reconocer que las ganancias son ampliamente superiores a los perjuicios generados.

Que ya sé que no todas las personas están de acuerdo con eso de andar interviniendo en modificar la naturaleza, pero será quizá porque nunca se han enamorado en las márgenes de un río; será tal vez porque no han perdido su vista en el horizonte mientras la calma de un lago mendocino los agota con su silenciosa presencia. Será porque no han estado entre las hileras de una viña viendo crecer las uvas, mientras por los surcos fluye el líquido vital provisto por la irrespetuosa modificación que ha hecho la humanidad sobre la naturaleza, cambiando una vez más los parámetros del planeta, generando vida donde otra vida quizá ya había, modificando, creando… En definitiva, avanzando hacia ese futuro que nos alcanzará, hagamos cambios o no los hagamos, porque al parecer de eso se trata la existencia: de errar, de acertar, de mejorar el entorno o de morir en el intento. En eso estamos.

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