Verano 2023

Camino a la Costa: estancia La Postrera, glamour, pasión y el femicidio de Felicitas Guerrero

Historias de intrigas y de amor de la aristocracia argentina rodean a una de las estancias más tradicionales del país, en el camino a la zona de playas.

Gustavo Capone
Gustavo Capone martes, 10 de enero de 2023 · 15:00 hs
Camino a la Costa: estancia La Postrera, glamour, pasión y el femicidio de Felicitas Guerrero

“La Postrera”, estancia límite entre dos mundos

Allá por Castelli. Historias centenarias con aroma de arrieros, tropillas de ganado y cientos de carretas que a la altura del actual partido bonaerense atravesaban el Río Salado por el neurálgico, y obligado, “Paso de La Postrera”. Zona brava sí la había; y el río como la frontera natural entre dos mundos. Límite no escrito entre “el blanco” y “el indio” desde la época colonial hasta la primera conquista del desierto encabezada por Rosas.  De ahí su nombre: “La Postrera”, ¡allá al final! En las postrimerías.  

Pero promediando el siglo XIX llegará otro momento en la política nacional tras aquel avance sobre las tribus nativas. Ricas familias del tiempo criollo argentino tomarán posesión de la zona y transformarán el lugar. A base de esfuerzo, luchas, conquistas y mucha sangre, aquellas tierras de frecuentes malones indios tehuelches, mapuches y querandíes se convertirá en posada de glamorosos castillos e interminables estancias. El lugar se convertirá en una clara postal del nuevo momento argentino donde con distintas variables volverán a convivir dos mundos: el aristocrático esplendor refinado de una élite culta e ilustrada que conducirá al país por ochenta años y la mayoritaria “peonada” mestiza y criolla que llenará con su trabajo rural la bendita pampa argentina de vacas, cereales y chacras. La misma pampa con sus dos habitantes: “los patrones” y “el gauchaje”

El Salado, un río y un puente con historia

Río generoso el Salado; sus aguas irrigan las zonas más fértiles del país. Nacerá en Laguna El Chañar, cerquita de Teodelina (Santa Fe), y atravesará los prósperos Junín, Roque Pérez, Chivilcoy, 25 de Mayo, Navarro, Saladillo, Lobos, Monte, General Belgrano, Ranchos, Pila, Chascomús y llegará a Castelli.

Hubo un tiempo que cuando el río crecía atravesarlo era imposible, entonces había que esperar “la bajada” de las aguas. Una semana, dos, tres, hasta meses. Es cuando proliferarán dos pulperías que paliarán los días de los troperos: la “Azotea Grande” y la “Esquina de Cañón”, y en torno a estas crecerá una pionera aldea.

La circunstancia mostraba también la imperiosa necesidad de construir un puente. Y será el ingeniero Luis Augusto Huergo (1837 – 1913) quien comprará el puente en Inglaterra por encargo de las autoridades nacionales. Así pues, 160 metros de materiales: hierros y maderas adquiridos en Gran Bretaña construirán el puente histórico de Castelli (a 200 metros de La Postrera) hasta que, a mediados del siglo XX, la nueva ruta y el ferrocarril ensombrecerán el auge de La Postrera. Surgirá entonces con fuerza la vecina Estancia La Raquel sobre la Ruta 2, a la altura del kilómetro 168, hermana menor de aquella La Postrera.

Aquellos vecinos patriotas

Entre los primeros pobladores del lugar se encontraba la tradicional familia del catalán José Antonio Capdevila Vigo. Fueron ellos quienes hicieron las primeras construcciones frente a una pintoresca isla que dividía en dos brazos el lecho del río. Por entonces, había un saladero y otras precarias viviendas, las que con el paso del tiempo dieron lugar al suntuoso casco de 1838 que con agregados y modificaciones es la actual casa principal de La Postrera. Una de las hijas de Don José Antonio, María Francisca Josefa Joaquina Estanislada, se casará en 1822 con el militar y agrimensor francés Ambrosio Crámer, el mismo que llegado al Río de la Plata fue edecán de Belgrano en el Ejército del Norte y peleó junto a San Martín en las campañas de la independencia a cargo de la Compañías de Fusileros. La cosa fue que Cramér quedará a cargo de La Postrera, pero la pasión guerrera del francés devenido en unitario pudo más y terminó muriendo en Chascomús (1839) en medio de los conflictos internos de la época.

Una vez llegado Juan Manuel de Rosas al poder dispondrá de esas tierras y como reconocimiento a la tarea cumplida como Jefe de Regimiento en aquel primer avance que extendió las fronteras de la civilización al sur, donará esas tierras a Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, heredero directo de una extraordinaria fortuna y descendiente del héroe en la Invasiones Inglesas (1806 – 1807) y posteriormente fusilado por Rivadavia en 1812: Martín de Álzaga Olavarría.

Felicitas Guerrero, la hermosa heredera

Lo cierto es que el archimillonario y “cincuentón” Martín de Álzaga con varios amoríos a cuesta andaba solo por la vida. En esas circunstancias fue cuando Don Carlos José Guerrero y Reissig, el padre de Felicitas le pide a Álzaga que se casé con su hija de 18 años. Y así fue, a pesar de la airada queja de Felicitas el matrimonio arreglado se consumó en 1864. La relación no durará mucho tiempo ya que Martín de Álzaga morirá en 1870, pasando Felicitas (Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto) a convertirse por su herencia en una de las mujeres más ricas del país. La historia nacional también ha considerado a Felicitas como la mujer más hermosa de la patria. Cientos de crónicas, novelas, películas, dramatizaciones, lo han reflejado por décadas, acrecentando el mito popular.

Felicitas Guerrero

Pero el relato sería incompleto si no agregáramos la tragedia que persiguió a la bella heredera: perdió a dos hijos y tras la muerte de Álzaga se empezó a enterar de las andanzas y doble vida que llevaba el difunto. Será entonces cuando se recluyó en la Estancia La Postrera, rodeada de árboles y de su nueva actividad: la ganadería.

Su vida tomará ribetes novelescos; contará la historia que perdida en el campo camino a Madariaga desde la Estancia Laguna de Juancho hasta La Postrera será recatada fortuitamente por el joven apuesto Samuel Sáenz Valiente. De más estará decirlo: Felicitas se enamoró apasionadamente, a punto tal que rompió la vinculación que sostenía con el aristocrático Enrique Ocampo (tío abuelo de la reconocida escritora Victoria Ocampo).

La relación con Sáenz Valiente marchaba viento en popa, y con motivo de una reunión familiar en La Postrera, que contaría con invitados que vendrían a la inauguración del puente de hierro sobre Salado (sí hasta el Gobernador Emilio Castro vendría) los novios Felicitas y Samuel anunciarían su boda. En paralelo, Ocampo no tolerando la situación le pidió a Felicitas una conversación en privado. Cuenta la leyenda que Ocampo se había enterado que Felicitas había encargado un vestido de novia en París.

Fue así, como despechado y en cólera, Enrique Ocampo le planteó a Felicitas que, “si no se casaba con él, no se casaría con nadie”. Un tiro de bala de una Lefaucheux, calibre 48, en la espalda selló la muerte de Felicitas cuando intentaba escapar ante las amenazas. En venganza su hermano Antonio de 14 años matará a Ocampo. A la postre el juez Ángel Carranza, salvará las formas, dictaminando un suicidio.

Felicitas agonizará unas horas; serán infructuosos los esfuerzos del doctor Mauricio González Catán. Finalmente, Felicitas morirá el 30 de enero de 1872. Fue enterrada en La Recoleta. Vaya paradoja, las tradicionales familias Guerrero y Ocampo se volvieron a cruzar. Esta vez en cementerio, cada una enterrando a su hijo.

Santa Felicitas

 La muerte dará paso a la leyenda. Lamentablemente visibilizó por primera vez una nefasta práctica que parece no tener fin: los femicidios. Su familia mandó construir una iglesia donde la habían matado. Frente a la actual Plaza Colombia, en su barrio de Barracas. Es tradición ver pañuelos atados en las rejas de ingreso al templo. Pertenecen a las novias que buscan casarse con un pretendiente. La leyenda urbana sostiene que si al día próximo el pañuelo aparece mojado refleja las lágrimas de Felicitas concediendo el milagro.

La magnífica propiedad de Martín de Álzaga en Barracas.

Mientras tanto, el recuerdo de Felicitas sigue vivo en la transitada Ruta 2. El Castillos de los Álzaga Guerrero en medio de la Estancia La Raquel es una prueba. La imponente construcción fue mérito de su hermano Manuel Guerrero, obviamente posterior a la muerte de “la más bella de la República”, según Guido y Spano.

Estancia La Raquel.

Una hostería con 12 habitaciones sobre aquel histórico castillo invita a los turistas a pasar un día de campo, entre ovejas, caballos y terneros. Un majestuoso bosque que alberga más de 150 especies de árboles contextualizan un espacio único entre el histórico Río Salado y la transitada ruta que nos acerca a las playas del Atlántico. El casco puede verse desde la ruta 2, a la altura del kilómetro 168.

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