Apuntes de siembra

Conflictos en la familia: qué pasa cuando la guerra se desata en casa

Los conflictos son parte de la vida de todas las personas, y cada familia no es ajena a esta realidad. Si bien sabemos que es inevitable que a lo largo de nuestra historia vayan apareciendo, muchas veces nos cuesta enfrentarlos.

Lic. Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 12 de junio de 2022 · 15:00 hs
Conflictos en la familia: qué pasa cuando la guerra se desata en casa
Foto: Freepik

Cuando mencionamos la palabra conflicto, las primeras ideas que se vienen a nuestra mente tienen que ver con una lucha, una batalla, una pelea, una contienda, un choque, un desencuentro, un desacuerdo. Y si nos quedamos con esta primera impresión, la respuesta natural que cada uno de nosotros brindará al conflicto, seguramente será la lucha o la huida.

¿Por qué ocurre esto? La explicación la encontramos en el mismísimo funcionamiento de nuestro cerebro. De manera instintiva, dejamos de lado la regulación de las emociones y nuestro lado racional, y respondemos ya sea atacando al “enemigo” o escapando del problema. Pero, como decíamos, estamos reflexionando sobre los conflictos familiares, por lo que el “enemigo” según el caso será nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres, nuestros hermanos. Y entonces, pareciera que nuestro enfoque de ganar las batallas o a veces la guerra, necesita una nueva mirada.

Tener una visión positiva del conflicto no se trata de ignorar el sufrimiento, el enojo, la tristeza, y tantas emociones que despierta en cada uno de nosotros, sino de tratar de encontrar en él, una oportunidad de crecimiento. El conflicto es sobre todo, una divergencia percibida de intereses, es decir, cada una de las partes tiene una motivación, un para qué, una necesidad que satisfacer, y elige un camino que se presenta como antagónico del de su “adversario” cuando se expresa en una rígida posición.

- “Quiero ir a la fiesta que hay este viernes en el club”, dice encaprichada Felicitas, dando un portazo.

- “Esa fiesta no es adecuada para tu edad, te quedás en casa”, dice su madre con firmeza, y muy enojada.

Esas son sus posiciones. Ahora bien, pensemos en sus intereses:

Lo que quiere esta adolescente es divertirse con sus amigas, y eso es propio y esperable para su edad. No quiere perderse ninguna fiesta, quiere pasarla bien. Lo que quiere la madre es que no vaya esa fiesta porque va a haber chicos más grandes, y no le parece un programa adecuado para su edad, quiere preservarla y cuidarla. Cuando miramos a través del lente de los intereses, vemos que ambas partes tienen motivaciones genuinas, el desafío para ellas será poder ponerse en el lugar del otro, y comprenderlas.

Más allá de la solución que podamos encontrar, es interesante proponernos este cambio de enfoque, y en vez de enojarnos por lo que expresa la otra parte, tratar de develar qué es lo que quiere realmente. Muchas veces, nos llevamos la sorpresa que este interés se puede satisfacer de alguna otra manera. En el ejemplo del caso, se podría proponer a Felicitas hacer una reunión con sus amigas, o generar algún otro programa alternativo, dado que para su mamá el no a esa fiesta es un límite inamovible. Cuando el otro se siente comprendido en su necesidad, siempre bajan los decibeles de la conflictividad.

Claro que a veces en la práctica, las partes se quedan encasilladas en su posición, y no logran correrse. Sin embargo, cuando intentamos este ejercicio, aunque sigan los enojos y las malas caras, estamos enseñando una nueva manera de enfrentar los conflictos.

Les damos a los chicos herramientas para que ellos también puedan aprender que en los conflictos es importante:

  • Hablar con toda sinceridad: Expresar lo que pensamos y sentimos con honestidad y confianza.
  • Escuchar con empatía: Saber recibir lo que el otro nos comparte, sin estar pensando qué vamos a responderle, o cómo vamos a retrucarle lo que nos dice.
  • Ser equipo: Cuando los conflictos son entre pares, esto se ve más claramente, pero también funciona, aunque de una manera diferente, cuando se trata de conflictos entre padres e hijos. Más allá de la autoridad que obviamente es ejercida por los padres que son quienes ponen los límites, podemos lograr tener la cooperación. Cuando entendemos al conflicto como mutuo, vemos que es responsabilidad de todos encontrar una solución para él, y muchas veces nos sorprendemos de las ideas creativas que pueden salir de los mismos chicos, si les damos el lugar para expresarlas.
  • Siempre tratarnos con respeto: Aunque continúe el conflicto, nunca dejar de lado el respeto. Es común que en medio de los conflictos aparezcan gritos, insultos, reclamos, y a veces lamentablemente hasta violencia física. Sin duda, este no es camino para resolver conflictos, y nuestros hijos son esponjas que absorben todo lo que ven, por lo que como adultos tenemos la enorme responsabilidad, pero sobre todo la gran oportunidad de enseñarles que se puede pensar distinto, pero esto no convalida las faltas de respeto. El arte de acordar en las diferencias.

Podemos pensar en infinidad de conflictos que se presentan dentro de nuestra familia: Niños pequeños que no quieren comer, dormir, pelean con sus hermanos. Desacuerdos con la pareja por decisiones respecto de los hijos, discrepancias con la familia política, discusiones por temas económicos. Problemas entre hermanos adultos acerca del cuidado de sus padres mayores. Peleas con nuestros padres porque pretenden entrometerse en la educación de nuestros hijos.

Los conflictos son tan variados y tan distintos, pero a la vez tan iguales. Salvador Minuchin en su libro “Familias y Terapia familiar” dice que si extraemos el jugo a cien variedades de uvas, obtenemos siempre jugo de uva. De la misma manera, los problemas o preocupaciones de cada familia, tienen su particularidad, así como lo tiene cada variedad de uva, sin embargo, no dejan de ser “jugo de uvas”.

Por esto mismo, es muy positivo generar comunidad entre pares que están atravesando la misma etapa del ciclo vital familiar. De esta manera, podemos ver nuestro conflicto también a través del lente de la historia del otro, enriquecernos con su punto de vista, y acompañarnos mutuamente. Solemos pensar que las cosas nos pasan solo a nosotros, o que nuestro caso es el más tremendo de todos, por eso el solo hecho de compartir es un excelente primer paso para disponernos a enfrentar lo que sea que toque atravesar.

Las primeras planas de los diarios se ocupan con noticias que hablan de guerra, de violencia, de agresiones, de grietas. En cada uno de nuestros hogares los padres somos escuela para que nuestros hijos aprendan una nueva manera de resolver los conflictos, animándose a enfrentarlos con valentía, buscando siempre el mayor bien para todos, y sobre todo, cuidando nuestros vínculos. Generar en nuestros hogares un buen clima familiar, donde podamos siempre dialogar sobre las cosas que nos preocupan y nos pasan, en especial de aquellas en las que no todos pensamos igual.  Cuando pensamos en nuestros hijos como adultos, sin duda la habilidad para resolver conflictos es una de las características que nos gustaría esté presente en sus vidas. Sembremos hoy en cada uno de sus corazones esta semilla de la paz, en cada situación que se nos presenta en lo cotidiano, porque cada uno de los conflictos trae consigo una gran oportunidad para crecer.

*Magdalena Clariá es licenciada en psicología y Mercedes Gontán es abogada, mediadora y orientadora familiar. Juntas hacen Apuntes de siembra.

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