El hundimiento del ARA Belgrano

Rodolfo, el marino que naufragó cuatro días en una "cáscara de nuez"

Luego del ataque inglés a la emblemática nave argentina, el mendocino junto a otros 25 jóvenes luchó por sobrevivir al frío extremo, el hambre y las tormentas en pleno naufragio en los mares del sur. Asegura que fue el amor lo que lo ayudó a salir adelante. Se retiró de la fuerza dos años después.

Zulema Usach
Zulema Usach sábado, 2 de abril de 2022 · 14:34 hs
Rodolfo, el marino que naufragó cuatro días en una "cáscara de nuez"
Rodolfo Sevilla tenía 21 años cuando vivió en carne propia el hundimiento del crucero ARA Belgrano

Rodolfo Sevilla tenía 21 años cuando le tocó enfrentar los momentos más difíciles que jamás hubiera imaginado. Convencido de su vocación de servicio, en 1978 había ingresado a la Escuela de Mecánica de la Armada Argentina y dos años después se convirtió en cabo segundo. Fue de hecho, a fines de los ’80, cuando logró cumplir uno de sus sueños: ser marino del General Belgrano. Fue al regresar de las vacaciones durante la primera semana de enero, cuando iniciaba una nueva etapa de entrenamiento en el mar.

A medida que el calendario avanzaba y crecían sus ganas de continuar en la marina, aquél joven impetuoso y lleno de esperanzas seguía aprendiendo de sus superiores. Se dedicaba buena parte de los días a colaborar con las tareas de reparación del emblemático crucero, en la Base naval de Puerto Belgrano, ubicada a unos quince kilómetros de Bahía Blanca. Rondaba abril cuando algunas corridas y reuniones de sus superiores alertaron a los mandos inferiores de que algo diferente estaba sucediendo. Pero incluso hasta último momento, el secreto se mantenía bajo cuatro llaves. Rodolfo y sus compañeros se enteraron a través de la radio que, deberían viajar en el Belgrano por el Atlántico Sur y llegar el 2 de abril a luchar en la guerra para recuperar la soberanía argentina en las Islas Malvinas.

Rodolfo egresó como cabo segundo de la Escuela de Mecánica de la Armada

En su caso, la misión a la que debía responder junto a más de dos mil hombres de diferentes rangos dentro del Ejército, fue la de custodiar el paso de Drake, junto en la unión de los océanos Atlántico y Pacífico. “La flota se había ubicado por el lado norte de Malvinas con el objetivo de alertar a la Fuerza Aérea sobre posibles ataques ingleses. La estrategia fue apagar radares y silenciar lo que más se pudiera los movimientos. Íbamos detectando cada cambio con la mirilla de nuestras armas para no levantar sospechas”, describe el mendocino como haciendo de aquél pasado un momento nítido en el presente.

El crucero Belgrano en pleno trabajo

 

El ataque que marcó el punto de quiebre

Cuenta Rodolfo que a las cuatro de la mañana, el crucero ARA General Belgrano ingresó a la zona de exclusión, a unas 200 millas de las islas. Un misil lanzado desde un submarino, alertado por el apoyo de seguimiento con tecnología de avanzada facilitado por Estados Unidos, causó el primer gran impacto. “Eran las 16 horas. La mayoría de mis compañeros estaba en su momento de descanso. El primer gran impacto pega en la popa. Yo estaba aún bajo cubierta porque justo había ido a buscar algo de ropa más abrigada. Sentimos el cimbrón como un terremoto muy fuerte. Saltamos, nos caímos, nos quedamos totalmente a oscuras; sin máquinas, ni vibraciones ni motores”, recuerda Rodolfo de aquellos momentos trágicos del ataque.

Un pequeño hilo de luz que se colaba por una rotura, fue la esperanza probable para encontrar una salida hacia el exterior de crucero de 180 metros de largo. Junto a un grupo reducido de compañeros, el joven Rodolfo logró llegar a la zona de la cubierta principal. Para ese entonces, un torpedo más impactó de manera determinante sobre la proa. Mientras el Belgrano se hundía y cientos de jóvenes hacían lo posible para salvar su vida, la tragedia ya lo había rodeado todo. “Lo primero que vimos fue cómo todo estaba incendiado”, dice el hombre que solo con la fuerza del amor pudo sobrellevar el dolor de aquellos instantes en que luchó cada milésima de segundo por sobrevivir.

Rodolfo, al final de la imagen, junto a sus compañeros a bordo del Belgrano

Las amenazas, en cuestión de minutos se multiplicaron para los jóvenes que con valentía y entusiasmo se habían lanzado al desafío de luchar con toda su fuerza por la causa argentina. Con su cuerpo lleno de pólvora y con la amenaza latente de una inminente explosión debido a los derrames de petróleo ocurridos a metros del crucero naufragando, Rodolfo, al igual que cientos de jóvenes se puso el chaleco salvavidas, un casco y subió a una frágil barca de madera que dependía de la fuerza del viento. El alejamiento del Belgrano que para esa altura ya presentaba una inclinación imposible de contener, debía lograrse de la manera más rápida posible, pues existía además el riesgo de ser arrasados por la fuerza absorbente del efecto embudo de la nave construida con toneladas de acero, al ser tragada por el mar.

Naufragar en el corazón del planeta

Desde su casa en el barrio El Ruiseñor, Rodolfo observa como por una ventana en el tiempo a ese chico que luchó contra todo para salvar su vida y la de sus compañeros. La barca en la que iban era comparable a una "cáscara de nuez", que en cualquier instante podría hundirse. Al retomar su historia, es como su ese hombre de 61 años volviera a sentir el frío pinchando con agujas cada milímetros de su piel, el hambre, la sed y sobre todo, el horror de naufragar en medio de un océano interminable. A través de sus ojos ya marcados por el tiempo, es posible volver a ver ese cielo ennegrecido y despiadado por la tormenta.

“Tratábamos de alejarnos lo que más podíamos, pero el viento nos acercaba de nuevo el buque. Vimos cómo se hundía la popa y luego la proa. En unos minutos desapareció por completo de nuestro horizonte”, revive el hombre y cuenta que con menos de 15 grados bajo cero en medio del frio extremo del Atlántico Sur, solo fue posible sobrevivir con el calor que lograban reunir entre sus compañeros. “Cerrábamos todo para poder conservar algo de calor a cada rato teníamos que golpearnos las espaldas para reaccionar y nos dormirnos. Si nos quedábamos dormidos era seguro que moríamos congelados”, dice.

La capacidad máxima de cada balsa era de 20 personas. En su caso, la cantidad de jóvenes a bordo colaboró a salvarse mutuamente. Orinaban en su propio cuerpo para aliviar el intenso frío. En muchos otros casos, el desenlace fue distinto. “Muchos no lograron sobrevivir. Murieron congelados”, recuerda.

Habían pasado ya 46 horas naufragando. Y en esas circunstancias, asegura Rodolfo, lo mejor que les pudo haber pasado fue darse cuenta que se acercaba en círculos un helicóptero de rescate. Uno a uno, los jóvenes que iban a bordo de esa barca, lograron ser salvados. Muchos de ellos estaban al borde de la muerte. Deshidratados, en situación de congelamiento y sin fuerzas, fueron trasladados al buque Bahía Paraíso. Rodolfo no se olvida que ni bien fue llevado al lugar se cayó de debilidad. No podía mantenerse en pie.

El bálsamo de esperanza que solo brinda el amor

El domingo 8 de mayo, Rodolfo logró ser trasladado a Ushuaia y luego fue llevado junto a otros marinos al Hospital Naval de Puerto Belgrano. El hombre relata el momento y la voz se le entrecorta. Vuelve el corazón al pasado y encuentra a esa chica que no dejaba se sonreír y de abrazarlo con un amor sin fin al ir a su encuentro, al comprobar que estaba con vida. Su esposa, María Eva Carrizo (62) ha sido desde siempre su gran compañera, la mujer con la que formó la familia de la cual ambos se sienten orgullosos y completos de felicidad.  Matías (37), Magalí (35) y Leonel (27), son la prueba de ese amor que jamás se diluyó.

En marzo de 1986, Rodolfo se retiró del Ejército. Sintió que pese a haber puesto su vida para defender la causa nacional, el trato hacia él y sus compañeros fue en realidad un “destrato absoluto”. Al regresar a Mendoza por esos años, debió comenzar de cero junto a su familia. Recién casado y a poco de haber nacido su primer bebé, tuvo que afrontar muchas situaciones donde incluso lo hicieron sentir avergonzado. No podía acceder a una vivienda a pesar a haber tramitado una y a donde iba a buscar trabajo, si contaba que era una ex combatiente, la respuesta era “cualquier cosa lo llamamos”. Dice que solo pudo lograr tener un empleo cuando un día fue a una entrevista y decidió no contar que había estado en la guerra de Malvinas. Con el tiempo se dio cuenta que lo que a él le había sucedido no era una excepción.

“Tuvimos que unirnos y comenzar a generar nosotros los espacios porque nadie nos daba una mano y hasta el día de hoy, por ejemplo ni siquiera tenemos un plan de salud mental”, recalca el hombre.

 

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