Mil y un relatos

Las trampas que le ponemos a nuestro éxito

El éxito, definido por la RAE como “buena aceptación que tiene alguien o algo”, será posible cuando lo gestionemos de adentro hacia afuera y lo nutramos con bases sólidas en relación a lo que es importante y tiene valor para nosotros.

Diana Chiani
Diana Chiani sábado, 18 de septiembre de 2021 · 08:11 hs
Las trampas que le ponemos a nuestro éxito

Tal vez no sea ninguna novedad decir que a veces pasamos más tiempo “peleando” con nosotros que con lo que pasa afuera. Incluso, cuando parecemos marchar sobre ruedas y hasta nos asombramos de lo bien que nos va, de repente nos hacemos una zancadilla “sin querer queriendo” y somos capaces de tirar por la borda eso por lo que nos sentimos satisfechos. Y en ocasiones hasta nos decimos que no tenemos nada que ver ni con lo “bueno” ni con lo “malo”.

¿Cuántas veces nos alimentamos sano durante varias semanas y por un pequeño o gran desliz ya no volvemos a cuidarnos? ¿Qué hay detrás de incumplir un trabajo o de la llegada tarde a la cita de nuestros sueños? Ni hablar de esos pensamientos rumiantes que nos dicen que “algo está por pasar, cuando todo anda muy bien”, por no mencionar los clásicos: “esto no es para mí”, “hoy salió porque tuve suerte” u “otro lo logra porque es mejor (más ordenado, persistente, lindo, fuerte, inteligente, etc.) que yo.

Hay quienes hablan de auto boicot o de temor al éxito; palabra de moda si es que las hay con definiciones que –en general- miran hacia afuera, a características estipuladas previamente con lo que se considera exitoso y que en líneas generales hoy tienen que ver con el millón de seguidores o likes, el dinero o estatus socio/económico, los logros profesionales (con miles de “me gusta”, otra vez), la familia perfecta y pocas cosas más.

Seguramente hay otras, pero pensaba que una de las razones por las que nos convertimos en los creadores de varias de las trampas de nuestro camino tiene que ver con ese foco externo que tiene el éxito, que en su etimología incluye la palabra “resultado”. Aunque parezca increíble, lo cierto es que podemos ser los reyes de las redes, mostrar hijos/as impecables  o acreditar logros dignos de Harvard que de nada sirven sin el sustento que cada uno puede darle y que solo se logra desde la autenticidad.

Nada de lo que se considera “exitoso” es desdeñable de por sí. No estaríamos en nuestro juicio si no quisiéramos un buen pasar económico o hijos felices (que no es lo mismo que perfectos, impolutos, igual al resto, excedidos de actividades o con notas mayores a 10). Sin embargo, nada de esto será posible sin cierta honestidad intelectual y, sobre todo, emocional con nosotros mismos.

Porque ir tras resultados vacíos o ajenos ha demostrado no ser sustentable ya sea por los costos que pagamos o porque suelen derrumbarse cual casa de naipes. Y ahí estamos nosotros, actores principales en esa caída, empecinados en ir en contra nuestro o en ser diferentes (como fulano o mengano si es posible).

Incluso, aunque todo siga sobre ruedas, muchas veces nuestras trampas aparecen con forma de  culpas que nos impiden disfrutar de los logros, creencias de que “es demasiado bueno para ser real”, barreras que levantamos en pos de banderas ajenas o equivocaciones sonsas que tomamos como errores imperdonables y –muchas veces, en esto de tirar todo por la borda- irremontables.

Tal vez a eso le tenemos miedo y no al éxito en abstracto. Quizá tenga que ver con la guardia en alto para controlar todos los resultados o con evitar conversaciones que nos darían tranquilidad.

Sin embargo, puede haber otro camino hacia el éxito, vocablo que también nos habla de “salida”. No se trata de escapar con forma de postergaciones eternas a nuestros sueños sino de salir de los modelos (auto) impuestos y de las palabras con las que nos hacemos daño más seguido de lo que nos gustaría admitir.

El éxito, definido por la RAE como “resultado feliz de un negocio, actuación, etc.” y “buena aceptación que tiene alguien o algo”, solo será posible sin trampas cuando lo gestionemos de adentro hacia afuera, lo nutramos con bases sólidas en relación a lo que es importante o tiene valor para nosotros y le demos el sostén desde el corazón.

Y aunque nada de esto garantiza los caballos blancos, los príncipes azules y los felices por siempre, sí son palabras que nos aportarán sentido, pertenencia y seguridad interna para no tirar todo por la borda y, en el momento de las zancadillas, poder mirar la película, frenar los automatismos y reconectar para poder continuar.

Por Diana Chiani. Comunicadora, editora y Coach Ontológico Profesional  (@milyunrelatos, www.milyunrelatos.com)

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