La partida de un genio

Lo que nos enseñó Quino (y lo que yo aprendí)

Su personaje más conocido, Mafalda, le abrió las puertas a un mundo impensado a miles de niños y jóvenes. Un pequeño vistazo a lo que es un legado enorme que toca a generaciones enteras.

Francisco Pérez Osán
Francisco Pérez Osán miércoles, 30 de septiembre de 2020 · 12:47 hs
Lo que nos enseñó Quino (y lo que yo aprendí)
Foto: Télam

"¡Burocracia! Su lechugita". Leer algunas tiras de Quino y preguntar "ma, ¿por qué es gracioso?", eran a veces casi la misma cosa. Para los niños de 8, 9 o 10 años que descubrían Mafalda décadas después de su publicación (entre los que, por suerte, me encuentro), las tiras de la niña más observadora de todas eran un placer, pero también un desafío.

Enfrascarse en una de las tantas recopilaciones que publicaba ediciones La Flor era lo más parecido a un viaje en el tiempo que podíamos conseguir, pero también una oportunidad de aprender de un verdadero maestro lo que era la ironía, la sutileza y el humor puro y duro, pero hecho con inteligencia.

"Señor Goreiro: más que hacer los deberes, su hijo los perpetra". Otra vez: "Ma, ¿qué significa perpetra?". Sí, puede ser que para los que éramos más chicos, la parte política de las tiras de Quino haya sido prácticamente inaccesible, pero todo queda. Lo que era ineludible era aprender, por ganas de reírse sin ayuda, los vericuetos de un idioma castellano que el dibujante dominaba a la perfección.

No creo -es difícil evitar la primera persona en algunos temas- que alguien dude de que lo que hacía Quino era literatura, y literatura de alto nivel. Su genio se demostraba en la capacidad de hacerla accesible para todos, inclusive para quienes todavía ni sabían que esa complejidad existía, y, mucho menos, que también servía para hacer humor.

"¿Dónde nació tu papá, Mafalda?", pregunta Felipe. "A ver... Él me dijo que de chico, no conoció la televisión, ni el nylon, ni la energía atómica, ni los antibióticos, ni los transistores, ni los aviones a reacción, ni los satélites artificiales, ni los cohetes teledirigidos, ni los lentes de contacto. Así que debe haber nacido en el Matto Grosso". No fallaba: "Ma, ¿qué es el Matto Grosso?". El mundo se ampliaba cada vez que abríamos un libro de Mafalda, y no sólo por su tendencia a hablar de países o lugares que de niños desconocíamos.

A los 9 años es imposible figurarse la complejidad con la que funciona el mundo. La preocupación de Mafalda por la Guerra Fría, la paz mundial o la posición de Argentina en un globo terráqueo eran por lo menos un llamado de atención para saber que allá afuera había algo más.

Una frase hecha para hablar de las muertes de los personajes destacados es "una pérdida irreparable". No parece adecuada para Quino, ya que no hay nada que reparar. A través de su obra, dejó el mundo indudablemente mejor de lo que lo encontró, y mejoró los mundos privados de miles de personas. No hay mucho más que hacer que agradecerle por su trabajo, su sentido del humor y su mirada única del mundo. Y, también, agradecerle a nuestros padres por acercarnos a su universo particular, y por ayudarnos a desentrañarlo. Yo lo estoy haciendo, de manera indirecta, con esta nota.

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