Cuento

Encuentro sexual entre el ministro y la ex reina de la Vendimia

Escuchá el relato de esta historia ardiente que termina de una manera inesperada.

Viviana Muñoz jueves, 11 de junio de 2020 · 21:28 hs
Encuentro sexual entre el ministro y la ex reina de la Vendimia

El auto oficial esperaba afuera. Se subió atrás y sintió ese aire de primera dama al que había aspirado desde que se presentó en aquella lejana Vendimia. El aroma a auto nuevo y la complicidad de lo que venía la ponían en modo sugestivo y ese paseo por la ciudad le despertaba una idea de comitiva tremendamente sexy. Cuando el chofer la miró por el retrovisor y le preguntó si tenía alguna preferencia musical, casi pudo sentir como su entrepierna se rindió sobre el tapizado recién lustrado.

La impenetrable guardia del barrio no hizo preguntas y los dejó pasar sin pedir identificación. Un arrebato de éxtasis se sintió fuerte en todo el asiento trasero.

Atravesando el jardín con cada especie iluminada excesivamente desde abajo, el auto entró entre las inmensas columnas algo finitas para el tamaño del palacete que aguardaba su llegada.

Se bajó, luego de retocar la base de maquillaje en el espejito que siempre tenía a mano y cruzó con sus stilettos el camino de lajas dejando la vida en cada junta. La puerta, casi de dimensiones medievales, se abrió de forma paranormal. El ministro esperaba detrás. Copa de champagne en mano, camisa color crema, cinturón de vestir con hebilla ovalada combinando exactamente con las de sus mocasines.

Ella lo besó distraída, dejando el aura de su concentrado perfume en toda su camisa, más obnubilada por el poder del mármol presente y el bronce futuro.

No parecía precisamente nerviosa. Se quitó el abrigo de piel sobreactuado para el clima de mayo, exhibiendo un escote sospechosamente sostenido. ( Es increíble pero el push up sigue funcionando en algunos targets).

Como todo hombre adulto, se refugió en el equipo de música para ganar tiempo. Sonaba Alberto Cortez y de repente, apelando a la modernidad, la sorprendió con un cover de Coldplay.

Rápidamente la condujo a la galería para mostrarle la obra maestra con la que la estaba esperando.

En el camino, ella fue haciendo sobre los objetos la radiografía del funcionario, pero diferentes portarretratos, sonriéndole, le mostraban un anfitrión que no estaba en casa.

Llegó a la galería y murió de emoción al ver el montaje. Parrilla, disco, horno de hierro, plancha ardiendo al nivel de ellos dos.

Si, toda seducción necesita un concepto eje. Un código único de dos, que funcione como anzuelo, y pueda sostener la excusa para iniciar el contacto y mantenerlo. Él había lanzado hace un tiempo su clásico actual: la cocina; y ella había aceptado demostrando una falsa pasión por el buen comer. Habían empezado el chistecito en un evento oficial en donde él le prometía en cada canapé que nada se comparaba con su don. Y así, cuando se cruzaban por las escaleras públicas, se mandaban alguna indirecta sobre la fecha de degustación.

Había llegado el día. Ya en la mesa, él no quiso que ella osara moverse e inició su show de servicio tal como se merecía una reina. (Después de tanto evento en Bodega, nadie iba a venir a contarle a él como era un buen menú de pasos). Esos pasos que siguen aferrados en la tendencia y nadie parece atreverse a cuestionar.

A la luz de esas velas y con semejante homenaje que experimentaba ella sintió como la categoría de su vida podía tener más perspectivas que la de su bono de sueldo.

El ministro, con el entusiasmo y la inseguridad que tiene un debut, llegó a la mesa con su primera creación: mollejitas caramelizadas sobre bruschetta y como corresponde siempre al primer paso, un buen Suavignon Blanc bien frío. Miradita sugestiva, un chiste doble sentido y de segundo: pinchos de cerdo agridulce y cambiamos a un Malbec joven para no abrumar con el azúcar en boca. Va manito en el hombro mirándola mientras prueba. ¿Y qué tal? Las maceré en jengibre y limón desde las 5 de la tarde. Ufff... ella sucumbía ante el trato de su súbdito y festejaba cada paso sin despreciar semejante agasajo, sin sospechar que era en ese punto en el que estaba a tiempo de pararlo todo. El, enceguecido por la recepción a su destreza, no podía detenerse. Y volvía de la cocina con pasos cada vez más alejados de la idea inicial. Pasaban de cerdo a vaca, de vaca a legumbres, de legumbres a especies de la India todo maridado correctamente y en cada vez, como si fuera una maratón internacional de alcohol y colesterol.

Ya en el paso 7, en un atisbo de razón, dejaron el postre para después, y pasaron al living, copa de ese Gran Reserva en mano. Ella eligió la esquina del gran sofá. El, dos cuerpos alejados, comenzó a enumerarle sus posibilidades de escalar dentro del gabinete.

Ella se acomodó mejor para escuchar admirada sus consejos aunque deseando desprender ese botón de aquel pantalón que, mágicamente, había cambiado de talle con el correr de la noche. El, control remoto en mano, subía y bajaba la música, extrañamente, entre recomendación y recomendación. Se incorporaba hacia la mesa ratona revisando las copas. Volvía para atrás, y se recostaba, brazo en la espalda del sillón, incómodo pero galán, demorando el acercamiento inminente. Haciendo, tal vez, un juego de espera ya un poco extendido a esta altura de la noche. De repente se excusó para salir al jardín de atrás en busca del perro que había olvidado desatar. Ella lo vio alejarse en la oscuridad, envidiando su astuto escape. Aprovechó para caminar todos los metros cuadrados del living, sudando ya su base de maquillaje, sabiendo que ese botón no le haría el favor de permitirle volver a sentarse. Y si... aparecieron los síntomas del terror de todo el que visita sin auto propio: frío, calor. Frío, calor.

El ministro apareció aliviado, camisa afuera del pantalón. Sin pensarlo demasiado y poniendo su sonrisa más encantadora ella le preguntó: ¿El baño? Y ante el gesto de él de escoltarla, le respondió: “Dejá, yo me ubico.” Frío, calor, frío, calor y ese pasillo interminable con puertas que se le venían encima hasta que pudo encontrar el más alejado de todos. Al escuchar el rebote amplificado del agua del grifo supo que había tomado un atajo sin salida. Desprendió el pantalón, respiró hondo, se secó el sudor, focalizó en su mente una imagen positiva y como buena dama, como una primera dama en potencia, logró recuperarse de una manera rápida y elegante. Alejando el malestar en su mente, pidiéndole un tiempo al universo y saliendo al ruedo con confianza. Sabiendo que en una cita adulta, el objetivo es ineludible.

Y tomó la decisión de acortar el tiempo,y de amortizar la inversión del día. Caminó por el pasillo decidida, fingiendo una pasión irrefrenable, rezando por ese tiempo extra que le estaba dando el destino. Se sentó encima de él, le arrancó el cinturón, lo tomó fuerte de la nuca, lo asistió para un desempeño veloz, confundiéndolo con un acting de dominación casi agresiva que lo dejó sin demasiado reflejo salvo el de obedecer. Ella fingió sin mucho esmero un buen final y se disculpó por haberse adelantado.

El ministro quedó aturdido y alucinado por haber despertado semejante conmoción sin siquiera haber tenido que desplegar sus propias artes sexuales, esas que, desde hace meses, pensaba para ella.

Cuando la vio alejarse en el asiento trasero del auto oficial, se sintió un campeón y supo que su estrategia culinaria era imbatible. La próxima cita redoblaría la apuesta. Dos pasos más para la próxima, sí. Y la iba a dejar muerta.

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