Neuropsicología y pandemia

Cuarentena mendocina: la sensación de que la libertad se ha perdido

Se ha constituido en un motivo de consulta que se propagó rápidamente. ¿Qué tramas teje nuestro cerebro para que nos angustiemos ante la posibilidad de perderla?

Cecilia Ortiz viernes, 24 de abril de 2020 · 06:59 hs
Cuarentena mendocina: la sensación de que la libertad se ha perdido

Ignacio llamó insistentemente, su ansiedad no le permitía pensar claramente. Pantalla de PC de por medio, me contó que no daba más. Que se sentía “enjaulado”, que no soportaba perder su libertad. Inmediatamente recordé una frase que leí en algún lado, atribuida a los griegos, vaya uno a saber si es verdad, que rezaba “ante todo, la libertad”.

Paralelamente, la misma zona de mi cerebro, que es la que se dedica a recuperar recuerdos, disparó un concepto del psicólogo Erich Fromm, que explicaba que, básicamente, los seres humanos tenemos dos impulsos inmutables: los biológicos y la libertad.

Pensemos, entonces, acerca de qué hilos de pensamientos se han ido tejiendo en la trama cerebral de Ignacio (y de muchos otros) que lo lleven a sucumbir a los encantos de la ansiedad, del temor, y, hasta casi, de la desesperación, frente a una situación de aislamiento obligado.

Y es que, desde que comenzamos el proceso de individuación, aprendemos a valorar la libertad como aquella facultad que nos permite actuar a voluntad. Concepto abstracto, cuyo absoluto es imposible, dado que, al vivir inmersos en una cultura, debemos acatar ciertas normas y actuar de acuerdo a valores sociales, religiosos, morales y filosóficos.

El sistema de pensamiento se erige en torno a ideas acerca de nuestra acción, de la de los demás y del mundo que nos rodea. El libre albedrío es el eje que brinda dirección a nuestras creencias.

Desde el negativo, la pérdida de libertad, por lo general, se asocia con ser dominado, sometido al deseo y voluntad de otro.

Pero allá vamos, pretendiendo, al menos ilusoriamente, hacer “lo que queremos”. El porrazo nos lo pegamos cuando la realidad nos pone el límite. Como ocurre ahora con la inesperada cuarentena.

Ante esta terrible afronta, nuestro cerebro intenta buscar justificativos a la experiencia. Y, la mayoría de las veces caemos en falacias, que despiertan emociones que nos incomodan y conducen a conductas que nos sorprenden.

En una primera instancia, intentamos reconfortarnos racionalizando el confinamiento, entonces hablábamos de empatía, de buscar el bien común, armamos grupos de oración, grupos para donar, grupos para sostener a otros grupos, en fin, intentamos en esta “luna de miel” con la crisis, fortalecer una red social para resguardarnos y guarecernos. Bajo esos

ideales, la libertad quedó en suspenso por una buena causa y porque intuíamos que la cosa pronto pasaría.

Pero el tema no se resolvió tan rápido, el tiempo empezó a dilatarse y, entonces, vislumbramos que nuestra libertad iba a quedar confinada al palenque un rato más. Mermaron las publicaciones que exponían a noveles chefs, algunos grupos se cansaron de las porras y caímos en la cuenta de que extrañábamos nuestra libertad, entonces, nos percatamos de que NADA llena ese vacío enorme. Y nos angustiamos.

Pasamos a la etapa del desencanto, nos hartamos del encierro. Cantamos “No es lo mismo el otoño en Mendoza” con voz quebrada porque no podemos estar allí donde la estación contonea sus hojas de color amarillo, rojizo y ocre. Por momentos sentimos bronca, buscamos teorías conspirativas por todos lados, culpamos a diestra y siniestra y transgredimos. Y nos desesperamos, porque ahora sí entendemos que no sabemos cuánto más podamos aguantar así. Y porque no nos bancamos que nuestra libertad sea marioneta de un bichito que inesperadamente nos visitó.

En este momento saboreamos las consecuencias psicológicas de la amenaza a la libertad. Explotaron las consultas a psiquiatras y psicólogos. Aparecen los Ignacios por doquier implorando volver a decidir sobre sus vidas. Y, la verdad, es que, reconozcamos que estamos limitados, pero aún tenemos la posibilidad de elegir cómo nos vamos a parar ante esto, cómo vamos a mirar la situación y cómo vamos a encarar lo que queda de encierro. Eso también es libertad.

Es como cuando corremos una carrera larga y nos decimos a nosotros mismos: “¿Quién nos manda a hacer esto? Abandonemos ya”, y, entonces, nuestra racionalidad nos dicta: “mirá todo lo que entrenaste para estar acá, vamos que queda poco, no bajés los brazos ahora, cuando crucés la meta te vas a sentir increíble”.

Este es el punto en el que la razón debe imponerse a la emoción. No nos desesperemos, seamos libres de tomar una actitud frente al encierro y no bajemos los brazos, la libertad va a volver, porque es nuestra esencia y porque ante todo, está.

Lic. Cecilia C. Ortiz / Neuropsicóloga / licceciortizm@gmail.com

Archivado en