Una tonta reina imaginaria: la caída de Cristina Fernández de Kirchner
La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner terminó con su periplo en la Causa Vialidad y enfrenta la prisión que, por su poder acumulado, nunca imaginó quién creyó ser la abanderada de los pobres.

Cristina Fernández de Kirchner, en prisión, deberá usar tobillera electrónica.
Noticias ArgentinasPasaron 17 años desde que referentes de la Coalición Cívica denunciaron irregularidades en la asignación de obra pública en Santa Cruz. Pasaron casi nueve años desde que se reactivó la Causa Vialidad a raíz de una auditoría de Javier Iguacel. Pasaron tres años desde que se condenó a Cristina Fernández de Kirchner. Pasaron 14 funcionarios entre fiscales y jueces. ¿El resultado? Seis años de prisión. La expresidenta se pregunta: ¿Por qué?
En 1973, Charly García junto a Nito Mestre, líderes de la icónica banda Sui Generis, lanzaron su segundo álbum tras el éxito de Vida, su opera prima. Se trataba de Confesiones de invierno, long play de nueve canciones que contaba con históricas piezas como Rasguña las piedras, Aprendizaje y Lunes otra vez, pero también una no tan popular (aunque muy conocida por los fanáticos) "Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no".
Te Podría Interesar
La misma relata la historia de cómo un rey no vio la crisis de su reino y no pudo avistar el advenimiento de una revolución en su contra que lo dejaría solo y olvidado. La historia pareció reescribirse en la década kirchnerista, la cual tiene un punto cúlmine hoy, cuando la prisión de Cristina Fernández de Kirchner es concreta, aunque todavía debe enfrentar varios procesos judiciales.
Yo era el rey de este lugar, vivía en la cima de la colina
La canción de Sui Generis comienza con una melancólica melodía con el “tonto rey” relatando cómo era su vida en el pasado: “Yo era el rey de este lugar, vivía en la cima de la colina. Desde el palacio, se veía el mar y en el jardín, la corte reía. Teníamos sol, vino a granel y así pasábamos los días, tomando el té, riéndonos al fin ¿Por qué murió la gente mía?”.
Cristina Kirchner no entiende qué pasó. No entiende por qué le achacan lo que le achacan. De 2003 en adelante, la familia Kirchner gozó de una suerte de suma del poder público que la misma política le otorgó al instalarse la idea de la gran administración de Néstor Kirchner y compañía, mientras solo algunos criticaban la gestión. Parecían Ernesto Sammartino y sus aliados gritando solos en el Congreso en tiempos de Juan Domingo Perón. Como aquel histórico diputado que denunciaba atentados permanentes contra la república y persecución, tenían razón.
La situación se agravaría en 2011 cuando Cristina Fernández de Kirchner ganó las elecciones con el 54,11% de los votos en primera vuelta. Una cifra histórica. La que denunciaba la corrupción de la entonces presidenta, Elisa Carrió, obtuvo solo 1,82% de los votos. Nada hacía creer que el imperio kirchnerista podía caer en solo cuatro años y comenzaría el “plan de lucha” para evitar su detención.
Yo era el rey de este lugar, aunque muy bien no lo conocía
Luego de la crisis de 2001, la pobreza llegó al 65,6% producto de un fuerte ajuste que tenía por objetivo sanear la economía durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Con la asunción de Néstor Kirchner, la explosión de los precios de la soja y el crecimiento de los planes sociales, la pobreza cursó un franco descenso hasta el segundo semestre de 2011. Allí el descenso se estancó y comenzaron a crecer las dudas sobre la administración de Cristina Fernández de Kirchner. El modelo económico evidentemente había fracasado.
El dinero de la soja se había acabado y los actos de corrupción del pasado volvieron a copar la agenda luego de verse cubiertos por el impulso del modelo clientelista. Llegaron también las tragedias que marcaban un deterioro de la obra pública que, supuestamente, estaba avanzando: el descarrilamiento de Once y la inundación de La Plata. Llegaba la hora de la crisis política y social.
Los que eran pobres comenzaron a hacerse preguntas sobre si la presidenta era tan grande como se decía. Desde el kirchnerismo se recrudeció la guerra contra la prensa. En 2012 comenzaron las manifestaciones contra el Gobierno mientras las cadenas nacionales desde fábricas sin operaciones se repetían.
La canción de Sui Generis da una lectura del rey que miraba asombrado lo que ocurría: “Gente brutal, sin corazón que destruyó el mundo nuestro. ‘Revolución, revolución’, cantaban las furiosas bestias. La Corte, al fin, fue muerta sin piedad y mi mansión hoy es cenizas. ‘Libertad, libertad’”. Así miraba Cristina Fernández de Kirchner a la oposición. Eran unos salvajes antipatria.
La campaña contra estos opositores y la alianza de Cambiemos era simple: “No tienen corazón”. A esta “gente brutal”, entonces, se le ocurrió hacer un relevamiento del estado de la Nación. Se encontraron con el horror. Pobreza, inseguridad, corrupción y datos falsos porque “la verdad estigmatiza”.
La caída del tonto rey imaginario, o no
Cristina Fernández de Kirchner buscó no caer detenida bajo ningún motivo, a pesar de que en la soledad debe ser consciente de que lo que hizo es delito. Cualquier exitoso abogado lo sabe. La Justicia, contrario a lo que suele creerse en la Argentina, no fue servil al poder. Obtuvo las pruebas y condenó a nueve ciudadanos. No le tembló el pulso ante semejante figura condenada en la Causa Vialidad.
La canción de Sui Generis viaja repentinamente al presente y el rey relata: “Yo era el rey, de este lugar. Tenía cien capas de seda fina. Estoy desnudo, si quieren verme, bailando a través de las colinas”.
Aunque no existe la figura del uniforme para los convictos en la Argentina y mucho menos para quien goce de la prisión domiciliaria, la idea estará en el inconsciente colectivo. Tendrá la suerte de conservar sus cien capas de seda fina que la corrupción le otorgó. Tendrá una pena que muchos consideran minúscula en prisión y una eterna inhabilitación a ejercer cargos públicos.
Lo que no tendrá es futuro político real. La reina jamás volverá a serlo. Los dirigentes peronistas que actúan dolor ya se prueban sus vestidos. Las filas peronistas usarán su imagen, pero prescindirán de sus servicios. Es difícil para los exconvictos conseguir trabajo. Quizá en un futuro ya no sea más Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no y pase a ser una nueva versión de Cuando ya me empiece a quedar solo.