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Donald Trump cruzó el Rubicón y la suerte ya está echada para Nicolás Maduro y Volodymyr Zelensky

Los destinos del dictador venezolano y el presidente ucraniano quedaron inesperadamente entrelazados por las necesidades políticas del flamante Premio FIFA de la Paz, que está a punto de consagrar la victoria rusa y de avanzar con un ataque incierto en territorio latinoamericano

Donald Trump cruzó el Rubicón y la suerte ya está echada para Nicolás Maduro y Volodymyr Zelensky.

Donald Trump cruzó el Rubicón y la suerte ya está echada para Nicolás Maduro y Volodymyr Zelensky.

Julio César lo entendió antes que nadie: hay momentos en que ya no se puede volver atrás. El Rubicón no era un río cualquiera. Era una frontera política, que se convirtió en una frontera histórica. Al atravesarlo, al entrar en Roma con sus legiones, César sabía que rompía un pacto sagrado. Sabía que del otro lado no esperaba la gloria inmediata, sino la guerra. Lo hizo igual. “Alea iacta est”, dijo. La suerte está echada. Lo que venga, vendrá.

Y lo que vino fue una guerra civil brutal, la implosión de una República que ya estaba podrida desde hacía tiempo y el nacimiento de otra cosa. César no llegó a coronarse emperador porque lo apuñalaron antes, pero ya ejercía como tal: dictador vitalicio con poder absoluto. Aplastada la disidencia interna, Roma estaba lista para salir a conquistar el mundo.

Donald Trump también cruzó su Rubicón. No está en un mapa de la antigüedad, sino en el tablero geopolítico que une Caracas con Kiev. Su apuesta parte de una premisa sencilla y brutal: el mundo ya no es un concierto de naciones que se rigen bajo las normas del multilateralismo diseñado en las universidades. Es una competencia descarnada entre grandes potencias que se reparten zonas de influencia y, en la medida en que se pongan de acuerdo, no pisan el patio trasero de la otra. Cada uno manda en su barrio, si es posible, de manera irrestricta.

En ese mundo, la suerte de Nicolás Maduro y Volodymyr Zelensky ya está echada. Con todo lo sucedido desde el 2 de septiembre, cuando comenzó la ofensiva contra el régimen venezolano para la cual la Casa Blanca realizó el mayor despliegue militar en la historia del continente, la continuidad de Maduro en el poder sería una humillación mayúscula para Trump. Una que provocaría lo que él más teme: que sus interlocutores —los que le importan, que son Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi— lo miren con sorna, como un perrito que ladra mucho pero es totalmente inofensivo.

En ese mundo, en el que Estados Unidos tiene que volver a dominar su hemisferio, no hay espacio para seguir destinando recursos económicos, militares y de inteligencia en Europa del Este para frenar a una Rusia que Trump no ve como amenaza. El temor de Washington, en todo caso, es cómo Rusia se volvió cada vez más dependiente de una China cada vez más fuerte.

Para quienes diseñan la nueva doctrina geopolítica estadounidense, el único camino posible es abandonar a Zelensky y forzarlo a elegir entre una rendición presentada como un acuerdo y una catástrofe militar.

Cómo salir del atolladero ucraniano

Trump quiere retirar a Estados Unidos de todos los pantanos en los que Estados Unidos gastó miles de millones de dólares sin obtener ningún rédito económico ni geopolítico. Medio Oriente es el mejor ejemplo. Dos décadas de guerras e intentos fallidos de construcción de estados democráticos de papel terminaron con menos oportunidades de negocios y, sobre todo, menor influencia en la región. Es evidente que todas las gestiones de Trump con Qatar, Arabia Saudita, Turquía e incluso la Siria del terrorista Ahmed Al Shara van en el sentido contrario. Ese mismo camino quiere seguir en Eurasia.

Para Trump, Rusia podrá ser una amenaza para Europa, pero no para Estados Unidos. Prefiere tener a Putin de socio incómodo, pero útil. Es la misma estrategia con la que Xi Jinping manejó la invasión de Ucrania: mientras Occidente sancionaba a Rusia, Beijing le ofreció un salvavidas.

Entendió que ahí había oportunidades económicas —acceder a la energía rusa a menor precio y ganar mercado para los productos chinos— y geopolíticas —contar con un potencial aliado en los conflictos abiertos con Occidente—. En ese cálculo no entran ni el derecho internacional ni la moral, sólo la realpolitik. Trump está convencido de que no actuar de la misma manera deja a Estados Unidos en una situación desventajosa.

Por eso la guerra en Ucrania es, para él, un problema y una oportunidad al mismo tiempo. Problema, porque empuja a Putin a abrazarse a China como tabla de salvación frente a sanciones y aislamiento. Oportunidad, porque una paz negociada a la manera de Trump le permitiría dos cosas a la vez: cerrar un frente que drena dinero y atención, y empezar a despegar a Moscú del regazo chino.

El plan de 28 puntos rebajados

De esas elucubraciones salió el famoso plan de paz de 28 puntos para Ucrania, redactado por su enviado Steve Witkoff: un esquema que obliga a Kiev a ceder territorio, renunciar de hecho a entrar en la OTAN y aceptar límites duros a su capacidad militar. Es, en la práctica, la legitimación de una Ucrania amputada y asediada, con la Rusia de Putin quedándose con un trozo del país como premio por una guerra brutal.

No es casual que en Europa haya estallado la alarma. En una llamada filtrada, Emmanuel Macron advirtió a Zelensky que “hay una posibilidad de que Estados Unidos traicione a Ucrania en la cuestión territorial”, es decir, que Trump firme una paz que consagre las conquistas rusas sin garantías claras de seguridad para Kiev.

Esa postura es la que llevó a Putin a denunciar que Europa está boicoteando el proceso de paz y a advertir que insistir por ese camino puede terminar con una guerra con Rusia. “Estamos preparados ya mismo para librarla, y esa sería una guerra de verdad, no una quirúrgica como la de Ucrania”, aclaró el dictador ruso.

Esa filtración debe ser contrastada con otra, la de una conversación entre Witkoff y el principal asesor de política exterior del Kremlin, Yuri Ushakov. Son dos piezas significativas, porque muestran el abismo que separa hoy a Europa de Washington. En su diálogo con Ushakov, el enviado de Trump no sólo discute formatos de paz: prácticamente le explica al ruso cómo venderle el acuerdo a Trump, cómo redactar los puntos, cómo presentar el plan como una victoria del presidente norteamericano, cuando es en rigor un triunfo para el ruso.

Lo que emerge de ahí es la confirmación de que el boceto inicial del plan estadounidense bebe mucho de los deseos rusos, y que el objetivo central es terminar la guerra aunque sea a costa de Ucrania.

El gran problema que tiene Europa es la ausencia de un plan alternativo que sea viable. Incita a Zelensky a no doblegarse, pero no tiene forma de darle lo necesario para resistir los avances del ejército ruso. Esa carencia de visión estratégica es otro de los abismos que separa hoy a sus líderes de Trump, Putin, Xi o Modi.

El Rubicón caribeño

Si Trump está dispuesto a tolerar que Putin se quede de forma imperial con una parte de Ucrania, no puede, al mismo tiempo, permitirse aparecer débil en su propio hemisferio. No puede regalar la sensación de que cede ante un dictador que, además, funciona como peón de Rusia, de China y de Irán en América Latina.

El plan A, B y C de Trump era presionar para forzar a Maduro a irse por su cuenta. Las opciones militares empezaban recién en la D. Pero está claro ya que las alternativas incruentas se agotaron. Pasaron más de 20 ataques contra narcolanchas que dejaron más de 80 muertos en tres meses.

Eso en el marco de un despliegue naval en el Caribe con destructores, unidades anfibias, un submarino nuclear y, finalmente, la joya de la corona: el portaaviones USS Gerald R. Ford, el más grande del mundo, con cerca de 90 cazabombarderos a bordo. Nada de eso logró intimidar a Maduro.

Tampoco la llamada telefónica que mantuvieron el 21 de noviembre. Según reconstrucciones de diversas fuentes involucradas, durante esa conversación el presidente estadounidense le dio un ultimátum: tenía días para anunciar una salida ordenada del poder, con garantías personales.

Maduro respondió que sólo se iría progresivamente, conservando la tutela sobre las Fuerzas Armadas, con una amnistía para toda la cúpula del Cartel de los Soles. Según The Telegraph, pidió también USD 200 millones. Ahí mismo terminó la llamada.

Sin salida

Maduro pone condiciones que sabe que serán rechazadas porque no puede dejar el poder. Tal vez si fuera por él lo haría. Pero no es Maduro quien controla Venezuela. Ni siquiera Diosdado Cabello, verdadero jefe de la estructura criminal y militar del régimen. Son los agentes de la seguridad del estado cubana que lo custodian desde hace años y en los hechos lo controlan.

Y el régimen cubano, que atraviesa la mayor crisis económica de su historia, no puede permitirse que Maduro se vaya. Si es necesario lo van a matar antes de que entregue el poder.

Por eso venció el plazo y Maduro sigue ahí, atrincherado, pero desafiante. Dando clases de “inglés Tarzán”, bailando en las calles de Caracas y proponiendo que cada día haya rumba en Venezuela. En el fondo, está haciendo que baila en la cubierta del USS Gerald R. Ford. Si después de eso Trump ordena un repliegue de sus fuerzas, quedaría totalmente desautorizado como líder fuerte en la compleja escena actual.

Trump no sólo debe actuar contra Maduro. Debe hacerlo rápido. En el Congreso de Estados Unidos está avanzado una investigación que puede comprometer seriamente la continuidad del despliegue. El 2 de septiembre fue el primer ataque aéreo que hundió una lancha rápida que transportaba droga desde Venezuela, operada por miembros del Tren de Aragua.

Trump anunció por todo lo alto que habían abatido a 11 narcoterroristas. Luego se sabría que hubo un segundo golpe contra los sobrevivientes, casi una hora después. Una acción que abre un debate jurídico sobre posibles crímenes de guerra. Si el Departamento de Guerra sigue estirando los tiempos de una definición sobre el futuro de Maduro, se arriesga a que la presión interna avance hasta un punto en el que sea mucho más difícil atacar de verdad.

Los dados ya rodaron en Ucrania y en Venezuela. A Zelensky le toca buscar figuras retóricas que le sirvan de protector gástrico y le permitan digerir la píldora intragable que le ofrece Trump. A Maduro, sólo le queda bailar hasta el final, apostando a que Trump se acobarde a último momento.

A Trump sólo le queda mirar el río que acaba de cruzar y aceptar que ya no hay vuelta atrás. Sin premio Nobel de la Paz, con el consuelo del Premio FIFA de la Paz, deberá realizar un ataque que lo exponga a ser acusado de haber iniciado una nueva guerra.