Las tragedias de los adolescentes: accidentes, dolor y padres que no los entienden
La muerte de cuatro adolescentes enlutó a la provincia. Una tragedia "sin culpables", que alerta sobre la falta de atención de los adultos hacia los jóvenes.
Cuatro adolescentes murieron en un incidente vial la semana pasada y el dolor de las familias se traslada a toda la provincia por una empatía automática. El impacto es tan brutal que cambia el eje de las discusiones públicas; que hablar de otra cosa parezca una falta de respeto. Es una tragedia sin culpables, como ocurre en muchas de las muertes de adolescentes y jóvenes. Por su edad, siempre son víctimas. El dolor de las familias y sus afectos es inconmensurable, pero el impacto se multiplica, se irradia. El pudor hace que ese acompañamiento ocurra en silencio y hasta con autocensura: mejor no profundizar.
Al mismo tiempo, en Mendoza la cantidad de adolescentes que intentan quitarse la vida crece y genera alertas. En silencio, los adultos cargamos con la angustia de no saber qué hacer y, en paralelo, una sensación culposa. Mejor no hablar.
En un mundo de constante cambio los jóvenes son víctimas de las decisiones de los adultos que no los entienden. No es novedad, claro, pero la sobreexposición lo hace más evidente.
Los extremos de los que hablamos son los jóvenes que pierden la vida, ese brutal impacto que se entiende como un error del sistema: ningún padre debería enterrar a su hijo. La enorme mayoría de los fallecimientos de jóvenes tiene que ver con factores externos. Accidentes en primer lugar y suicidios en segundo.

En datos
En Mendoza el 36 por ciento de las muertes de niños de hasta 14 años es por causas externas. Pero en adolescentes de entre 15 y 19 años el 59,5% de los fallecimientos es por esas razones. Los accidentes y los suicidios son las principales causas registradas. En el caso de los accidentes también son el origen de muchas de las discapacidades con la que luego conviven muchos de los jóvenes, sobre todo discapacidades relacionadas con la motricidad. Sin entrar en detalles, hay decenas de carencias que agudizan el problema; desde exámenes de manejo tomados en una playa de estacionamiento, calles mal preparadas, hasta falta de docencia en el oficio de manejar.
La cantidad de jóvenes que se quita la vida tiene otro dato escondido y son los intentos. “Dato importante, son las edades tempranas en las cuales ocurren estos eventos”, advierten desde el Ministerio de Salud en el informe sobre intentos de suicidio en la provincia. En efecto, la enorme mayoría de las personas que están registradas en esa estadística tienen menos de 24 años y el pico del problema está entre los 14 y los 18 años. “El intento de suicidio tiene como principal mecanismo: “la sobreingesta de medicamentos”, con un 41.82% (138/330), en segundo lugar, por: “Objetos cortantes” 16,36% (54/330) y en tercer lugar, por: “Bajo efectos de sustancias Psicoactivas” 6,67% (22/330)”, detalla el informe. Otro dato relevante es que en su gran mayoría ocurren en el hogar; que también algunas veces es fuente de los problemas.

El Ministerio de Salud de la Provincia creó un programa específico de prevención y abordaje del suicidio en jóvenes, alertados por la situación y con la idea de quitar un tabú: hablar de salud mental. Ironías de la vida política, ese programa se financia con parte de lo recaudado por el Instituto de Juegos y Casinos, organismo que promociona y regula los juegos de azar, actividad que potencia otro problema de salud mental que crece enormemente en Mendoza: la ludopatía (y todos los problemas colaterales que acarrea).
En Mendoza, como en el resto del país, los niños y jóvenes son más vulnerables. Son los que más sufren la pobreza, sin tener responsabilidad: 6 de cada 10 niños y adolescentes crecen en hogares sin los recursos necesarios. También son los más frágiles en temas de salud, pues la mayoría no tiene obra social, mientras que los adultos mayores tienen cobertura universal, por nombrar otro de las franjas etarias vulnerables. Sin cobertura social, menos acceso tienen a soluciones a sus problemas urgentes, como el abordaje de la salud mental. Los niños y adolescentes son mucho más víctimas que responsables de muchas de las cosas de los que los acusan, como la inseguridad, la violencia (incluida en sus familias) y también del silenciamiento.
Extremos
Los casos de fallecimiento son extremos que surgen como iceberg de los profundos problemas con los que conviven los jóvenes mendocinos y que “el mundo adulto” no sabe abordar. Peor aún, la generación de padres de adolescentes somos parte de una transición enorme en los vínculos, las formas de comunicación, la tecnología y el consumo.
Los adolescentes de hoy son nativos digitales, se comunican y se vinculan por redes sociales. Sus padres operativamente usan los mismos medios, pero con códigos antiguos. Ocurre en otros ámbitos menos tangibles, como la afectividad, la sexualidad, la planificación y los “objetivos”.
Los boomers y la generación X nacimos analógicos y vivimos en el mundo digital. Crecimos con censura y vivimos en un mundo mucho más libre. La distancia entre uno y otro escenario es amplia porque no se trata de temas operativos. De ahí viene algunas de las frases redundantes que se replican como respuesta: yo lo hice así, a tu edad yo ya…o, más aún, la actitud culposa y la sobreactuación sobreprotectora. “Yo te lo resuelvo…yo te lo compro”. “Es una forma evasiva para no hacerse cargo, no escuchar o proyectar lo que el adulto vivió, pero que no es la misma experiencia que vive su hijo”, explicó una terapeuta a MDZ. “Hay un problema de códigos, de vivencias y de respuesta. Los problemas se viven como tragedia, en vez de abordarlos. Cada obstáculo es una frustración, en vez de un aprendizaje”, agrega la mujer.
Mendoza, como ocurre en todas las comunidades del país, tiene un problema social profundo que es herencia de las últimas décadas: los adultos de hoy no pueden garantizar que sus hijos vivan mejor. Materialmente, porque hay problemas profundos de acceso a bienes clave como salud, educación y trabajo estable. Anímicamente, porque la potencia de las crisis ha dejado marcas: desde familias enteras que crecieron fuera de la cultura del trabajo por falta de acceso, a, en otro extremo, niños y jóvenes que crecen en burbujas.
Hilando fino en una liviana descripción sin intenciones de teorizar, más profunda es aún la crisis de vinculación, de enseñanza y acompañamiento. La hiperempatía reina, como actitud culposa para cubrir otras carencias. Esa idea de acompañarlos en la aceleración de la vida, aunque quizá por su edad lo que más necesitan es saber explicarles cómo se usa el freno, en el sentido no literal de la palabra.

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