Nicolás Maduro, el usurpador
Todo parece indicar que una vez más la esperanza en Venezuela quedará frustrada. Los venezolanos sufrirán una vez más el recorte de sus mínimos derechos. Yamil Santoro, legislador, opina en MDZ.
La dictadura de Nicolás Maduro, heredero de Hugo Chávez, volvió a poner en movimiento la maquinaria fraudulenta para reelegirse. La soberanía del pueblo, elección tras elección, es burlada; terminando vaciada de sentido y transformada en un ritual de demostración de obediencia que sólo sirve para aportarle alguna narrativa de legitimidad a un régimen decadente. Por la magnitud de la diferencia en votos que obtuvo el candidato de las fuerzas democráticas, Edmundo González Urrutia, frente al fracasado Nicolás Maduro, esta situación cobró una nueva magnitud de vergüenza y ofensa.
El chavismo nunca tuvo vocación democrática. Nació con un militar sedicioso que, pocos años después de su intento de golpe de Estado, se presentó a elecciones como una supuesta revolución nacionalista para acabar con un bipartidismo agotado, que alternaba entre Acción Democrática y COPEI.
Desde sus inicios, el chavismo es una mezcla de nacionalismo y socialismo, marcado por el desprecio a las libertades individuales, la iniciativa privada, el Estado de Derecho y la economía de mercado. Bajo el slogan del “socialismo del siglo XXI” logró cobijar a movimientos y partidos que habían quedado boyando sin rumbo tras la implosión de la Unión Soviética, financiando aventuras políticas e intelectuales populistas en América latina y Europa, que se plegaron -gracias a la generosidad del petróleo venezolano- a la narrativa de Hugo Chávez. La planificación estatista de la economía y la demagogia tuvieron como consecuencia previsible, tal como ocurrió en los países del bloque socialista del siglo XX, el empobrecimiento de la población y la caída de la productividad por negligencia y corrupción.
Para quienes venimos observando in situ las elecciones y seguimos de cerca la involución de Venezuela, no es sorprendente que el régimen autoritario recurra, otra vez más, a los mecanismos fraudulentos que le han servido para mantenerse en el poder durante los últimos 25 años. Fui testigo del fraude en primera persona en las elecciones del 2012 y desde entonces las cosas solo han empeorado hasta llegar al burdo robo del fin de semana pasado.
La filosofía política del liberalismo considera a cada ser humano como un fin en sí mismo, mientras que, en las antípodas, el populismo autoritario utiliza a las personas como medios, como simples instrumentos al servicio del poder, en un ejercicio constante de degradación de la dignidad del individuo.
Tal como aconteció en la URSS y los países satélites de Europa Oriental, tal como ocurre en la República Popular China y Corea del Norte, el socialismo promueve la mediocridad, la adulación al líder como mecanismo de ascenso social y, en definitiva, en la destrucción de la propia personalidad para someterse al colectivo político. Es un sistema que expulsa o aplasta a quienes quieren progresar, a quienes tienen aspiraciones de movilidad social ascendente por sus propios méritos, a quienes se atreven a tener pensamiento crítico. Desde hace por lo menos una década, más que petróleo Venezuela exporta exiliados.
Digámoslo con todas las letras: las fuerzas democráticas de Venezuela vencieron, y Nicolás Maduro es un usurpador. Detrás de María Corina Machado, de firmes convicciones liberales, que contra viento y marea se enfrentó a este régimen autoritario, la coalición democrática venció en las urnas el pasado domingo 28 de julio, y es hora de que el usurpador responda por sus crímenes.
Es indudable que se cometió un fraude gigantesco: se impidió el acceso al conteo de las actas del Consejo Nacional Electoral a los representantes de la oposición democrática, a los observadores independientes y a los pocos veedores internacionales que lograron traspasar las fronteras de Venezuela, sorteando las deportaciones masivas. Tras largas horas de sospechoso silencio, el CNE anunció la “victoria” de Maduro con un imaginario 51,2% y se apresuró a proclamarlo ganador en pocas horas. Al dictador Maduro poco le importa el rechazo y las sanciones internacionales: le basta con consolidar sus alianzas con las autocracias del mundo como Cuba, Nicaragua, Rusia, China e Irán. Nota al margen, vergonzoso el episodio en la OEA donde por la especulación de algunos países se le dio oxígeno a la dictadura.
Espero que las fuerzas democráticas de Venezuela no claudiquen. Que sigan ocupando cada espacio que aún esté libre, hablando, denunciando, ganando la calle. Sólo si el pueblo se levanta, es que se puede demoler este régimen corrupto y despótico. A la comunidad internacional, sepamos que nuestro rol es fundamental para que no se consagre uno de los mayores atropellos a la libertad y a la democracia que hayan acontecido en nuestros tiempos. A Maduro el fraudulento, el ilegítimo, el dictador, el usurpador, lo debemos enfrentar hasta derrotarlo. Sin concesiones, cuestionándolo en cada centímetro disponible, hasta que se caiga el castillo de naipes.
* Yamil Santoro, legislador, abogado, empresario y docente.