A 40 años de un hito histórico: el retorno a la democracia
En estos 40 años sucedieron acontecimientos que ampliaron ciudadanía y derechos, pero también existieron períodos caracterizados por la exclusión económica y social de amplios sectores.
Para quienes hemos tenido el privilegio de vivir aquella significativa fecha que fue el 30 de octubre de 1983, se trata de un hito en nuestras vidas cuyo recuerdo llevaremos siempre con nosotros. Fue magnífico no solo para aquellos que al final de la jornada teníamos la alegría de haber votado por quien se consagró presidente, el doctor Raúl Alfonsín, sino para todos los que, desde distintas vertientes ideológicas, profesaban ideales democráticos.
Los más jóvenes podrán leer la crónica de esos días y acaso, con la necesaria distancia y objetividad, sean capaces de analizar los acontecimientos con mayor profundidad que nosotros. Lo que nos queda a los más grandes es el recuerdo de una experiencia intransferible, porque es imposible testimoniar el enorme entusiasmo que nos invadía.
Baste decir que los actos de los principales partidos, en Buenos Aires y en las grandes ciudades del país, fueron acompañados por cientos de miles de personas. Casi nadie permaneció indiferente. Familias enteras ganaban la calle, imbuidas de una esperanza fundacional como pocas veces sucedió en nuestra historia.
¿Fueron satisfechas esas esperanzas?
A cuarenta años de aquel día, podemos señalar que lo fueron solo parcialmente. No resulta necesario realizar el inventario
de los enormes problemas que enfrentamos, sobre todo en el orden económico y social. Están a la vista. Lo que también está a la vista, pero no nos detenemos a mirar, abrumados por los contratiempos de la cotidianeidad, es que llevamos cuarenta años ininterrumpidos de democracia.
Solemos decir, tal vez por cierta comodidad del lenguaje, que el 30 de octubre (o el 10 de diciembre, cuando asumió el nuevo gobierno) recuperamos la democracia. La afirmación implícita es que la Argentina vivía en democracia y, luego de una interrupción por parte de un gobierno de facto, continuó con el modo normal de regir sus instituciones.
Pero esa simplificación oculta o desnaturaliza una realidad más compleja y menos benigna. Muy esquemáticamente podemos decir que desde la Organización Nacional tuvimos un ciclo de gobiernos republicanos pero de una democracia limitada, entre 1862
y 1916, y gobiernos constitucionales democráticos, entre 1916 y 1930. Con el golpe del 6 de septiembre de ese año se va a iniciar un largo período de gobiernos de facto y gobiernos civiles surgidos de elecciones fraudulentas o proscriptivas.
Más difícil de encasillar fueron los gobiernos de Perón entre 1946 y 1955, porque si bien sus credenciales democráticas de origen fueron incuestionables, ni el más acérrimo de los peronistas desconoce hoy la severa restricción de las libertades públicas que signó ese tiempo. En síntesis, desde 1930 hasta 1983 no vivimos en una democracia normal, con plena libertad, con división efectiva de poderes y con alternancia de partidos en el poder.
Por eso, más que recuperar los argentinos fundamos el 30 de octubre de 1983 una democracia. Fue una obra colectiva, pero es justo reconocer el rol protagónico que le cupo en esa tarea a Raúl Alfonsín. Su gobierno estuvo plagado de dificultades económicas y de las turbulencias generadas por su decisión de que se sometiera a juicio a las Juntas Militares del período de facto, pero el juicio histórico revaloriza el coraje civil, las convicciones democráticas y republicanas, y la honestidad de ese gran líder del radicalismo.
Lamentablemente la hora actual nos encuentra con una nueva versión del peronismo, el kirchnerismo, que lleva como candidato al mismo ministro de Economía que agravó en un año todos los problemas que quiso enfrentar. Insólitamente, pese a llevar la inflación a cifras que hoy no padece casi ningún país del mundo, a un creciente desabastecimiento (de insumos industriales, de insumos
médicos, de nafta, etc.) y a una virtual parálisis de las inversiones, el clientelismo le ha permitido llegar al balotaje.
Enfrentará a una persona que es una incógnita, porque nunca gobernó, y se maneja con un estilo provocativo que no favorece el diálogo ni la búsqueda de consensos. No obstante, en esa encrucijada, los argentinos haremos bien en optar por el cambio antes que por la continuidad.
Celebremos, entonces, estas cuatro décadas en las que hemos podido elegir libremente a nuestros gobernantes; y hagamos el esfuerzo de dotarla de los equilibrios republicanos que aún le faltan y de edificar entre todos una Argentina de desarrollo económico con equidad social, plena de oportunidades, abierta, tolerante e integrada al mundo. Será una tarea cotidiana y continua, sin el brillo fugaz de las gestas espectaculares, pero si logramos emprender ese camino nuestros nietos nos van a honrar, como decía Alfonsín, como nosotros honramos a los hombres que nos dieron la Organización Nacional.
* Dr. Jorge R. Enríquez, exdiputado nacional – Presidente de la Asociación Civil JUSTA CAUSA
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