Van 4 décadas democráticas: ¿los argentinos tenemos un ser nacional?

Proponerse hacer una efeméride por la elección de 1983 en el día de hoy es muy difícil. En primer lugar, cualquier adulto de 50 años participó de manera muy lavada de aquel evento. Recuerdo yo tenía 7 años y estábamos comiendo un asado con mi familia en Pehuajó, en lo del cirujano del pueblo. El gran Daniel Eguía. El típico radical de clase media de pueblo, profesional comprometido con su vocación de toda la vida. 

De impecable vestir siempre, 4 hijos y con una esperanza de que Argentina volvería a hacer lo que tenía que hacer para lograr la vuelta a la democracia y a la grandeza. Hoy Daniel ya no está con nosotros y tampoco su esperanza de que con la democracia
“se come, se educa y se cura” por el simple hecho de que esté ahí. A veces se confunde el voto con la democracia. Pero la democracia supone la construcción de un sistema basado en la confianza del pueblo en los que gobiernan, para los cuales se
establecieron un sistema de reglas que tienen su carta de navegación en la Constitución Nacional de los argentinos. 

El régimen de facto fue una herramienta de corrección política, entendida como revolución. Una revolución como las que en nuestro país los que nos gobiernan y gobernaron tuvieron siempre a mano. Si se entiende de manera fría y sin pasiones, todas las veces que al poder no le gusto la forma de gobernar o el rumbo del país acudía a las diversas revoluciones para asegurarse un rumbo “conveniente”. Sin dudas, una historia de fracaso político incomprensible por propios y ajenos. ¿Pero no llegó la hora de dejar de hacer análisis político y pasar a hacer análisis sociológico?

¿Los argentinos tenemos un ser nacional?

Es difícil entender hacia donde nos dirigimos como nación. Pero es comprensible. A partir de la destrucción de los resortes democráticos de las instituciones que la misma República Argentina se dio para su funcionamiento, es probable que la calidad de
nuestra democracia esté en sus mínimos históricos. Para esto tomaría los últimos 40 años y propondría que algún analista encuentre 10 años de paz y concordia. No hay. En estos 40 años se reformó la Constitución y nunca se cumplió, se deformaron las
instituciones de ésta generando un parate institucional que aplica tanto a la justicia, a la nación, y a las provincias, como a la construcción de un federalismo sostenido que amplíe la capacidad de las originarias de la nación a desarrollar a sus pueblos. 

Uno de los hechos más interesantes de nuestra democracia fue el juego de la silla de los roles institucionales; se corporativizaron las instituciones sindicales que pasaron de a poco a ser patronales, las patronales pasaron a hacer política y los políticos pasaron a
los negocios. Los partidos políticos tradicionales no ganan las elecciones, ni hay un sistema de alternancia lógico. Javier Milei, que es un candidato que dice que el Estado y la Justicia social son inservibles, saca 30% de los votos y llega al balotaje desplazando a la segunda fuerza política que antes de las PASO tenía una elección planteada como accesible.

Evidentemente no hay una construcción social que permita que la democracia crezca y funcione de acuerdo con el modelo occidental europeo o estadounidense. Sino una adaptación arrabalera de nuestra hermosa historia de altos y bajos. En el pueblo se verifica el tango de Discépolo no hay aplazados ni escalafón, “de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remache, ve llorar la democracia contra un calefón”.

* Agustín O’Reilly, es politólogo y director General de Moody Brook Consultores.