Análisis

Santiago Maratea presidente: en qué creen los jóvenes que no creen en nada

En medio de una crisis de credibilidad enorme, las redes sociales son catalizadores de broncas, amplificadores de reclamos y de figuras no políticas que crecen.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 30 de mayo de 2021 · 10:53 hs
Santiago Maratea presidente: en qué creen los jóvenes que no creen en nada
Santiago Maratea

Santiago Maratea logró con un pestañeo lo que otros no pudieron con la burocracia. Reunió dos millones de dólares para un medicamento. Consiguió un avión para deportistas y ahora hasta puede lograr cumplir la épica consigna de mudar a un elefante desde el zoo de Mendoza a un santuario. Santi lo logra apelando a su empatía y ya es tomado como ejemplo. La reacción epidérmica, como son las redes, lo comparan con la inutilidad para resolver situaciones que tiene la política argentina. Santi presidente.

Santiago no plebiscitó ninguna decisión. Tomó una demanda y por un rápido sistema de recaudación consiguió dinero. No tuvo que enfrentar la complejidad de ponderar prioridades: si conseguir un medicamento costoso y escaso en Argentina, o destinar ese dinero a otras urgencias; o si los recursos del avión se usaba para los deportistas, o si era mejor emplearlos en otra necesidad. Pero, sobre todo, Santi no tuvo que atravesar la máquina burocrática que le esquilmaría gran parte de la energía y recursos antes de tomar alguna decisión.

Curioso: Santi también se subió al avión, a pesar de no ser deportista. La tentación no solo es pecado de los políticos. Después de todo Santiago es quien gobierna de manera monárquica la comunidad que forma con sus seguidores en Instagram: lo siguen voluntariamente, él dice y hace lo que quiere y si algo no gusta, alcanza con dejar de darle like.

Santiago no tiene ni tendrá, al menos por ahora, ninguna vocación política. Si la tuvieran probablemente perdería también en un pestañeo gran parte de su popularidad. Influye, ese es su trabajo, pero no busca participación colectiva sino acciones individuales. Hoy goza de una credibilidad, confianza y valoración que es parte de un fenómeno poco analizado. En él creen los que no creen en nada; una generación que se expresa con espontaneidad y que usa las redes para informarse, comunicar y que a través de ese medio puede generar reacciones enormes. Las redes no son representativas, pero agitan y tienen poder multiplicador.

El poder del agite

Es una generación que ha sido decisiva en otras partes del mundo, no solo en elecciones sino en manifestaciones más dramáticas. Alcanza con cruzar la cordillera y analizar las manifestaciones de Chile y luego las elecciones. También lo que pasó en España e incluso en sociedades más radicalizadas. “El grupo de personas jóvenes menores de 25 años, los centenialls, son decisivos hoy, pero es el grupo menos estudiado y comprendido”, asegura Martha Reale.

Una encuesta específica de la consultora Taquion detectó que ese grupo es el más pesimista respecto al futuro del país. Un 84% de los encuestados (todos menores de 25 años y de todo el país) tiene sentimientos negativos respecto al futuro. Y el 80% respondió que se iría a otro país en busca de “nuevas oportunidades” o al menos con un trabajo. Justamente el acceso al trabajo y la falta de oportunidades de desarrollo son las dos principales preocupaciones de ese grupo.

Los analistas de esa consultora aseguran que los jóvenes argentinos sienten que viven en una realidad “ donde ven que las oportunidades de desarrollo y trabajo se esfuman y por eso ven a países extranjeros como una salida cercana”. “En una donde el futuro tiene más puntos negativos que positivos. En una donde son más críticos con las entidades bancarias, pero sí tienen más confianza en un amigo y familiar para pedir un préstamo. Los menores de 25 años vienen a cambiar la perspectiva del pensamiento y la construcción del país. Será cuestión de escucharlos y estar atentos a sus propuestas. Pero quieren generar una total disrupción en nuestra sociedad”, analizan.

Pero la crisis de credibilidad entre los jóvenes es mayor que en el resto de la población. Confían mucho menos en los políticos, las instituciones y los medios y más en las organizaciones sociales y las redes que el resto. Si se le pone nombre propio a los referentes, la situación puede sonar dramática para quien quiere pensar en ser candidato: ningún referente supera el 33% de imagen positiva entre los jóvenes menores de 25 años. Y a diferencia de lo que ocurría hace algunas décadas, las opciones más relacionadas con la derecha comienzan a crecer. En términos electorales el más golpeado es el oficialismo nacional. Hasta hace algunos años el kirchnerismo ostentaba arraigo entre los jóvenes. Hoy la “institucionalización” de la juventud oficialista les ha hecho perder terreno y votos. Un problema: también son decisivos por volumen de votos. 

En Argentina genera incertidumbre por la falta de representación que tienen. Y, mucho más, por la falta de interpretación de lo que les pasa. Es que en el país también es la generación que más sufre la crisis. La desigualdad golpea, sobre todo, a los niños y adolescentes argentinos. Si la exclusión del sistema educativo era un problema antes de la pandemia, ahora es más grave. El desempleo juvenil (en personas menores de 29 años) duplica a los índices generales. Hay dos brechas: los jóvenes que están excluidos de todo y los que tienen recursos, pero se sienten decepcionados y tienen como horizonte migrar.

La falta de credibilidad que sufren los dirigentes y todos los actores relacionados con la “cosa pública” (periodistas incluidos) genera incertidumbre. Hay un dato que surgió por la pandemia que ilustra esa idea: hasta los científicos, que históricamente fueron las personas más prestigiosas del país, tienen su imagen desgastada. “La gente no cree en los políticos, pero tampoco en los periodistas, los encuestadores, las instituciones. Hasta los científicos, que quedaron muy expuestos con la pandemia, son cuestionados porque se los relaciona con las decisiones políticas”, explica Martha Reale.

El análisis es más complejo aún porque hay un desánimo general. Los indicadores sociales y económicos son aún peores que en 2001. Hay un concepto que mencionan los analistas y que resume parte de lo que pasa, es decir esa sensación de crisis total, mezclada con desánimo que apacigua reacciones: la inestabilidad emocional.

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