La vieja y repugnante costumbre de tirarse con muertos
Los políticos argentinos demostraron, una vez más, que no les importa "el crimen", sino "de qué lado caiga el muerto".
La práctica se repite una y otra vez. A veces les toca a unos, otras, a los de la vereda de enfrente. Pero ya se les hizo costumbre y lo hacen con total impunidad.
En el repertorio de prácticas nefastas de los políticos argentinos, esta es, quizás, la más repugnante de todas. Se tiran con muertos. Literal.
Una semana antes de las elecciones legislativas, precisamente el domingo 7 de noviembre, murió asesinado por delincuentes Roberto Sabo, un kiosquero de 48 años. ¿Dónde? En Ramos Mejía, partido de La Matanza. ¿Importa el lugar? Claro, porque, rápidamente, oposición carga contra oficialismo del escenario del hecho.
¿Pasó? Obviamente. A una semana de las elecciones, el peronismo, reinante en ese territorio desde hace décadas, fue blanco de todas las críticas.
Pero, 11 escasos días después -elecciones de por medio- la historia se invirtió. El asesinato de Lucas González fue en la Ciudad de Buenos Aires, tierra de Juntos por el Cambio. Y la mirada inquisidora cayó contra los que, 11 días antes, apuntaban con el dedo. Encima, con el agravante de que los responsables fueron policías de la Ciudad.
En el primero de los crímenes, los responsables pedían a gritos "NO HACER POLÍTICA" con la tragedia de una familia. En el segundo de los crímenes, la historia se repitió, pero invirtieron roles.
La cercanía de los hechos evidenció aún más esta práctica. Dejó al descubierto, más que nunca -o igual que siempre- que no existe empatía real por el profundo dolor de las víctimas. Sólo aprovechamiento político inmediato. Ni unos ni otros resaltan en su agenda "muertos" que no les sirven, "muertos" que no dejen nada a cambio.