Análisis

Meritocracia política: buscan el poder, sin plan para gobernar

El presidente Alberto Fernández está en contra de "tener méritos" para lograr objetivos. Pues es una idea autorreferencial, ya que él llegó casi de casualidad. Pero la falta de energía para gestionar y la ambición vacía es un problema generacional.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 20 de septiembre de 2020 · 09:20 hs
Meritocracia política: buscan el poder, sin plan para gobernar

La frase es disonante en cualquier hogar argentino. Decir que no importa el mérito para lograr algo, para mejorar o salir adelante puede jugarle en contra a cualquier madre o padre que intenta convencer a su hijo de esforzarse para estudiar, trabajar o ponerle corazón a una realidad compleja. Una interpretación minimalista si se quiere, pero más realista que la filosofía social con la que el presidente Alberto Fernández intenta enmarcar su gobierno. Su discurso parece mucho más cerca de una homilía de Jorge Bergoglio, que de una teoría social moderna. Más lejos aún que la de un estadista.

Pero en el fondo Alberto Fernández tuvo un acto de sinceridad brutal. La idea es autoreferencial. Él llegó nada menos que a Presidente de la Nación sin mérito alguno; sin haber construido una carrera con ese fin y mucho menos una estructura política sólida. Fernández está en contra de la “meritocracia” y es, al fin, un acto de coherencia. Claro que en su caso no se da la otra máxima pregonada por él: que todos tengan las mismas oportunidades. No. Aquel día de mayo de 2019 fue también el día de la fortuna sólo para él, bajo condiciones especiales. En la nominación vía Twitter que hizo Cristina Fernández había un metamensaje: puede ejercer el gobierno, pero no detentar el poder.

Justamente ese es un problema estructural en la política argentina y que se potencia en la nueva generación de dirigentes, principalmente en la nueva camada de funcionarios kirchneristas. Hay ansias de poder, pero no tantas ganas de gobernar; de gestionar la compleja realidad argentina para cambiarle la vida a las personas. Un problema: la ambición es una característica inherente a la política (y legítima), pero que debe estar atada a la voluntad de generar cambios. Y en una democracia, además, es imprescindible la legitimación constante a través del voto.

La estructura política del oficialismo nacional está parcelada. Alberto Fernández fue el presidente “posible” para el Frente de Todos. Cristina era imprescindible, pero con Cristina no alcanzaba. Por eso se sumaron Massa y Alberto como mascarón de proa. Ellos aportaron los votos. Pero el poder está en otro lado.

“La Cámpora no quiere gobernar; La Cámpora quiere el poder”, repiten. Y quienes lo dicen muestran un examen de ADN discursivo. Más peronistas que Perón, dicen. Lo que fuera el semillero de dirigentes y hoy una usina de funcionarios tiene mucho más expertise en el poder que en la gestión. No hay grandes recuerdos de ningún “Ejecutivo” surgido de esa cantera que haya tenido éxito. Axel Kicillof es el mimado. No es de La Cámpora, pero el joven porteño de TNT tiene la bendición eterna y es la gran vidriera de la nueva camada. Por eso la preocupación. Axel tiene el aval, pero no aún el respeto de sus pares. Aún lo chicanean internamente por sus torpezas como ministro. “Fue el funcionario al que le hicieron el cuento del tío…pero para hacer negocios con YPF”, explica un conocedor del kirchnerismo duro. Claro, recuerda cómo el Gobierno de Cristina hizo crecer la “mística nacionalista” alrededor de la recompra de la petrolera con figuras tan complejas como Sebastián Eskenazi, quien hizo a costa de YPF uno de los negocios más dañinos para el Estado de la historia reciente argentina. Kicillof es la gran preocupación porque ahora está expuesto. Sus sostenes políticos no tienen aún la legitimación suficiente.

Un mal generacional

Pero la falta de vocación de gestión es un mal generacional. El poder tienta, y muchos prefieren acortar caminos. En el PJ mendocino ocurre: además de los problemas de conducción hay conflictos por la falta de proyectos de gestión. Anabel Fernández Sagasti es la única que comenzó a construir una estructura política para “pensar” un modelo de gestión. Pero ahora está en una encrucijada: es una pieza clave en la estructura de Cristina Fernández en Buenos Aires y muchos la ven mucho más cerca de la órbita del Ejecutivo que de la búsqueda de un proyecto de gobierno vernáculo. Los peronistas clásicos de Mendoza la ven más en Capital que en Mendoza. En paralelo otros dirigentes recién comienzan a hacer las primeras experiencias en gestión, como le ocurre a Matías Stevanato.

En Juntos por el Cambio (o Cambia Mendoza para hablar con precisión de la provincia) no ocurre algo distinto. Salvo Alfredo Cornejo, no hubo en las últimas décadas un proyecto de poder y de gestión que se conjuguen. El ex gobernador tiene una historia que ahora es de manual. Acostumbrado a manejarse en las sombras del poder, en 2007 aceptó a regañadientes el premio consuelo de ser intendente de Godoy Cruz. Le cambió la vida y la visión de la política: es mejor ejercer el poder desde la gestión. Por eso desde el sillón de Renato Della Santa craneó una estrategia de poder que se ejecutó a fuego lento: dejó pasar la derrota segura del 2011, se quedó con el control de la UCR, la Legislatura y construyó un “gabinete en las sombras” para tener información y presionar a Francisco Pérez. Aglutinó a toda la oposición detrás suyo y hasta Paco fue funcional a sus intereses adelantando las elecciones. Fue el Gobernador que más poder tuvo hasta dejar el mandato; o incluso aún luego de dejar el cargo. Cornejo construyó poder al borde del exceso.

Los herederos del actual diputado nacional no siembran el mismo camino. Rodolfo Suarez tuvo un renunciamiento en ese sentido y tiene el problema contrario a las nuevas generaciones. Quiere gobernar, pero no tiene ambición de poder y de construcción política. Por eso deja muchas decisiones libradas al azar más que a la “rosca”. El resto, se relaja y espera: también quieren el poder, pero sin la complejidad de tener que pensar cómo cambiarle la vida a las personas; es decir cómo hacer política de verdad.

 

Archivado en