Poder

Dalmiro Garay, el presidente que no quería ser juez y ahora conduce una Corte en llamas

Dalmiro Garay fue elegido presidente de la Corte en medio de las tensiones políticas que cruzan a ese Tribunal. Aunque asumió de manera "culposa" busca ejercer el poder que tiene y darle prioridad a la gestión. Difícil misión: nadie está dispuesto a que haya una tregua.

Pablo Icardi
Pablo Icardi sábado, 4 de julio de 2020 · 10:48 hs
Dalmiro Garay, el presidente que no quería ser juez y ahora conduce una Corte en llamas
Foto: ALF PONCE / MDZ

Jáchal es un pueblo de gente tranquila en el norte de San Juan. Son tipos orgullosos, claro. "Hasta en la Nasa hay un jachallero", repiten. Pues ahora también tienen un presidente de la Suprema Corte, pero de Mendoza. Dalmiro Garay es nacido en ese Departamento, pero hizo toda su carrera en Mendoza, donde fue desde dirigente estudiantil, hasta Ministro de Gobierno y juez de la Corte, siempre de la mano de la UCR y en particular del semillero del nuevo poder en Mendoza; Franja Morada. Al cargo llegó en un hecho intempestivo: el lunes juró la nueva ministra María Teresa Day y terminó de inclinar la balanza política del Tribunal para que hubiera una mayoría afín. Con esos 4 votos, el ex ministro de Gobierno de Alfredo Cornejo fue elegido presidente y ahora tiene que gestionar un Tribunal partido en dos y con las heridas expuestas

Como hombre salido de la política, Garay tiene ambiciones. Pero es algo culposo. Incluso él lo dijo en su momento y ahora lo ratifica: no quiere hacer uso de la perpetuidad del cargo de juez de la Corte. También relativiza el alcance del nuevo espacio de poder. Pero, claro, está dispuesto a usarlo. El primer mensaje que intentó dar es que "los ministros tendrán que comprometerse" con la gestión para mejorar el trabajo de la Corte y Tribunales. Tuvo que ser un mensaje enviado a través de emisarios porque ayer no hubo forma de mostrar unidad: el bloque de tres jueces filo peronistas no estuvieron en la reunión plenaria, un gesto que buscaba deslegitimar la elección. Igual, hubo un hecho político importante. Julio Gómez, quien tuvo la presidencia por una semana, no fue a la reunión pero la habilitó a través de un escrito donde convocaba y expresaba la necesidad de normalizar el funcionamiento de la Corte. 

 

Como sea, la foto de los siete miembros del máximo Tribunal será difícil de conseguir porque nadie está dispuesto a ceder. Aún sabiendo el daño que producen. Un lúcido asesor legislativo lo graficaba de manera inteligente con la teoría de los juegos, profundizada por el matemático John Nash y donde los protagonistas arman estrategias, piensan decisiones en busca de un objetivo, pero tomando en cuenta el impacto de sus decisiones en el otro y viceversa.

Es decir, ambos jugadores conocen las reglas y juegan igual. No solo pueden querer ganar y que el otro pierda. Pueden tener objetivos convergentes, incluso y esa es la mejor aplicación para la política. "Hay juegos como el ajedrez, en el que si alguien gana el otro inmediatamente pierde. Pero hay juegos de producción conjunta. No hay ganador o perdedor, pero el acto de jugar juntos genera algo de lo que ambos nos podemos beneficiar". El ejemplo lo puso el matemático Paul Schweinzer, de la Universidad de York y es perfecto. En el caso de la Suprema Corte de Mendoza todos parecen conocer el juego, avanzan, pero entendieron mal: en este juego también pueden perder todos. Y es lo que ocurre. Nadie cede, la suma es cero. Todos pierden. El problema es que las decisiones son epidérmicas, sanguíneas y sin medir consecuencias. 

El pico de conflicto se manifiesta con la llegada de Teresa Day, a quienes tres de sus pares no la reconocen como par. En el medio, hay datos que le agregan complejidad, como la denuncia por violencia de género que de manera solapada se menciona Teresa Day contra Omar Palermo en la recusación presentada por el vicegobernador Mario Abed. Allí hay una enemistad entre ambos que hará difícil la convivencia. 

Garay busca "encapsular" el conflicto y abordarlo de manera independiente al resto de las responsabilidades que les compete. Parece difícil, porque cada bloque uno usa la ventana de poder que tiene para hacer daño. El nuevo Presidente de la Corte trató de dar señales en su solitaria asunción. Solo en la sala de reuniones del cuarto piso de Tribunales, reconoció el conflicto pero trató de separar al resto del Poder Judicial. "El resto de Tribunales no pasa momentos turbulentos", asegura.

En el diagnóstico hay un dato conceptual clave: que la Corte no ha sabido llevar las tensiones políticas a las que un cuerpo de esa características está sometido habitualmente. Y, más aún, no haber tenido reglas internas para administrar las propias tensiones políticas. Ese Tribunal tiene funciones jurisdiccionales, muchas por cierto, y también políticas. El problema es la permeabilidad extrema "y negativa" y la falta de administración de esos cruces. La Corte hoy no tiene sus propios acuerdos políticos para saber "cuidar la corporación" y tener mecanismos internos de resolución de conflictos. El problema es la fragilidad con la que quedó. "Todos se animan a cuestionar, a tener derecho a intervenir", explicó un conocedor de Tribunales. 

 

"Este partido nació de bases populares y con rebeldía a todos los atropellos de la oligarquía que sometía a la voluntad del pueblo. La lucha por la libertad y la igualdad forman parte de nuestra ideología". La frase es Dalmiro Garay, pero el padre. Radical de paladar negro, fue intendente de Jáchal en 1987. Dalmiro hijo, también es radical y hasta 2015 tuvo perfil bajo. Aunque surgió del semillero de Cornejo (Franja Morada), se "crió" como defensor del Estado junto a Cesar Mosso Gianini en Asesoría de Gobierno. De hecho, todo indicaba que su camino profesional estaría en el mismo sillón de Mosso Gianini, pero Cornejo lo eligió para la Corte. El ex gobernador no aguantó la tentación de postular a un funcionario suyo para ese Tribunal, como habían hecho sus antecesores. 

El poder es también un peso enorme. Por eso quizá el propio Garay dice que es "temporal" su paso por la Corte. Suele contar que la decisión más difícil de su vida fue aceptar ir a la Corte. Probablemente también lo haya sido asumir en la presidencia en un contexto adverso. Fuera del problema puntual, él tiene la principal responsabilidad en una misión mucho más importante y es que la Justicia sea un servicio que evite profundizar las desigualdades.

¿Pueden los ciudadanos confiar, tener garantías con una Corte más atenta a sus intereses que al bien común? Al asumir, Garay trató de separar los planos. Incluso el resto de los ministros de la Corte aseguran que las tensiones políticas no interfieren en los temas jurisdiccionales, es decir en los fallos. "Cornejo, Anabel o el que sea no interfiere en los fallos. En las reuniones para analizar los casos no se habla de nombres, se habla de justicia. Eso se mantiene", aseguran. Aunque parezca ingenuo, es el punto más importante. Es que la Corte en Mendoza tiene a su cargo causas sensibles a la vida cotidiana de las personas. Desde un despido laboral, hasta un conflicto de intereses; una injusticia cometida por el Estado o una condena penal mal enfocada. Todo termina en la Corte. Hoy, por ejemplo, el principal problema de gestión que deben resolver tiene que ver con la saturación del fuero de familia. Los conflictos familiares que tienen los mendocinos y que se potenciaron con la cuarentena, saturan tribunales y como consecuencia no se resuelven. 

El enorme desafío para la Corte es saber calibrar, tener pericia y ecuanimidad para manejarse políticamente sin ceder a las presiones. Ser permeable a la sociedad para ganar en transparencia, pero no a los intereses particulares. 

 

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