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¿Padres o pareja? El desafío silencioso que comienza con la llegada de un hijo

Aunque suele idealizarse como un tiempo de plenitud, el posparto es para muchos padres una etapa de crisis emocional, tensiones y reconfiguración del vínculo.

Los padres deben rehacer su vida cuando un hijo llega a sus vidas.

Los padres deben rehacer su vida cuando un hijo llega a sus vidas.

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Hay algo que ocurre con mucha más frecuencia de la que se admite cuando una pareja se convierte en padres. Un tiempo que desde afuera suele mostrarse como pleno, luminoso y casi mágico, pero que puertas adentro puede estar atravesado por tensiones, discusiones, silencios incómodos y un profundo desconcierto. El período inicial de la maternidad y la paternidad es, para muchas parejas, un momento de crisis que no siempre se espera y que, en algunos casos, pone en riesgo la continuidad del vínculo.

Socialmente seguimos sosteniendo una narrativa idealizada del nacimiento de un hijo. Se habla de amor incondicional, de felicidad plena, de realización personal. Poco se dice —o se dice en voz baja— sobre el cansancio extremo, el miedo, la sensación de no estar a la altura, la pérdida de referencias y la transformación radical que implica dejar de ser solo pareja para convertirse también en familia.

En la consulta clínica y en el trabajo cotidiano con padres y madres aparece una y otra vez la misma frase: Nadie nos avisó que esto iba a ser así”. Y no se trata de falta de amor hacia el hijo, sino de la dificultad para transitar un cambio vital enorme sin herramientas, sin acompañamiento y, muchas veces, sin espacios donde poder decir lo que realmente se siente.

El momento en que muchas parejas empiezan a resquebrajarse

No siempre se dice, pero muchas separaciones se gestan en ese primer tiempo posterior al nacimiento. No necesariamente se concretan de inmediato, pero sí comienzan a incubarse allí. En la falta de diálogo, en el resentimiento acumulado, en la sensación de injusticia, en la soledad emocional. La pareja entra en un estado de supervivencia que deja poco margen para el encuentro, el deseo o la ternura.

Y lo más delicado es que, cuando los adultos están desbordados emocionalmente, enojados o agotados, quien queda más expuesto es ese bebé recién llegado. Aún hoy persiste la creencia de que “no se da cuenta”, de que “es muy chiquito”, cuando tanto la experiencia clínica como la evidencia en el campo del desarrollo infantil muestran lo contrario. Los bebés no comprenden con palabras, pero sí registran climas emocionales, tensiones, ausencias, cambios bruscos y estados afectivos.

Las separaciones tempranas, los vínculos atravesados por la hostilidad o el desamparo emocional no son neutros. Pueden generar consecuencias madurativas, dificultades en la regulación emocional y marcas que luego se expresan en la infancia y en la vida adulta. Por eso, cuando hablamos de pareja en el posparto, no estamos hablando solo de adultos: estamos hablando también de infancias.

El posparto: una etapa mucho más compleja de lo que se muestra

El posparto no es solo una etapa de alegría. Es, sobre todo, un momento de enorme reordenamiento psíquico, vincular y cotidiano. El cuerpo cambia, el tiempo se desarma, el sueño se fragmenta, las prioridades se reorganizan. Nada vuelve a ser como antes, aunque muchas veces se espere —de manera consciente o inconsciente— que todo siga igual.

Durante años se habló —y con razón— de la angustia y la depresión posparto en las mujeres. Los cambios hormonales, corporales e identitarios, sumados a la demanda de un bebé que requiere atención permanente, generan un impacto inmenso. A eso se suman expectativas sociales poco realistas que exigen maternidades plenas, agradecidas y felices, sin margen para el malestar.

Pero hay algo que recién empieza a visibilizarse: el posparto también afecta a los varones.

No siempre se lo nombra, no siempre se lo reconoce, y muchas veces ni siquiera ellos mismos logran identificarlo. Sin embargo, el impacto psíquico de la llegada de un hijo también atraviesa a los padres, especialmente a los padres actuales.

Los nuevos padres y una identidad en construcción

Los varones que hoy transitan la paternidad no son los mismos que hace treinta o cuarenta años. Ya no conciben su rol únicamente como proveedores económicos ni como figuras periféricas en la crianza. Muchos desean estar presentes, participar activamente, cuidar, involucrarse emocionalmente, sostener a sus parejas y vincularse tempranamente con sus hijos.

Sin embargo, ese deseo suele chocar con una realidad que no siempre acompaña. Licencias por paternidad extremadamente cortas, exigencias laborales inflexibles, mandatos culturales contradictorios y una sociedad que todavía no termina de habilitar del todo su lugar en el posparto.

En Argentina, la licencia por paternidad sigue siendo de apenas unos días. Un tiempo claramente insuficiente para acompañar un proceso tan intenso como el nacimiento de un hijo. Basta mirar lo que sucede en otros países, donde las licencias son más largas, compartidas e incluso obligatorias, para entender que esto no es un detalle administrativo, sino una decisión política y cultural.

Cuando el padre debe volver rápidamente al trabajo, la madre queda muchas veces sola en un momento de extrema vulnerabilidad. No solo cuidando a un bebé, sino también atravesando su propio posparto físico y emocional. Y el vínculo de pareja empieza a resentirse. No porque falte amor, sino porque sobran cansancio, frustración, miedo y sensación de injusticia.

Un caldo de cultivo para los conflictos

Este contexto se vuelve un caldo de cultivo para los conflictos. Reclamos que no siempre se dicen, enojos que se acumulan, silencios que pesan. La mujer puede sentirse sola, desbordada y poco acompañada. El varón, a su vez, puede sentirse desplazado, exigido, culpable o impotente por no poder estar más tiempo.

A esto se suma una dificultad frecuente: la falta de espacios para pensar lo que está pasando. Todo gira en torno al bebé, y eso es lógico. Pero cuando la pareja deja de tener lugar, cuando no hay momentos de palabra, de escucha y de registro mutuo, el vínculo empieza a erosionarse.

La llegada de un hijo no solo transforma la rutina: transforma la estructura misma del vínculo. La pareja deja de ser un sistema de dos para convertirse en un sistema de tres (o más). Y esa transformación no es automática ni sencilla.

La historia personal que vuelve a escena

A todo esto se suma algo aún más profundo y menos visible: cuando nos convertimos en madres y padres, se reactualiza nuestra propia historia de crianza. Aparecen recuerdos, emociones, heridas y mandatos que creíamos superados o que nunca habíamos cuestionado. Nuestra infancia vuelve a escena, muchas veces sin que seamos conscientes de ello.

Cómo nos cuidaron, cómo nos hablaron, cómo nos pusieron límites, qué nos faltó y qué nos sobró. Todo eso se activa frente a la llegada de un hijo. Nuestros propios niños heridos entran en juego y pueden influir —de manera silenciosa pero potente— en la forma en que criamos y en la relación con nuestra pareja.

En consulta es frecuente escuchar frases como: No quiero ser como mi padre” o No quiero repetir lo que viví con mi madre”. Sin embargo, cuando no se trabaja sobre esas experiencias, muchas veces terminan repitiéndose, aunque sea en el sentido inverso.

La pareja como escenario de proyecciones

Este movimiento interno suele expresarse en discusiones que parecen menores: cómo se duerme al bebé, quién se levanta de noche, cómo se alimenta, cuánto intervenir las familias de origen. Pero en realidad, esas discusiones están cargadas de sentidos más profundos: control, miedo, reparación, reconocimiento, poder.

La pareja se convierte en el escenario donde se proyectan historias pasadas, expectativas no dichas y necesidades insatisfechas. Y si no hay espacio para poner eso en palabras, el conflicto escala.

Muchas parejas llegan a consulta preguntándose qué les pasó, cuándo dejaron de ser quienes eran. Y la respuesta, casi siempre, tiene que ver con no haber podido elaborar juntos el impacto de convertirse en madres y padres.

Pensar la pareja después de un hijo

Pensar la pareja en el posparto no es un lujo ni una cuestión secundaria. Es una necesidad. Cuidar el vínculo entre los adultos es también una forma de cuidar a los hijos. No se trata de priorizar a la pareja por sobre el bebé, sino de entender que una familia se sostiene mejor cuando los adultos están sostenidos.

Esto implica revisar expectativas, redistribuir tareas, habilitar el malestar y pedir ayuda cuando es necesario. Implica también aceptar que la pareja no vuelve a ser la misma, pero puede convertirse en otra cosa: más real, más consciente, más adulta.

El recorrido que dio origen al libro

¿Padres o pareja? La oportunidad de crecimiento al transformarse en familia es un libro que nació no solo de mi recorrido clínico como psicólogo y sexólogo, sino también de más de diez años coordinando peñas de padres, participando en grupos de preparto y crianza, dando clases en institutos de Puericultura, universidades donde se dicta la carrera de Obstetricia, asociaciones y hospitales, y acompañando parejas que llegaban a consulta incluso con sus bebés en brazos.

En esos espacios se repiten las mismas preguntas, los mismos miedos, las mismas sensaciones de soledad. Padres que no saben dónde ubicarse, madres que sienten que no pueden más, parejas que se quieren pero no logran encontrarse.

En ese recorrido también apareció algo que sigue llamando la atención: que todavía resulte llamativo que un varón se ocupe del posparto, de la crianza temprana y de los vínculos familiares. Un sesgo cultural que habla de cuánto nos falta para pensar la maternidad y la paternidad como una experiencia verdaderamente compartida.

Una propuesta sin culpables

Lejos de buscar culpables, este libro propone algo más complejo y necesario: pensar la llegada de un hijo no solo como una crisis, sino como una oportunidad de crecimiento. Para la pareja, para cada adulto y, sobre todo, para ese niño o niña que recién empieza a construir su mundo emocional.

Crecimiento no entendido como exigencia, sino como posibilidad. Como un proceso que requiere tiempo, acompañamiento y revisión. Porque nadie nace sabiendo ser madre o padre, y mucho menos sabiendo cómo sostener una pareja en medio de semejante transformación.

Un libro que sigue encontrando lectores

Desde su primera publicación, ¿Padres o pareja? La oportunidad de crecimiento al transformarse en familia ya lleva cuatro reediciones. En este camino decidí publicarlo de manera independiente, con el objetivo de abaratar los costos y facilitar el acceso a quienes se sienten interpelados por estos temas.

El libro puede adquirirse tanto en versión digital como en formato físico, eligiendo la opción que resulte más conveniente, ingresando a mi página web www.mauriciostrugo.com.ar o escribiéndome directamente a través de Instagram @elpsicologoysexologo.

Mauricio J. Strugo. Lic. en Psicología (MN 41436). Sexólogo Clínico. Autor del Podcast HDP: Hora de Pensar. Instagram: @elpsicologoysexologo.