Género

Escribe Emiliana Lilloy: "La invasión de la ideología de género"

Hace unos años se viene hablando de la ideología de género ¿qué es y por qué nos da tanto miedo?

domingo, 28 de julio de 2019 · 12:19 hs

La ideología de género es un concepto que al llamarlo “ideología” viene negar la existencia del género y por tanto también niega, una perspectiva de la realidad basada en él. Empecemos por el principio ¿de qué hablamos cuando hablamos de género?

Hace décadas que las ciencias sociales comenzaron a usar la palabra género para explicar que desde que nacemos, según tengamos una u otra constitución física (sexo femenino o masculino) se nos empieza a educar y a tratar de una u otra manera. Así, las mujeres que nacimos en los 70, fuimos educadas en la sensibilidad, jugamos con muñecas, bebotes, cocinitas, y se nos estimulaba hacia actividades como la danza (todas cuestiones que se encontraban proscriptas en los varones so pena de ser tratados de “maricones” o de que nos “saliera homosexual”)

Los varones eran educados para la audacia, trepaban árboles, jugaban futbol en la calle, tenían patinetas y autitos (todas cuestiones proscriptas a las mujeres so pena de ser tratadas de machonas)

A ellos se les impulsaba a “que se defiendan” y naturalizábamos las peleas físicas, mientras que a nosotras se nos estimulaba a acusar, ya que a las mujeres “no se le pega” y menos, pegan. Ya en la adolescencia ellos eran blanco de burlas si no habían debutado antes de los 18 años y nosotras debíamos ser vírgenes hasta el matrimonio. Todas generalizaciones está claro. Pero creo que podemos identificarnos con esta tendencia.

¿Y esto por qué? ¿En qué parte de nuestras células o ADN está escrito que debemos ser estimuladas/os de esta manera?

Lo interesante fue el darnos cuenta de que no existe ningún fundamento “natural o divino” para educarnos así, sino que ha tenido por finalidad organizarnos como sociedad en cada época según los valores predominantes. Con distintos argumentos, a los hombres se los ha formado para que cumplan con una parte de las tareas y a las mujeres para otras en la subsistencia nuestra especie. Dicho así, alguien puede preguntarse ¿y qué hay de malo en esto?

Muchas cosas.

Uno de los problemas radica en que los trabajos asignados a la mujer carecen de valor tanto económico como simbólico y esto último nos pone en una clara situación de desventaja.

Lo económico es fácil de ver: las tareas de cuidado de las personas, el hogar y todo lo relativo al trabajo reproductivo no tiene valor monetario y no es parte del PBI de los países. Esto ha dado lugar al fenómeno de la feminización de la pobreza, esto es, que en el mundo el 70% de las personas pobres somos mujeres.

Lo simbólico parece más complejo pero no lo es. Muchas mujeres podrán decir que no hay nada de malo en ser mujer, que están orgullosas de serlo y que las labores que nos han sido asignadas les encantan y las hacen por elección. Para ver si no hay nada de malo en ser mujer propongo el “test de la familia” (que cada uno/a puede hacerlo en su casa).

El test puede ser realizado cuando los niños y niñas toman conciencia del rol que se les ha asignado, es decir su género (aproximadamente a partir de los 4 años):

Propóngale a una niña jugar con juguetes tradicionalmente asignados a los varones. La mayoría salvo raras excepciones serán propensas a utilizarlos y divertirse con ellos. Haga lo mismo con un varón, propóngale que juegue con una muñeca bien rosada, con volados y estrellitas. El niño inmediatamente rechazará el juguete. Si no lo hace él, mándelo a la escuela con la muñeca. Rápidamente será blanco de críticas y risas de sus compañeros/as. ¿Por qué? Porque los varones desde muy pequeños aprenden que ser hombre, implica desmarcarse de todo lo femenino. ¿Qué hay de malo en usar o hacer cosas que hacen las mujeres? No lo sabemos. Pero si sabemos que “los niños y los borrachos no mienten”.

Otro problema de esta asignación de roles es que es rígida, normativa y obligatoria. Tanto es así, que cuando crecemos los reproducimos en cuestiones más serias y determinan nuestras elecciones.

La educación nos construye desde dentro a tal punto que terminamos siendo eso que viene impuesto desde fuera y nos identificamos con ello como si de verdad se tratase de nuestras elecciones. Un ejemplo académico de esto es el fenómeno que se da en la salud: mientras que las mujeres elegimos la carrera de enfermería (profesión con bajos ingresos y vinculada a los cuidados), los hombres realizan la carrera de medicina (profesión de altos ingresos y vinculada al prestigio social). ¿Por qué las mujeres elegimos carreras vinculadas a los cuidados y a la educación y los hombres las vinculadas al prestigio, el poder y la acción? No hay nada de natural en esto, y aquí, en las estadísticas, es donde detectamos la construcción.

¿Y por qué una vez detectado esto no lo cambiamos? Si una vez advertido pudiéramos elegir libremente e intercambiar roles y actividades, las mujeres no necesitaríamos saltar los obstáculos implementando leyes de cupo para acceder a cargos públicos, no seríamos estigmatizadas por vivir una sexualidad libre, y los hombres que dejan su trabajo productivo para dedicarse a los cuidados de sus hijas/os (que son muy pocos) no serían ridiculizados, desprestigiados o tratados de mantenidos.

Es que a esta estructura binaria la hemos naturalizado de tal manera, que creemos que ser mujer es esto y ser varón es aquello. Si no fuera así, nos indignaríamos al no ver mujeres en los escenarios políticos o en cargos de poder, y no lo hacemos. ¿Por qué vemos como natural que la mitad de la especie ocupe esos espacios? Hay quienes incluso están en contra de las leyes de cupo. Argumentan que los cargos serán ocupados por mujeres inútiles por el sólo hecho de ser mujeres. Y lo que no entendemos es que estas medidas están hechas para contrarrestar, en palabras de Irantzu Varela, el hecho de que los hombres los ocupen por el sólo hecho de ser hombres, aunque sean inútiles.

El concepto de género viene a visibilizar esta realidad, esta estructura simbólica en la que somos formadas las personas según poseamos uno u otro sexo. La prueba de que esta construcción o género existe y de que no es algo natural, es que todas las personas lo hemos experimentado, ya sea porque nos adaptamos a ella o porque al rebelarnos (justamente porque no nos resulta natural el rol impuesto) hemos recibido algún castigo o corrección social.

¿Entonces qué significa tener perspectiva de género o una perspectiva basada en la existencia de los roles de género?

Decir que tenemos perspectiva de género es decir que nos hemos dado cuenta de todo esto y que ya sabemos que no hay una forma “natural” de ser mujer o ser hombre, sino que se nos ha impuesto desde la cultura a través de nuestra educación. Es abandonar la creencia de que los hombres o las mujeres “somos así”, para pensar que lo que somos es la consecuencia de nuestra socialización, y que por lo tanto, podemos cambiarlo. ¿Para qué? Para evitar por ejemplo, que en la Argentina sea asesinada una mujer cada treinta dos horas.

Significa que ya no miramos el ser hombre o mujer de una manera rígida enseñando a nuestras/os hijas/os conductas asignadas a uno u otro género, sino que por el contrario, por ejemplo, estimulamos en los niños habilidades como la sensibilidad y la comunicación emocional y a nuestras niñas en habilidades de liderazgo y toma de decisiones. ¿Para qué? Para que todas las personas tengan una vida más plena y se encuentren en igualdad de oportunidades.

Una vez comprendido esto, la meta final sería desarmar este binomio.

¿Desarmar el binomio hombre-mujer? Es aquí donde nos entra el verdadero miedo. Veamos

Cuando hablamos de salir del binarismo, se genera en el imaginario social una visión apocalíptica en donde unas personas raras quieren destruir la humanidad tal como la conocemos y para ello están difundiendo una ideología, “la ideología de género”.

Lo que en realidad se busca es eliminar toda esas diferenciaciones que hacemos con nuestras/os hijas/os según hayan nacido con uno u otros sexo, para evitar la reproducción de las desigualdades que sabemos (ya lograda la eliminación de las discriminaciones legales), subsisten en nuestra educación. Si dejamos de tener un trato diferencial, para lograr un trato igualitario desde nuestra infancia, todas las personas se sentirán aptas y dispuestas tanto para la crianza como para desarrollarse en diferentes actividades y profesiones libremente.

Se busca que aquellas personas que no se identifiquen con el “ser mujer” o ser “hombres” (conforme nos lo impone nuestra cultura) y por tanto no se vistan, caminen, actúen como “deberían”, puedan vivir una vida libre y realizar sus objetivos siendo aceptadas. Que las personas intereses no necesiten ser amputadas o presionadas a identificarse con uno u otro género para vivir sus vidas. Que las personas que se identifican con otro género distinto al que le asignaron al nacer o con ninguno, puedan transitar una existencia conforme a esa elección.

Esto que parece tan simple, nos cuesta horrores a consecuencia de nuestras preocupaciones:

Nos preocupa por ejemplo que nuestra hija no sea lo suficientemente femenina o que decida intervenir su cuerpo por identificarse con el género masculino, pero no nos asusta que nos pida hacerse las lolas para su cumpleaños de 15. ¿Por qué? Porque está bien que una mujer tenga senos prominentes, porque eso hemos creído, sin perjuicio de que sabemos que una operación del tipo puede hacernos perder la sensibilidad y generar complicaciones a la hora de amamantar. Así, nos parece muy natural que una jovencita se intervenga el cuerpo por híper-identificarse con el mandato de lo que es ser una mujer, pero nos incomoda si tiene una expresión que identificamos como masculina.

No nos aterra que nuestras hijas sean educadas en la fragilidad, la dependencia y la indecisión, y los niños en la propensión a la promiscuidad sexual o la agresión, sino que nos tiene preocupadas/os la desviación a este sistema binario que sabemos nos hace daño como sociedad y nos encasilla permanentemente.

También nos preocupa que las personas no tengan una expresión de género definida, hecho que nos causa una incomodidad terrible porque no sabemos si tratarles como a un hombre o a una mujer. Y aquí yo me pregunto ¿y por qué habríamos de tratarle de forma diferente en uno y otro caso? En esta respuesta está la prueba de nuestras desigualdades, y también en ella, la ventaja de pensar en una sociedad plural e inclusiva que no divida el mundo en dos jerarquizando a sus partes y obligando a todas las personas a adecuarse a un rol establecido.

Terminar con el binarismo es acabar con las desigualdades estructurales, es hacer cesar la violencia de los hombres contra las mujeres que se sostiene en una educación basada en la superioridad masculina; es cerrar la brecha laboral tanto vertical como horizontal, ya que al ser educadas/os de manera igualitaria, cada persona podrá optar habiendo tenido las mismas herramientas y sin prejuicios sociales para desarrollarse.

La existencia de una sociedad que educa en forma diferenciada y la necesidad de cambiarla parece bastante real y tangible según nuestra propia experiencia. Lejos de darnos miedo y de inventar nombres o teorías conspirativas, nos invita a pensar las soluciones para construir un espacio menos hostil para algunas personas y más armónico para todas.

Dicen que uno de los miedos más profundos es a las cosas que no existen o que no podemos ver y tocar. Algo así nos pasa con la ideología de género, no existe y nos tienen aterrorizados/as.

Emiliana Lilloy-Abogada.

Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad (UCH-Fundación Protagonistas)

Directora en IGUALA Consultora