Crisis

El "estamos mal pero vamos bien" de Macri

Un análisis de la convocatoria a los radicales a dar medidas para la supervivencia propia y de todos, en la recta final del gobierno de Mauricio Macri. La oportunidad de salir del círculo vicioso y casos concretos que demuestran que no todo está perdido, pero que podemos seguir repitiendo errores.

domingo, 14 de abril de 2019 · 09:56 hs

No hay motivos a la vista para enarbolar un egocentrismo de parte del gobierno nacional justo en estos momentos. Si jugamos sobre la idea que el fue gran capital de Mauricio Macri para incorporarse a la política, cual fue su conducción del club de fútbol Boca Juniors, esta vez no hay goles que contar. Ni siquiera a algún analista se le ocurriría volver a parangonar la estatura política del presidente del país a la del presidente de Boca, como se ha hecho muchas otras veces, con anterioridad.

Cuando se hablaba hasta el año pasado con los radicales que son sus socios en Cambiemos, pero que no se sienten tan parte de las decisiones de gestión, se encogían de hombros, levantaban las cejas o mostraban ambas palmas de sus manos, cual emojis de sorpresa o desconcierto. Hoy fruncen el ceño.

Ocurre que ahora sí se los ha convocado a opinar, en la recta final del período que le otorgó la ciudadanía a este equipo para gobernar la Argentina y se hallan frente a situaciones que resultan, al menos, insólitas. A saber:

- “Hemos encontrado una receptividad distinta a las de otras veces, en las que parecíamos solo convidados por obligación a opinar y no tenían en cuenta para nada lo que decíamos”, confió a MDZ en privado un radical que estuvo con Macri en la semana.

- Sin embargo, mientras eso sucedía –ser escuchadas nuevas viejas ideas en torno a control de precios para evitar un caos social y la hecatombe productiva (además de la política propia, o tal vez vez, sobre todo pensando en esto último) se confirmaban todos los ministros en sus cargos, tácitamente. Aquellos que no supieron/pudieron/quisieron reconducir el estado de las cosas.

- Se encuentran frente a los mejores aliados posibles que creen poder tener en este momento, en un brete electoral: morir o salvarse juntos y, de paso, comprender que entre sus necesidades electorales y las medidas de gobierno está la población del país, que sufre las consecuencias de malos cálculos sino impericias varias, además de complots y boicots que nunca son ajenos en la vida interna argentina y no solo con origen en los sectores de la política, sino en los grandes ejecutores del poder económico real y, ahora, el virtual: aquel que depende de dinero que anda dando vueltas por el mundo sin cara visible, sin alma y sin razón.

- El rumor que se corre en los ámbitos empresarios del rubro industrial es que varios ministros, entre ellos a quien consideran un “sobrevalorado” Dante Sica, han dejado firmadas sus dimisiones en el despacho del jefe de Gabinete, Marcos Peña.

Se mezclan en este período dos cosas importantes: por un lado, la composición de las fuerzas electorales, y por el otro, la salvación del momento económico y social. Un factor está aferrado al otro, ineludiblemente. De allí los riesgos a que el extremo apego al “dios Excel” que tiene la Casa Rosada termine generando, por reacción, un retorno a las recetas facilongas que han alimentado todos los ejercicios populistas que maquillaron a lo largo de la historia argentina la verdadera realidad de las cosas, nos anclaron como sociedad a la resignación de ser manipulados por el más fuerte y nos inculcaron formas de pensar remedios a los problemas que no son tales, sino placebos. Todos quedamos siempre, generación tras generación, para el diván de psicoanalistas, entonces, al hallarnos cíclicamente en el mismo punto de partida: un gran fracaso con los mismos que quedan flotando en superficie, cual corchos tras un diluvio universal.

Se insiste con fruición desde la Casa Rosada en que “estamos en el camino correcto”. Es una versión idéntica, ni siquiera mejroada, del “estamos mal pero vamos bien” que solía soltar, con mayor cintura política (y maña, y un montón de cosas más, buenas y malas) quien empujó a Macri a la vida partidaria, Carlos Menem.

Lo que pasa es que no es momento de alardear de principios doctrinarios cuando la práctica ejercida no se ciñó ni un ápice a lo proclamado y los resultados son –en la piel de cada argentino- horribles.

Quedan pendientes las reformas de fondo en un país en donde todos, de una u otra manera, directa o indirectamente, somos empleados del Estado. En donde es el Estado la mayor unidad de consumo en el mercado por lo que una política de estricto índole capitalista requiere –en forma paradójica- de un Estado protagonista, pero en una versión tan extraña, que termina devorándolo todo una y otra vez.

Tal vez sería exagerado equiparar la primera imagen conocida de un agujero negro espacial con la Argentina, pero la tentación está. Lo que está latente en muchos es resistirse a esa fuerza centrípeta que lo traga todo. Esa energía para salir adelante vive en sectores y personas que se empiezan a dar cuenta que haciendo siempre lo mismo, se seguirán obteniendo los mismos (malos) resultados.

No es casual que la semana pasada la Unión Industrial Argentina se haya reunido por primera vez en su historia con los representantes de los sectores industriales de las provincias. Parece increíble y hubo que rechequear el dato. Y es verdad. Hasta ahora, un grupo hablaba, decidía e intermediaba por todos. Y así ocurre con todo en un país que cree estar en el Siglo XXI pero que se maneja con prebendas, preconceptos y actitudes del XIX y XX. No se trata de una reacción “interior vs Buenos Aires”, sino de comprender que siempre los mismos, que viven en los mismos lugares, que se dedican a lo mismo y que tienen un entramado de relaciones difícil de romper, toman decisiones por muchísimos más. Es cierto: esto último parece la condena de la humanidad en la sociedad actual, al menos la occidental. Pero esa latencia de ganas de cambio real no debe dejar de querer romper las cadenas, como lo soñaron y consiguieron, ante adversidades iguales o mayores para su época, los que fundaron una nación.

No hay que ir muy lejos para comprender que el estancamiento no es solo una cuestión política, sino de responsabilidad social. Aquí, mientras el agro y mil actividades contaminaron a lo largo de la historia todo lo que sabemos que ya está contaminado en Mendoza, se azua el miedo contra monstruos –como la actividad minera- a los que creemos conocer sin haberles visto la cara. Aun cuando la realidad nos deja a cada paso que lo hecho antes fue igual o peor en sus consecuencias y ante la evidencia, aun, de que no hay cómo fabricar plata en Mendoza sino es con productividad y añadiendo valor, en todos los ámbitos y aspectos, y también con controles reales, como los que no se les aplicaron ni nadie reclamó a los grandes nombres de la producción agrícola a lo largo de nuestra historia.

Una misión de empresarios mendocinos que pueden construir máquinas con algún nivel de sofisticación y más, de ser necesario, con mentes, manos, brazos mendocinos, viajará a San Juan en donde no ocurre ningún milagro, sino en donde aprenden a sobrevivir con lo que tienen, de la mejor manera.

El agro, la siempre quejosa, exitosa y fracasada (nunca lo sabremos bien) vitivinicultura puede en San Juan recibir ventajas comparativas, por ejemplo, por los fondos que deja la actividad minera. Aquí parecen repudiarse como perros y gatos, en jugarretas de alto riesgo en un territorio en donde, además de ellos, estamos todos los demás, sobreviviendo gracias a dos cosas: el Estado y el turismo, y poco más.

No somos lo que creemos que somos. No actuamos como decimos querer actuar. No estamos ni tan bien ni tan mal como expresamos en función de la pertenencia política a la que adscribamos por convicción o conveniencia. Pero tampoco todo está perdido, ya que hay gente que demuestra es capacidad de resiliencia de la que hablamos aquí todo el tiempo, dispuesta a darle una lección a toda la clase dirigente y a la que le sigue, que no la vemos en un solo nombre o marca pero que existe: los que votamos.