emiliana lilloy

Feminista sí, pero de "las buenas"

Cada vez más mujeres se autodenominan feministas. Superada la valla de que las propias mujeres se avergonzaran del feminismo, o no adhirieran al movimiento que hace posible que hoy gocen de derechos, encontramos una segunda: la idea de cómo ser feminista. Es decir, se puede ser una feminista, pero de las buenas.

domingo, 29 de septiembre de 2019 · 10:32 hs

Es común escuchar a hombres y mujeres decir que determinadas formas de expresarse por parte de “algunas” feministas, provoca que los hombres no entiendan nuestra causa, que les causa rechazo, que nos ven como fanáticas, y que lo que se obtiene en última instancia es generar otra “grieta”. Manifiestan además que ciertas formas de estar en el mundo que no responden a las características de la feminidad (protestar, no querer gustarles a los hombres, vivir una vida sexual con libertad, pasar de lo que los hombres digan de ellas etc.) son conductas que incomodan a los varones, les hacen sentir que “es contra ellos” y no los predispone a entender y colaborar.

Si quien lee este argumento es una feminista de las buenas o un hombre, quizás esta idea le parecerá muy lógica y coherente.

Pero justamente lo que plantea el feminismo como idea fundamental, se ubica las antípodas de esta reflexión. Es decir, si tenemos en cuenta que la opresión de la mujer se mantiene por la sumisión ante la asignación de roles que nos ponen en desventaja, y en ser complacientes y no resistir ante un sistema basado en las desigualdades, lo cierto es que ser solícitas a lo que los varones quieren que sea el feminismo no parece la mejor solución.

Esto porque desde que una se define feminista u observa el mundo desde la perspectiva feminista, comienza a investigar, y se da cuenta de que el sistema en que vivimos nos legisló como una impúber eterna, obligándonos a cumplir las órdenes de los varones. Un sistema que nos definió como un ser sexualizado puesto al servicio y aprobación de ellos, provocando en última instancia, que hoy sean los varones quienes detentan y ostentan el poder en nuestras sociedades.

Así las cosas, plantear que el feminismo debe ser funcional y cómodo para los hombres y así lograr su aprobación, es volver a instalar la idea de que las mujeres estamos aquí en la tierra para complacerlos, ser aceptadas por ellos y obedecer a sus deseos y órdenes: en este caso, la de cómo ser feminista.

Pero ¿qué significa ser una buena feminista?

Más de una vez se escucha en los medios de comunicación, redes y conversaciones de bares o café, a hombres explicándonos cómo debería ser el feminismo y lo que “deberíamos hacer” para que ellos lo entiendan y no lo rechacen. Es que los hombres están acostumbrados a decir cómo deben hacerse las cosas, incluso cuando (como en este caso) muchas veces no entienden ni saben de lo que estamos hablando.

Pero esbocemos algunas ideas sobre lo que, por lo que se escucha en estos ámbitos, debe hacer una buena feminista:

  1. Hablar de que quiere la igualdad y que le parece terrible la violencia, pero nunca incomodarse frente a los comentarios sexistas en público y menos hacer notar que está en desacuerdo con el hombre que los haga.
  2. Reconocer que vivimos en un patriarcado pero inmediatamente destacar que nuestro movimiento no es contra los hombres y que ellos son tan víctimas como nosotras.
  3. Asistir y apoyar a los hombres en el poder. Y aunque declare que no es justo que no exista la paridad, atribuir tal circunstancia a la falta de voluntad de las mujeres de ocupar esos espacios o la falta de capacidades. De esta manera evita el reclamo directo hacia los hombres y culpabiliza nuevamente a la mujer de sus opresiones sin incomodar a nadie.
  4. Decir que lucha por la igualdad, pero desmarcándose de otras compañeras para no ser identificada con ellas y por tanto ser rechazada en ciertos espacios. De esta manera, en vez de reconocer el valor y la diversidad de realidades dentro de los distintos movimientos de mujeres, se solidariza con los hombres que se sienten “incómodos ante cierto tipo de reclamos”.
  5. Propugnar la libertad de expresión y sexual de las mujeres, pero no desobedecer los mandatos adhiriendo a las críticas masculinas cuando otras mujeres se expresan o viven libremente.
  6. Decir que somos libres de vestirnos y actuar como queramos, pero siempre estar de punta en blanco, presta a gustarle a cuanto hombre se cruce en el camino. Mostrar además, la misma disconformidad y desprecio que declaran los varones por las mujeres que no se arreglan para ellos, que no actúan diferente en su presencia o que viven su sexualidad con libertad.
  7. Decir que hay que cambiar, pero que este cambio debe ser paulatino. Además coincidir en que se están cometiendo exageraciones.
  8. Reconocer que muchos hombres ejercen violencia, pero que muchos lo hacen porque son de otra época y que deben ser comprendidos. Manifestar o coincidir con la idea de que los varones son inocentes, que no entienden este cambio y están desorientados. Etc.

Algunas de estas conductas o aseveraciones pueden tener algo de válido o pueden constituir verdades a medias. Lo importante a destacar no es la verdad o no de las mismas sino su uso sistemático por parte de las buenas feministas para no ser estigmatizadas o rechazadas en sus trabajos o ámbitos personales.

Es que ser buena feminista tiene sus recompensas. Al no ser vista como una amenaza, como una persona que tiene sus propias ideas y que las plantea, es mucho más probable que se reciban los favores y aprobación de los hombres. Así, si somos de las “buenas”, nos felicitan por nuestra lucha y manifiestan estar tranquilos con feministas “moderadas como nosotras”. Nos darán su aprobación (que creen necesaria) y nos asumirán como buenas mujeres y no como “esas locas feminazi exageradas” que se ven por ahí.

Algunas feministas bien, muy contentas con el piropo, se sentirán aceptadas y validadas por la corporación masculina de la que se creerán parte, pero que jamás lo serán.

Porque nunca seremos hombres, y por más complacientes o funcionales que seamos, si somos feministas no tendremos el beneplácito de ellos. El feminismo es por definición incómodo, y ser feminista es justamente cargar con los costos personales que implica no adecuarse a un sistema que consideramos injusto. Si en el camino hacia la igualdad nos detenemos a pensar en la incomodidad o reacciones que nuestra lucha pueda causarle a los hombres, sería cómo preguntarse qué malestar le estamos causando al propietario de un esclavo mientras éste último lucha por su libertad.

Ser feminista es ser desobediente, y desobedecer trae consecuencias que no todas las mujeres podemos o estamos dispuestas a aceptar. Liberarnos de lo que los varones piensen de nosotras, de la necesidad de provocar su deseo o que nos consideren lindas, jóvenes y dispuestas a gustarles, o de la obligatoriedad de dar cuenta de nuestro cuerpo o conducta sexual, es un acto de valentía y poder personal que no todas lograremos.

Transitar el feminismo nos invita justamente a no dejarnos juzgar como buenas o malas, bellas o feas, putas o santas. Nos invita a decidir sobre nuestras luchas, nuestras causas y maneras de llevarlas a cabo. Y en todo caso, si tenemos que elegir, elijamos ser de las putas, las feas y las malas. Porque una vez allí, no tendremos nada que perder y finalmente, seremos libres.

  • Directora de la Diplomatura en Género e Igualdad

  • Directora IGUALA Consultora