Comercio exterior

Mercosur-UE: la foto de hoy impide ver la película de mañana

Los bloques sellaron un acuerdo histórico de repercusión a las más altas esferas globales cuyo impacto cuesta ver por la frágil situación de la Argentina actual. Grandes temores vienen con grandes oportunidades.

sábado, 29 de junio de 2019 · 15:08 hs

La firma del histórico acuerdo que marca el camino hacia el libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea cerró la puerta a las encendidas disputas entre proteccionistas y liberales y deja solo un pasillo posible: el del futuro.

Luego de 20 años de negociaciones los bloques cerraron un entendimiento que implica a 800 millones de personas y US100.000 millones de comercio bilateral con un peso del 25% del PBI de todo el mundo.

Desde el principio el temor de los sectores más reacios al acuerdo fue el temor a potenciar la desfavorable rueda de vender cuero e importar zapatos o, actualizado, harina y pellets de soja por productos farmacéuticos y tecnología de punta.

El marcado perfil aperturista de la gestión de Mauricio Macri -ventanal por el cual entraron desde los terremotos de Brasil hasta los estornudos de Turquía- profundizaron esta preocupación en un contexto recesivo y de una industria nacional en franco retroceso, trabajando casi al 50% de su capacidad instalada.

En Mendoza la balanza en las cámaras empresarias se inclinó hacia la liberalización del mercado con vista a las innegables posibilidades que ofrece un mercado con un PBI per cápita de más de US$33.000 anuales.

Dentro del mundo del vino hubo posiciones divididas, aunque prevaleció la de Bodegas de Argentina, que era avanzar hacia el acuerdo de libre comercio para que el vino nacional pueda entrar sin impuestos a Europa y competir con el “nuevo mundo del vino” en mejores condiciones.

Otras cámaras más chicas se oponían - entre ellas, la FEM- por el impacto que el ingreso de vino europeo tendría en las ventas hacia Brasil, por ejemplo.

En el caso de los productores, la Asociación de Viñateros de Mendoza (AVM) aclaró que está a favor de la apertura de nuevos mercados externos y de incentivar a la producción local, aunque con información en letra grande y caligrafía legible sobre la forma en que impactará un convenio de esta envergadura en las economías regionales. Como señalaron: “Una mala proyección de los posibles resultados, situación a la que nos tiene acostumbrado la economía argentina, puede afectar gravemente y hasta incluso destruir una producción regional de nuestro país”.

En este caso, tal como en el del comercio del vino con Brasil, se hace foco en la foto en lugar de proyectar la película completa.

La situación económica actual del país es solo una anécdota en un acuerdo que trascenderá coyunturas y, lo más importante, gobiernos. El entendimiento sienta las bases para una relación seria y madura entre los bloques a futuro, definiendo reglas de juego claras, cosa poco común de este lado del charco. El acuerdo elimina potenciales caprichos, revanchas comerciales y jugadas “sucias” de la gestión de turno en pos de un comercio limpio.

Que un comercio limpio no indica que, necesariamente, será equitativo. Para nada. Sin embargo crea las condiciones para que cada parte lo aproveche para cubrir sus necesidades y pensar en su futuro.

En nuestro caso, la transferencia de tecnología que se generará será clave si, con visión estratégica, se aplica al desarrollo de la cadena de valor. Si el camino se transita tal cual se trazó de manera estratégica durante dos décadas, el Mercosur podría tener un boom agroexportador en un principio cuyo beneficio se vuelque en el petróleo del nuevo siglo: investigación, desarrollo innovación y conocimiento.

¿Cómo resultará este experimento inédito de libre comercio entre un puñado de países emergentes de Sudamérica con otro de potencias industriales? No lo sabremos con certeza hasta que la carreta del nuevo comercio bilateral avance. Ahora bien, si de algo estamos seguros, es que solo hay un lugar hacia donde mirar: el futuro.