Vitivinicultura
Crisis del vino: rosca en Mendoza por un mal que la excede
Este miércoles Cornejo espera que la Legislatura apruebe el fondo anticíclico de $4.000 millones en cuatro años. Entre argumentaciones técnicas y chicanas políticas se pierde de vista el reclamo de fondo, que es una macroeconomía ordenada para dar previsibilidad al sector.
El proyecto de Cornejo para crear un fondo anticíclico de $4.000 millones para la vitivinicultura buscará por estas horas la venia en la Legislatura luego de días de pirotecnia política entre oficialismo y oposición no por el fondo, sino por la forma.
No hace falta estar en el negocio ni ser un afilado analista económico para saber que el sector -sobre todo en sus eslabones más débiles- atraviesa una profunda crisis de la que solo saldrá con la mano del Estado. Sin embargo las partes (al menos hasta último momento del martes) discrepaban en el cómo prestar la ayuda: compra de uva, bono fiscal, endeudamiento, Tesorería general... todas las opciones estaban en la mesa, pero sin consenso de fondo.
El Gobierno argumenta que el fondo de $1.000 millones anuales durante los próximos cuatro años ayudará a equilibrar a la vitivinicultura y dar algo de previsibilidad a la industria. Pero pensemos qué pasa si la medida hubiera entrado en escena, digamos, en enero del año pasado.
En menos de seis meses el tipo de cambio se hubiera ido al diablo, junto con la inflación y las tasas de financiación. La cifra inicial estimada por el Gobierno, entonces, quedaría como cotillón sin vender tras el carnaval.
¿Se puede poner una cifra a un fondo de equilibrio? O, mejor aún: haría usted, lector, algún acuerdo económico a ciegas confiando solo en, por ejemplo, las estimaciones oficiales de inflación? Para que la ganancia no sea solo del pescador, resulta imprescindible calmar al río revuelto.
Por eso mientras en Mendoza arde la rosca entre bodegueros que presionan por su bono fiscal para asistir a las exportaciones, viñateros que piden por su kilo de uva, representantes de la oposición con algo de amnesia que hoy se muestran intransigentes, y oficialistas que recién entrado febrero presentaron medidas concretas, en los verdaderos centros de decisión hay mutis por el foro.
Todos -o al menos la gran mayoría- en el sector esperaba con gran expectativa el anuncio de Macri para las economías regionales. Sin embargo allí, en el corazón de la Casa Rosada, recibieron una insípida reducción de cargas patronales que cayó más como limosna que como compromiso con la producción.
De los grandes males que afectan a la vitivinicultura, gran parte se deben a la política económica y fiscal nacional. La quita de subsidios a las tarifas y la liberación del mercado de combustibles, por ejemplo, golpearon al corazón de la producción, complicando los costos en la viña y en la bodega.
A la exportación, que se presentaba como un incentivo tras la megadevaluación de 2018, se le aplicaron de manera sorpresiva retenciones que le quitaron atractivo y bajas y demoras en los reintegros. De esta forma la mano tendida se convirtió en palada de tierra en momentos en que otras potencias vitivinícolas mantienen ayudas a la producción.
Tranquera adentro la caída en picada libre del consumo (que el año pasado tocó un piso histórico de 18 litros per cápita) se agravó por un contexto económico recesivo que, al corto plazo, no muestra su luz de salida.
En todo este combo Mendoza es mera espectadora del desastre, por lo que las ayudas locales, si bien imprescindibles para atravesar lo peor de la tormenta, necesitan de una macroeconomía sana y políticas económicas decididamente jugadas a favor de la producción y las economías regionales. De no ser así, difícil que haya fondo anticíclico que resista en el largo plazo.
Te recomendamos