Los gestos del papa Francisco que marcaron un antes y después en la Iglesia
Nunca buscó agradar a todos. Sus decisiones generaron apoyos y críticas por igual. Apostó por una Iglesia que camina con los de abajo, que abre puertas en lugar de cerrarlas.
El papa Francisco desde que llegó al Vaticano generó debates. Desde el inicio de su papado mostró un estilo directo, con la idea de llegar a millones. No buscó figurar, pero sus decisiones hablaron por sí solas.
Uno de los gestos más recordados fue su rechazo a los símbolos de lujo. No aceptó usar los clásicos zapatos rojos ni la cruz bañada en oro con piedras. Eligió seguir con su cruz de hierro, un detalle que pareció pequeño. En lugar de usar autos blindados o limusinas, optó por un auto sencillo. Cargaba su propio maletín y evitaba privilegios. Esto lo acercó a la gente.

Durante la pandemia, protagonizó una de las imágenes más impactantes de la década. El 27 de marzo de 2020, en una plaza de San Pedro vacía, bajo la lluvia, rezó en silencio. Aquel momento se convirtió en símbolo de esperanza ante un mundo paralizado por el miedo.
También se expresó sin rodeos sobre temas que otros evitaban. Habló con firmeza sobre la migración, criticó la frialdad de quienes cerraban fronteras y negó la lógica del descarte. En una entrevista, mencionó el dolor que sentía por los 35 mil migrantes muertos en el Mediterráneo.
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No dudó en tocar asuntos incómodos para la Iglesia. Sobre los abusos sexuales cometidos por miembros del clero, no se limitó a pedir perdón. Escuchó a víctimas, señaló con fuerza la doble moral y habló de “hipocresía y una doble vida horrorosa”. Llegó a destituir a varios cardenales implicados.
En cuanto a las personas del colectivo LGBTI, su frase quedó grabada: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. No cambió la doctrina, pero abrió espacio a una visión menos excluyente. Fue un gesto que generó eco más allá del Vaticano.
Promovió una idea de fe que no se encerraba en normas. Invitó a los jóvenes a soñar, a contar sus sueños. Llamó a la Iglesia a salir de los templos, a tocar heridas y acompañar al otro sin levantar muros. Más que con reglas, intentó conectar a través del ejemplo.

Su relación con la política global también fue singular. No se alineó con ideologías ni intereses de poder. Hasta el último momento clamó por un alto al fuego en la Franja de Gaza. Levantó la voz cuando creyó necesario y su postura generó tensiones, pero no evitó el conflicto cuando sentía que debía hablar.
En varias ocasiones criticó abiertamente la economía que mata. Mostró su preocupación por los pobres, por los trabajadores excluidos y por los pueblos originarios. Planteó que el mundo necesitaba menos acumulación y más fraternidad. Su discurso incomodó a más de uno, pero no se detuvo.

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