Elección clave en Brasil

¿Lula realmente podrá imponer su agenda progresista en Brasil?

El triunfo del PT abre interrogantes sobre los cambios que vendrán en el vecino mas poderoso de América Latina. Bolsonaro deja un país sin inflación y en crecimiento, pero en un contexto mundial complicado. Como será el mandato de Lula.

Miguel Díaz lunes, 31 de octubre de 2022 · 07:01 hs
¿Lula realmente podrá imponer su agenda progresista en Brasil?
Foto: EFE

Con una estrecha diferencia, Lula da Silva ganó el balotaje en Brasil y volverá al Palacio de Planalto a partir del 1° de enero de 2023. Pero, a diferencia de sus dos mandatos anteriores (2003-2011), el contexto -tanto a nivel local como externo- no le favorece para nada.

Quien alguna vez fuera el ícono de la izquierda en Latinoamérica, en esta ocasión prometió muchos cargos políticos a sus viejos adversarios, viró buena parte de su discurso de campaña hacia el centro, y deberá gobernar con un Congreso hostil y un escenario económico internacional caracterizado por la alta inflación y la amenaza latente de una recesión mundial.

Es cierto que Jair Bolsonaro le dejará un país con prácticamente nada de inflación, una economía en crecimiento y con el desempleo más bajo de los últimos 10 años. Sin embargo, lejos está el escenario global del ‘boom’ de las materias primas que acompañó los primeros gobiernos del líder del Partido de los Trabajadores (PT).

Además, si bien la agenda izquierdista-progresista de Lula se alinea con la de buena parte de los líderes de la región, encontrará una fuerte resistencia política puertas adentro, por varios factores.

Pero antes de explicar estos obstáculos, hace falta enumerar cuáles son las -pocas- ofertas de campaña que comunicó el político de 77 años.

Entre sus principales propuestas se encuentran la eliminación de la Ley de Autonomía del Banco Central, que amenaza con emitir reales sin restricciones y aumentar el índice de precios.

Además, ha prometido anular la reducción de impuestos y el impulso al sistema previsional privado que caracterizaron al gobierno de Bolsonaro.

En el ámbito de la inseguridad, buscará derogar las políticas de Bolsonaro que flexibilizaron la compra, venta y tenencia de armas en manos de la población civil.

Sin embargo, las propias alianzas políticas, que forjó Lula para alcanzar un escaso 50,9% en la elección del 30 de octubre, le han puesto un límite a estas directrices progresistas.

En primer lugar, hay que destacar el protagonismo que le ha dado a su histórico rival, quien será -nada más ni nada menos- que su vicepresidente: Gerardo Alckmin.

Alckmin es un político muy allegado a la Unión Europea y al gobierno estadounidense de Joe Biden. Este socialdemócrata -que es el candidato preferido del sector financiero y el establishment brasileño- controlará gran parte del gabinete, como por ejemplo, los ministerios de Economía, Defensa, Justicia, Energía, Infraestructura y Relaciones Exteriores. Es por eso que es difícil que desde estas carteras se impulse una agenda de izquierda radical.

Es más, en su desesperación ante el creciente apoyo a Bolsonaro en las últimas semanas, el ex operario metalúrgico y líder sindicalista sumó a su espacio a Simone Tebet, una ex candidata presidencial de centroderecha que marcó buena parte de su último tramo de la campaña. Esta senadora mantiene muy buena relación con la agroindustria, uno de los sectores productivos que más ha apoyado a Bolsonaro.

Por si todo esto fuera poco, el presidente electo asumirá con un Congreso en contra, con una gran presencia bolsonarista y con menos de un tercio de apoyo en la Cámara de Diputados. Desde allí, es prácticamente imposible que avancen reformas “agresivas” en los ámbitos electorales, fiscales y/o tributarios (por ejemplo, el impuesto a la herencia o a las grandes fortunas).

Además, muchas gobernaciones serán comandadas por políticos conservadores. Esto incluye a San Pablo -el Estado más importante de Brasil- que será dirigido por Tarcisio Gómez de Freitas y Minas Gerais -que representa el segundo colegio electoral del país- donde fue reelecto Romeu Zema.

En el plano social, para sumar apoyo en los evangélicos -que representan un tercio de la población de país-, Lula dio un giro de 180° en su discurso progresista y dijo que está en contra del aborto y a favor de la familia tradicional. Por eso, no podrá dar un paso a la izquierda social, si quiere mantener al menos una parte de “simpatía” en este segmento.

Para colmo, el Partido de los Trabajadores está en su peor momento, sobrevive prácticamente por la figura de Lula. De hecho, casi todos los candidatos del PT que no fueron acompañados en la boleta con Lula, perdieron.

Tampoco los sindicatos gozarán del poder que tenían en la época del “viejo Lula”, ya que Bolsonaro les quitó fuertemente el financiamiento al establecer que el aporte de los trabajadores es voluntario y no obligatorio.

En otras palabras, el líder de izquierda no tendrá margen político ni económico para profundizar su agenda radical, ni siquiera tendrá el control sobre su propio gabinete.

Por eso, difícilmente, va a poder intervenir fuertemente en la economía y más bien se espera que su titular de Hacienda sea más bien “liberal”, para -en todo caso- negociar reformas “suaves” con el Congreso.

Bolsonaro, que probablemente se convierta en el líder de la oposición al mejor estilo Donald Trump en Estados Unidos, ha ganado la batalla cultural logrando que su rival petista haya dejado atrás su agenda progresista en temas tales como seguridad, religión, drogas, aborto, educación y agenda LGBT.

Además, el bolsonarismo se ha convertido en un movimiento político, social y cultural de peso: no solo tendrá una fuerte presencia en el Congreso y en las gobernaciones, sino que ha demostrado que ha ganado las calles.
 
En definitiva, es esperable que Lula haga un gobierno más bien moderado; no por convicción sino por necesidad. Es más, el propio dirigente adelantó que va a tener un solo mandato y que no irá por la reelección.

En este marco, se puede pronosticar que el nuevo gobierno de Lula tendrá muchas similitudes al de Gabriel Boric en Chile o el Pedro Castillo en Perú, que hasta el momento no han podido avanzar en ninguna reforma progresista sustancial. Habrá que ver si el fundador del Foro de São Paulo, como hábil político de carrera que es, puede lograr revertir esta tendencia.

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