Anticipo
"El Papa peronista", de Zuleta: Grabois, el elegido
Un capítuo del libro de Ignacio Zuleta, El Papa peronista, editado por Planeta.
La naturaleza poliédrica del liderazgo de Jorge Bergoglio distiende los límites y amplía el método de la militancia eclesial. Sus operadores no son siempre sacerdotes, obligados por el voto de obediencia y de pobreza, que es también una forma de sumisión.
En un tramo del encuentro, se cruzó con el ministro de Energía de Chile, que le leyó la lista de los beneficios que la minería aporta la humanidad. Sánchez Sorondo le respondió: «No puedo más que compartir las loas a la minería, ya que las minas son una creación de Dios. Pero esos beneficios deben llegar a todos, especialmente a los más necesitados».
Siguió una reunión con el ministro Juan José Aranguren, ante quien repitió esos argumentos de ambientalismo pío.
A esa categoría de personajes pertenece Juan Grabois, un dirigente social con capacidades notables para conceptualizar el diagnóstico de la sociedad de los excluidos y un excepcional liderazgo sobre grupos de cartoneros, desempleados, aborígenes y hasta estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en donde dicta clase de Teoría del Estado. No es, sin embargo, un clerical, como lo es Pérsico, ni oficia en altares parroquiales.
Es el hijo del legendario dirigente Roberto Grabois, de la organización Guardia de Hierro. Bergoglio, sin embargo, lo ha destacado por encima de la mayoría de los laicos de quienes se rodea.
Le recordó los daños que se siguen del uso de combustibles fósiles, y Aranguren lo corrió con la lista de proyectos del Gobierno para desarrollar las energías renovables con fuentes alternativas. Como en muchos debates, terminaron quejándose de lo mal que se comunica todo. El visitante admitió el argumento, pero agregó que, si los beneficios de la minería
Ese ministerio —a lo que equivale un dicasterio en el lenguaje político de nuestros países— lo creó Bergoglio en agosto de 2016 sobre la base del Consejo Pontificio Justicia y Paz, que es el acorazado de su pontificado.
Es donde se concentran las grandes iniciativas de transformación del programa de Francisco, que después articulan otros dicasterios, academias y demás organizaciones de la Santa Sede.
Grabois fue designado asesor de Justicia y Paz apenas asumió Francisco y se lo confió al titular de aquel consejo, que ahora es presidente del dicasterio, el cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson. Este ghanés es uno de los principales lugartenientes de Francisco. Con él escribió el libro Corrosione, que pone los fundamentos para considerar la corrupción de funcionarios y empresarios como pecado gravísimo que merece ex comunión.
Un emisario para todo el mundo Cuando se transformó en dicasterio a la Comisión Justicia y Paz, Grabois fue a ver a Francisco para pedirle que lo apartase de esa función. Creyó que podría perjudicar al Papa la visibilidad que él estaba alcanzado en la Argentina a partir de su rol como abogado de mapuches y piqueteros como Lito Borello, o de la activista Milagro Sala, y la tarea de organización de la cada vez más poderosa Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).
Francisco le negó el retiro; más aún, le ordenó que se sumase como consultor a ese dicasterio que creó por el motu proprio del 17 de agosto de 2016. Grabois estuvo junto a Turkson y al titular de la Academia Pontifica, el argentino Marcelo Sánchez Sorondo, en la organización de las tres grandes cumbres de Bergoglio con las agrupaciones sociales de la llamada economía popular, que es el gran territorio de trabajo de su papado.
Bergoglio asume como propia la hipótesis de que la desocupación y la exclusión no son un efecto colateral de la economía de mercado del capitalismo del siglo XXI. Son, por el contrario, según el Papa, un ingrediente sistémico.
Por eso la tarea hacia adelante es asumir esa realidad y construir caminos para contener y auxiliar a los excluidos de la «sociedad del descarte». La primera reunión fue el 28 de octubre de 2014 en el Vaticano; la segunda, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), el 9 de julio de 2015, y la tercera, ya creado el dicasterio, en el Vaticano, entre el 28 de octubre y el 5 de noviembre de 2016.2 El producto más importante de ese encuentro, al que asistió como observador el presidente del bloque del PRO —partido oficialista de la Argentina— Nicolás Massot, fue la sanción inmediata y sin discusión de una Ley de Emergencia Social que redactó Grabois sobre la base de la hipótesis bergogliana de la economía popular.
No hay mucho misterio en la sanción sorpresiva y casi sin debate de la letra de ese proyecto, que es el programa de asistencia a las organizaciones de la economía popular para asegurar el pago de un «salario social solidario» que le costaría al Tesoro la friolera de 30.000 millones de pesos en tres años. Lo pidió el Papa y así se vota, fue la orden de Olivos.
El peronismo, que presentó el proyecto como bancada mayoritaria del Senado, también votó a mano alzada. Los tumultos para su aplicación surgieron de la prisa con la cual se tramitó la orden papal, una muestra del poder suprapartidario del pontífice en la Argentina. Para el Ejecutivo, era mandatorio acatar la señal de Roma. Para el peronismo, ni hablar.
El Poder Ejecutivo, acosado por el déficit y el compromiso de su programa para bajarlo, admitió que esos fondos surgiesen de una reprogramación de partidas ya existentes, diseminadas en decenas de programas de ayuda social.
Pasado el momento de la sanción y ante los problemas de cumplimiento de los compromisos de esa ley, las partes admiten por lo bajo que fue una descomunal improvisación, de buena fe, para acatar el pedido de Roma, y que en realidad se trató de una reprogramación de ayudas ya existentes que, de paso, le ayudaban al Gobierno para recortar los extremos de clientelismo que había heredado del anterior Gobierno peronista que terminó en diciembre de 2015.
Durante el Gobierno de Aníbal Ibarra —año 2000—, Grabois había patrocinado la presentación de un recurso de amparo para que el Gobierno de la ciudad le diera becas de estudio a los hijos de los cartoneros. Era el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), que derivó después en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).
Habían logrado la confirmación de esa medida en dos instancias, pero el Gobierno la incumplía. Bergoglio, espontáneamente, celebró una misa en la catedral el mismo día en que el MTE hacía una gran movilización contra el incumplimiento del fallo del juez Roberto Gallardo frente al palacio municipal. Algunos activistas de esa protesta se acercaron a la catedral, que está frente a la sede del Gobierno local.
Grabois se dijo conmovido por lo que le escuchó a Bergoglio en esa misa, pero no se acercó al arzobispo. En el bar Jonathan, se reunieron Grabois, Alicia Montoya, «Sarita» —una italiana que regresó a su país— y Gustavo Vera. El primero les propuso redactar una carta para invitar a Bergoglio a su acto del 1° de mayo, que se haría con el lema «Para una sociedad sin esclavos ni excluidos».
Convocaban el MTE, que nucleaba a varias organizaciones de cartoneros, y La Alameda, el sello de Vera, que denunciaba la trata y los talleres ilegales de costura. Bergoglio no asistió a ese acto, pero llamó por teléfono a Grabois, que había dejado sus datos personales en la invitación.
Se reunieron Bergoglio, Grabois y Vera. Estos dos quedaron enamorados del anfitrión. Bergoglio les habló del «paco como plan de exterminio», una visión del narcotráfico —más específicamente, del tráfico de paco (crack) como droga «genocida» de las clases bajas— como una planificación diabólica.
De esa reunión nacieron las misas que se hicieron bajo el mismo lema en los años siguientes. Nuevos aprendizajes Durante esos años, Bergoglio se formaba una idea general sobre los problemas sociales de la ciudad y del país.
Venía desarrollando un programa desde hacía tiempo ligado a su lectura de la Doctrina Social de la Iglesia y conceptos propios, como la misión y el encuentro, la superación de la confrontación dialéctica, etc.
Pero quedó fascinado en esos encuentros con el fenómeno de las organizaciones sociales que se le acercaron después de 2007. Fue un aprendizaje mutuo. Bergoglio veía a los cartoneros como víctimas del sistema,3 pero menos como trabajadores capaces de organizarse, sindicalizarse y formalizar de alguna manera su actividad, que era el aporte de Grabois. Este abogado promovió en 2016 una resolución del Gobierno de Mauricio Macri que dio existencia a una decisión que la anterior administración no había llegado a formalizar: el reconocimiento de la «personería social».
La había creado el ministro Carlos Tomada el día antes de dejar el Gobierno, el 9 de diciembre de 2015, pero no alcanzó a publicarla en el Boletín Oficial. La ratificó en febrero de 2016 el ministro Jorge Triaca y lleva el número 32/2016.
Su texto crea el Registro de Organizaciones Sociales de la Economía Popular y Empresas Autogestionadas (art. 1), donde se podrán inscribir «entidades representativas de trabajadores que se desempeñen en la economía popular y en las empresas recuperadas o autogestionadas».
Mecanismos como el de reconocimiento de esta personería social, o más adelante la promoción del censo de villas de la Argentina, otro de los emprendimientos de la CTEP junto al Gobierno, que habilitó a la entrega de un original certificado de domicilio a sus habitantes, eran una novedad para Bergoglio, que terminó convencido de que tratarlos como víctimas hacía poco por sacarlos de esa situación y mucho por anclarlos en ella. Si no se mejoraba a través de la organización, decían estos activistas, nunca saldrían de la exclusión, por más que se llorase y se oficiaran misas por su situación.
En el fondo, la diferencia era sobre lo que significa ser pobre. Y terminó, bergoglianamente, por encontrar una salida por encima de las posiciones encontradas. Para la Iglesia, ser pobre es una condición esencial, profunda, que tiene que ver con no tener posesiones, pero también con la humildad y la admisión de la pequeña condición humana.
No es algo que se arregle con plata. Para la visión de la Modernidad, ser pobre es una condición de caída, pero que puede ser redimida, primero de todo, por el dinero y, después, por la organización y la conciencia de clase. No es exagerado afirmar que Bergoglio descubrió en esta interacción la importancia de los movimientos populares como «poetas sociales», que inventan su propio trabajo, etcétera.
En medio de la pelea del Gobierno de Cristina de Kirchner con organizaciones del campo, el 1° de julio de 2008 fue la primera misa que celebró Bergoglio con este grupo. Lo hizo en la iglesia de los Inmigrantes de la Boca. Ese mismo día recibió en su oficina a Julio Cleto Cobos, vicepresidente de la Nación, que dos semanas más tarde le infringiría una derrota al Gobierno al votar en el Senado contra la 125.
En esa misa, el arzobispo exaltó la acción de los activistas como «centinelas» y los llamó a quejarse de las autoridades, un aval a la protesta por la trata y la esclavitud en Buenos Aires, justo en un momento en el que todo el país formal tomaba posición en la guerra del campo. ¿Cómo no iba a entender el Gobierno de Cristina de Kirchner que tenía enfrente a un adversario político? ¿Cómo no iba a entender Macri, que llevaba un año de gestión, que también tenía en Bergoglio a su duro crítico?
Ese reconocimiento de los «centinelas» sirvió de protección a los activistas, que estaban en la mira de las autoridades denunciadas por proteger a los prostíbulos y los talleres clandestinos. Grabois se acercó a Bergoglio buscando su ayuda para la organización y la promoción de campañas en favor de los desocupados de la Ciudad de Buenos Aires dedicados a recolección informal de la basura, los «cartoneros».
El arzobispo atendió el pedido y comenzó a acompañarlos en misas que se celebraban bajo el lema «Con esperanza, denuncia y compromiso. Por una sociedad sin esclavos ni excluidos». Grabois fue quien acercó a Vera al Papa. Dos años antes de la elección papal, Vera ya había comprometido a Bergoglio en actividades de reivindicación de las víctimas de la esclavitud urbana (rufianismo, trabajo en talleres ilegales clandestinos). Actuaron juntos durante un tiempo, pero los separó el método.
Grabois entendía que el camino era la contención y la organización de los desocupados y los trabajadores de la economía informal. Vera sumaba a eso una campaña de denuncia de burdeles, confiterías con oferta de prostitución y talleres clandestinos, muchos de ellos amparados por autoridades civiles y policiales.
Grabois justificaba su trabajo en la organización de los movimientos, con exclusión del Estado, como una actividad militante. Vera, en cambio, derivaba su tarea hacia una persecución casi policial de los responsables de la trata, haciendo un «mapa del delito» y señalando a personas y santuarios de la violación de las leyes y a grupos del crimen organizado.
En esos mapas de Vera, se solían señalar las «casas tomadas», a cuyos ocupantes Grabois ayudaba a organizarse. Era inevitable que tomasen distancia en cuanto al método. Acudieron a Bergoglio como mediador, pero este, enemigo fóbico de las contradicciones, apenas intervino en favor de Grabois y le advirtió a Vera que su tarea de vigilante podía hacer más confuso el trabajo de fondo. Pero no fue más allá. Ojo, cuiden las cosas, que acá roban mucho, ¿eh? En los movimientos sociales, Bergoglio estaba mal visto por enfrentar a Kirchner y por las denuncias de Verbitsky sobre su pasado.
Que Grabois y Emilio Pérsico (que bautizó Néstor a uno de sus hijos en homenaje a Kirchner) defendieran a Bergoglio era una rareza. Eso los hizo más amigos después de haberse enfrentado en las protestas. En el viaje bautismal que hicieron al Vaticano juntos en 2013, Francisco le dio a Grabois un sobre cerrado y una carpetita.
Este, descuidado, casi displicente, ni los abrió ni les dio importancia. Pérsico, en cambio, se entusiasmó con esa visita. «Cree que, si el Papa lo toca, se va al cielo», ironizó Grabois sobre él alguna vez. «Yo no, cuando más cerca estoy del poder, me pongo más indiferente», dice. Era la primera vez que iba al Vaticano y confiesa que tenía prevenciones. Francisco, que no deja pasar ocasión para los chascarrillos, observó la mochila y la cámara de fotos que llevaban.
«Ojo —les dijo el Papa cuando los recibió—, cuiden las cosas, que acá roban mucho, ¿eh?» La nota era una carta de monseñor Sánchez Sorondo, un veterano de la burocracia vaticana que se adaptó con gran rapidez al entorno de Bergoglio, después de haber pertenecido al ancien régime —el ala Sodano-Sandri— que lo había enfrentado.
Sánchez Sorondo le decía a Grabois, seguramentepor indicación papal, que estaba interesado en conocerlo porque había leído algo sobre él. Le pedía que se quedase tres días más en Roma. Grabois tenía referencias del padre del obispo, el intelectual nacionalista homónimo.
Había sido un mentor de varias generaciones de jóvenes nacionalistas católicos de derecha. Algunos derivaron, en los años setenta, hacia la organización Montoneros, como los hermanos Juan Manuel y Fernando Abal Medina.
El primero era el secretario de redacción de la revista Azul y Blanco; el segundo fue parte del grupo acusado de secuestrar y asesinar en 1970 al ex general y presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu. Roberto «Pajarito» Grabois le había contado a su hijo que compartió cárcel en Devoto con Sánchez Sorondo, bajo el régimen de Juan Carlos Onganía, y que el viejo les daba clases de historia desde la perspectiva del nacionalismo hispanizante. Le refirió que en ese grupo era respetado por los presos del peronismo, pero también por los más troskos e izquierdistas.
Era la única referencia que tenía de ese apellido. Con el tiempo, hicieron una amistad que llegó al extremo de que, cuando murió Sánchez Sorondo padre, su hijo le regaló a Grabois parte de la magnífica biblioteca que tenía en su departamento de la calle Juncal de la Capital Federal. Una cantidad había ido a los otros hijos de Marcelo, y lo demás se lo dio a Juan Grabois.
Eran unos dos mil libros que Grabois hijo destinó así: una parte fue para alimentar la biblioteca de la sede central de la CTEP de la calle Pedro Echagüe, en el barrio de Constitución; el resto de los libros se los dieron a los cartoneros para que los vendieran como papel viejo.
Fiera venganza la del tiempo, por el respeto que les tenían los Sánchez Sorondo a los libros y por el destino que sufrieron los que terminaron reciclados para hacer papel higiénico. Les dieron a comer a algunos cartoneros, pero el hecho queda registrado como un delito de lesa bibliomanía y también, para emplear el lenguaje bergogliano, como un ejemplo de la sociedad del descarte.
Sánchez Sorondo interesó a Grabois en la organización de un seminario sobre la exclusión social, del cual participaría el economista Jeffrey Sachs. Este personaje que promovió las reformas ortodoxas en la Argentina, Bolivia y Europa del Este ha virado a lo que Bergoglio llama el «eticismo».
Por eso aparece en seminarios del Vaticano en los que promueve consignas diferentes a las que sostenía en su juventud. Ese seminario sesionó el 5 de diciembre de 2013 bajo el título «La emergencia de los excluidos», pocos meses después de la asunción en marzo de Francisco.
Fue el primer foro de los «desposeídos» en el Vaticano. Grabois pidió que invitaran al jefe del movimiento brasileño de los Sin Tierra, João Pedro Stedile. Es la organización social más grande del mundo y ha ocupado miles de parcelas 7 Sánchez Sorondo, numen del nacionalismo de derecha, pertenecía a la raza de los librepensadores.
Esa libertad le permitió ser, además, el editor de la primera versión en libro de Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, uno de los clásicos de la literatura política de la izquierda peronista. Fue en Editorial Sigla, de 1957, que recopiló las versiones anteriores publicadas en forma serial en las revistas Revolución Nacional y Mayoría.
El libro que reúne su pensamiento es La Argentina por dentro, Buenos Aires, Sudamericana, 1987. en ese país; su posición está a la izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva.8 Ese dúo sorprendió a los habituados al estilo tradicional del Vaticano, y Sánchez Sorondo se acreditó como el hombre que había cambiado junto al nuevo Papa. Era un modelo para el resto de la burocracia vaticana que esperaba acomodarse haciendo la plancha hasta que el nuevo pontífice se adaptarse al viejo formato.
Ocurrió lo contrario. Sánchez Sorondo advirtió al instante qué lugar le daba Francisco a Grabois. Tanto, que en la presentación del coloquio empezó con el cuento de cómo conoció a Grabois: «El Papa Francisco, movido por el instinto del Espíritu a favor de los postergados, presentó a su suscrito a su compatriota Juan Grabois, el abogado que, con su apoyo cuando era arzobispo de Buenos Aires, logró, junto con los líderes del movimiento “cartoneros” de lacapital argentina, su reconocimiento legal».9 Casi el relato de un episodio bíblico e iniciático. El presentador de ese coloquio fue Turkson, que conducía la Comisión Justicia y Paz.
Cuando concluía la reunión convocada por Sánchez Sorondo, el jesuita canadiense Michael Czerny —secretario del cardenal ghanés y un veterano de la Comisión Justicia y Paz de la Compañía de Jesús— le pidió a Grabois que se reuniese con él. Esa charla con el cardenal y su secretario duró dos horas, y de ahí surgió la idea de organizar el primer encuentro mundial de organizaciones sociales que se haría al año siguiente en el Vaticano.
Turkson lo propuso, después de esa reunión, como asesor de la Comisión Justicia y Paz. No le dijo nada a Grabois, que se enteró cuando el trámite ya estaba concluido. Lo resolvió él y después se lo comunicó a Francisco. Nadie sabrá nunca si en realidad —como es presumible conociendo a los personajes— el circuito fue el inverso.
Que Francisco pensaba en acercar a Grabois y le indicó a Sánchez Sorondo y a Turkson que lo citasen y lo nombrasen asesor, y le confiasen tareas en la comisión sin nunca aparecer él como gestor y decisor, sino dejando que esos intermediarios cumpliesen sus órdenes.
De nuevo, la mano silenciosa de Bergoglio manejando hilos detrás de la escena, dejando que otros aparezcan como responsables de sus dictámenes. Grabois se enteró cuando ya estaba designado y dice hoy que si se lo hubieran ofrecido, habría dicho que no. ¿Razones? Esgrime su estilo de bajo perfil, poco afecto a los símbolos de poder.
Es un estilo cercano al de Francisco, que solo ha querido ser cosas importantes, por encima de los entorchados: provincial de los jesuitas, arzobispo y Papa. Grabois se enteró de la dignidad que le confería el Papa por una carta del Vaticano, que le llegó con un diploma escrito en latín a nombre de «Ioannis Grabois».
Grabois es un testigo de ese cambio de Sánchez Sorondo, que con Francisco debe haberse reconciliado con las ideas de su padre, amigo del cura Carlos Mugica, otro reivindicado por Bergoglio.
Se ha convertido en emisario discreto del pontífice ante auditorios complejos. Por ejemplo, ha sido señalado como un facilitador del debate a favor del uso de los transgénicos en la agricultura o del desarrollo de la minería sustentable.
Dos tópicos que ha criticado Francisco en sus documentos como pontífice. En mayo de 2017, por ejemplo, Sánchez Sorondo desembarcó en Buenos Aires y se vareó en reuniones del Gobierno, pero también compartió escenario con notables opositores escuchando y hablando en nombre de Francisco.
Ese viaje incluyó una charla ante una cumbre de ministros de Minería de toda América, en la Casa Rosada. Su exposición destacó el perfil ambientalista del Papa Francisco en los términos de la encíclica Laudato Si”.
Advirtió sobre los peligros de contaminación de la actividad minera y también sobre la necesidad de que las ganancias de las empresas se derramen también entre los habitantes de las zonas donde están los yacimientos.
Te recomendamos