Las ruinas de las Minas de Salagasta: huellas de un pueblo que se resiste al olvido
Se puede llegar al lugar a través de la Ruta Provincial 52, en Las Heras. Allí permanece afincado el hijo de uno de los trabajadores de las minas, quien comparte su relato.

A menos de una hora de la Ciudad de Mendoza, donde la geografía comienza a quebrarse en cerros y el horizonte se tiñe de tonos rojizos y grises, sobreviven las huellas silenciosas de un pueblo que alguna vez vibró al ritmo de la minería. Son las ruinas de las Minas de Salagasta, en la zona de Capdevila, en Las Heras. Un rincón donde la naturaleza agreste y la memoria de algunos de sus antiguos pobladores siguen latiendo.
Caminar por este lugar no es solo hacer trekking. Es recorrer los restos de una historia que mezcla trabajo duro, vida en condiciones extremas y una cultura forjada entre el polvo, las rocas y el silencio de la montaña.
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En esta travesía nos acompañaron dos puesteros que son verdaderos guardianes de la historia del lugar. Por un lado, Guillermo Macri, del Puesto El Rancho, junto a su esposa Verónica y sus hijos, quienes nos recibieron con la hospitalidad propia del campo mendocino. Por otro lado, Julio Ramón, más conocido como “El Chavo”, hijo de uno de los mineros que llegó al pueblo cuando tenía apenas 7 años y fue, según su relato, uno de los últimos alumnos de la escuela rural que funcionaba en el lugar.
Así están las Minas de Salagasta
Entre hornos, yeso y leyendas
Para acceder al antiguo pueblo minero hay que solicitar permiso en el puesto “El Chavo”, ya que la propiedad es privada, pero permiten recorrerla -sólo solicitan una colaboración de 2.500 pesos por persona-. Desde allí comienza un recorrido de seis kilómetros hasta llegar a los restos de las minas.
Lo primero que sorprende al llegar es la silueta imponente de un viejo horno de fundición, cuya boca sigue abierta mirando al cielo, como un gigante dormido que alguna vez transformó minerales en sustento. A su alrededor, se esparcen los vestigios de lo que fue un pequeño pueblo minero: muros de viviendas hoy desmoronadas, las paredes de piedras talladas por los propios mineros de una antigua escuela rural y restos oxidados de instalaciones que alguna vez fueron el corazón de la actividad.
“Aquí se extrajo yeso, cobre, plomo, talco, oro y, en sus últimos años, bentonita”, recuerda Julio. Cada piedra que queda en pie guarda las marcas del trabajo de generaciones que llegaron hasta este confín de la precordillera en busca de un futuro que, a menudo, nunca llegó.
Entre las ruinas aún se distingue lo que fue un pequeño santuario montado sobre un cerro, donde algunos mineros contrajeron matrimonio, según cuentan los puesteros. Sobrevive una imagen de Santa Bárbara, patrona de los mineros, acompañada de una bandera argentina que ondea, firme, resistiendo el paso del viento.
Memorias que caminan entre las ruinas de las minas
La visita a las minas no se entiende sin el relato de quienes mantienen viva la memoria del lugar. Julio Ramón, conocido como "El Chavo", es hijo de uno de los mineros que llegó a Salagasta cuando él tenía ocho años. Fue, según recuerda, uno de los últimos alumnos que tuvo la escuela rural antes de su cierre definitivo. “Acá nunca hubo agua potable. Había que bajar hasta la ciudad a buscarla. Mi papá compraba bolsones grandes de harina, de arroz y todo lo que se podía guardar porque no se podía ir todas las semanas a la ciudad”, cuenta mientras señala el sector por donde se ubicaba su primera casa y que, según recuerda, era precaria. Las técnicas para conservar alimentos eran las mismas que se usan en el campo desde siempre: secado, salado y almacenaje en condiciones de baja humedad.
La familia de Julio siguió viviendo en la zona incluso después del cierre de la mina, subsistiendo gracias a la extracción manual de bentonita y al trabajo rural.
Una experiencia que es mucho más que aventura
Las Minas de Salagasta no son solo un destino para los amantes del trekking, las motos o los cuatriciclos. Es un lugar donde la aventura se combina con la reflexión. Donde cada piedra cuenta una historia y cada cerro parece guardar los ecos de voces que se niegan a desaparecer.
El paisaje es sobrecogedor. Cerros de tonos ocres y grises, vegetación baja y un cielo inmenso que, en los días despejados, se vuelve una postal perfecta de la precordillera mendocina. El silencio solo se rompe por el viento y por el relato de quienes aún cuidan este rincón perdido en el mapa.
Un detalle curioso en medio de este escenario es la estructura del antiguo sismógrafo del INPRES, que aún se mantiene en pie con su cartel original, recordando que incluso la Tierra, desde sus entrañas, tiene memoria.
Cómo llegar y qué tener en cuenta
Se puede acceder desde la Ciudad de Mendoza, tomando calle Doctor Moreno o avenida San Martín de Las Heras, hacia el norte, hasta empalmar con la Ruta Provincial 52. A unos 20 km del centro de Las Heras se llega al Puesto El Chavo, desde donde se inicia el camino hacia las ruinas.
El tramo final requiere un vehículo 4x4 o, en su defecto, realizarlo a pie con calzado y ropa adecuada. En la zona se puede encontrar varias cuevas y túneles realizados por los mineros. Ambos puesteros recomiendan no ingresar hasta corroborar que no haya animales autóctonos. Y si se decide ingresar, tener en cuenta que puede haber serpientes o insectos y no tocar las paredes ante posibles desmoronamientos. Además, se solicita no cortar la vegetación y en caso de querer hacer fuego para un asado, lo recomendable es dirigirse al puesto El Rancho que está habilitado para la actividad.
También hay que recordar que en el lugar no hay agua potable, ni servicios turísticos, ni señal de celular, por ello, es muy importante anunciarse en el puesto El Chavo antes de ingresar por cualquier eventualidad.