Este es el hábito analógico que está desafiando al celular sin que nadie lo vea venir
Especialistas explican por qué los juegos de mesa se vuelven clave para la atención y el bienestar digital. Un hábito en crecimiento.
El fenómeno de los juegos de mesa modernos ya no se explica solo como una moda pasajera, sino como una respuesta consciente y estratégica de la sociedad.
En un mundo gobernado por la inmediatez, la multitarea y la sobreestimulación, la gestión del ocio se volvió un desafío cognitivo. Ya no alcanza con “descansar” frente a una pantalla: el cerebro exige una desconexión activa, estructurada y capaz de correrlo del ritmo frenético que impone la vida digital.
Allí, en un giro que sorprende por su contundencia, los juegos de mesa modernos están reclamando un lugar central.
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Por qué los juegos de mesa son la clave para la "desconexión activa"
La psicopedagoga y especialista en ciudadanía digital Mariana Savid observa este fenómeno desde una perspectiva neurobiológica. Asegura que el regreso a lo analógico es una necesidad más profunda de lo que parece: nacemos como “nativos vinculares”, no como nativos digitales.
Aunque los chicos crezcan rodeados de pantallas, eso no implica que sepan autorregular su uso. Y, sobre todo, no elimina la necesidad primaria de interacción cara a cara para constituir vínculos seguros en la primera infancia. La exposición excesiva a lo digital, afirma, amenaza esa base vincular.
Videojuego vs juego de mesa
La diferencia entre un videojuego y un juego de mesa no es solo estética: es fisiológica. El juego analógico ofrece lo que Savid llama un “anclaje sensorial”. Tocar cartas, mover fichas, tirar dados: cada gesto fuerza al cerebro a bajar una marcha. Ese pequeño espacio entre acción y acción -el tiempo de mezclar, repartir o esperar el turno- es una pausa crucial. Le permite a la corteza prefrontal modular la impulsividad de la amígdala.
Para Savid, estas micropausas entrenan la espera y la tolerancia a la frustración, dos habilidades en crisis en la educación actual. Los videojuegos, en cambio, están diseñados para eliminar pausas y generar el “efecto traga moneda” mediante recompensas intermitentes y altos picos de dopamina.
Desde la industria, Juan Del Compare, Marketing Manager de Devir, confirma que la frustración bien gestionada es uno de los mayores aprendizajes del juego de mesa. Mientras lo digital permite reiniciar infinitamente, el tablero establece límites concretos: se puede perder sin consecuencias reales, y ahí aparece un espacio de simulación valioso para regular emociones. El juego se convierte en un territorio seguro donde fallar no duele.
Planificación estratégica
Pero también hay un aporte cognitivo potente. Los juegos modernos requieren planificación estratégica, flexibilidad mental y anticipación. No se trata de reaccionar a estímulos preprogramados, sino de pensar a largo plazo, recalcular con cada jugada ajena y adaptar la estrategia. Para Savid, es un entrenamiento directo de funciones ejecutivas.
Del Compare añade otro factor clave: la rejugabilidad. Al cambiar el tablero, los grupos o las condiciones, cada partida es distinta. Esto obliga a generar nuevas estrategias cada vez, fortaleciendo el pensamiento reflexivo. Además, la industria moderna elevó el diseño: tableros de doble capa, arte ilustrado y componentes táctiles que compiten en atractivo con lo digital.
Y, por encima de todo, está lo humano. El juego de mesa exige encuentro, lectura de gestos, negociación y diálogo real. En las familias, agrega Savid, funciona como un territorio sin jerarquías donde padres e hijos se encuentran como pares. Esa pausa analógica, estructurada y compartida es, hoy, la forma más efectiva de resetear el cerebro y devolver a la tecnología su lugar: una herramienta, no un tirano.



