La nueva economía digital: el fin del viejo capitalismo y la era de la inteligencia artificial
La nueva economía digital y la inteligencia artificial están matando a la economía clásica y dando paso a un modelo de plataformas que redefine las reglas del juego global.

El motor de hierro y carbón que impulsaba la riqueza dejó de girar a la velocidad necesaria.
Archivo MDZLa economía clásica, la que moldeó al mundo durante más de dos siglos, está exhausta. Nació con las fábricas humeantes de la Revolución Industrial, se consolidó con el capitalismo fordista de producción en masa y se expandió con el consumo global del siglo XX. Pero hoy ya no alcanza.
El motor de hierro y carbón que impulsaba la riqueza dejó de girar a la velocidad necesaria. El sistema, tal como lo conocíamos, llegó a su techo. Y no hay ajuste fiscal, ni tipo de cambio, ni tasa de interés que pueda devolverle vitalidad a un modelo económico que se volvió obsoleto frente a la revolución tecnológica.
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El nuevo protagonista es otro: la economía digital, impulsada por la inteligencia artificial. No se trata de un cambio cosmético ni de una innovación aislada. Es, en realidad, un terremoto civilizatorio que está reconfigurando la manera en que producimos, consumimos, trabajamos y nos relacionamos. La IA no viene a acompañar el proceso económico: viene a redefinirlo desde sus cimientos.
El capitalismo clásico se estructuraba sobre bienes tangibles
Fábricas, maquinarias, rutas, barcos, materias primas. El crecimiento se medía en toneladas, en hectáreas sembradas, en litros de petróleo extraído. El capital era físico, visible, pesado. La riqueza dependía del esfuerzo humano multiplicado por la máquina.
Ese modelo llegó a su límite. La productividad industrial ya no crece al ritmo esperado. El planeta muestra signos de agotamiento frente a una lógica extractiva que no puede sostenerse. La desigualdad se profundiza, la inflación global erosiona salarios y la deuda pública se dispara. Es el síntoma claro de un sistema en decadencia.
El capitalismo clásico ya no puede ofrecer soluciones a los desafíos actuales
Su tiempo terminó. En paralelo, la información se convirtió en el recurso más valioso. Los datos son el nuevo petróleo, pero mucho más poderosos: se reproducen infinitamente, no se agotan y permiten predecir el comportamiento humano con un nivel de precisión inédito.
Las empresas líderes de esta era no son manufactureras, sino tecnológicas. Google, Amazon, Meta, Alibaba, Apple o Mercado Libre no necesitan fábricas gigantescas: intermedian. Son plataformas que conectan oferta y demanda en tiempo real, organizan el mercado y extraen valor de la información que circula en cada transacción. Uber no tiene taxis, pero organiza el transporte urbano. Airbnb no tiene hoteles, pero domina la hospitalidad global. Mercado Libre no fabrica productos, pero concentra la confianza de millones de transacciones diarias. La plataforma reemplazó a la fábrica.
El valor ya no se mide en acero ni en petróleo: se mide en usuarios activos, en tiempo de pantalla, en engagement. El activo estratégico no es un campo de soja ni una mina de litio, sino una base de datos y el algoritmo que sabe cómo explotarla.
La Inteligencia Artificial es el corazón de esta nueva economía
Sin inteligencia artificial, las plataformas serían apenas grandes directorios digitales. Con IA, en cambio, se transforman en sistemas vivos capaces de aprender, predecir y decidir. Los algoritmos de recomendación de Netflix, YouTube o TikTok no sólo muestran contenido: moldean gustos, influyen emociones y hasta determinan elecciones políticas. La IA financiera gestiona portafolios multimillonarios en segundos. Los chatbots jurídicos resuelven consultas laborales en tiempo real, democratizando el acceso a la justicia.
La economía del futuro no se basará en producir más bienes, sino en decidir mejor, más rápido y con menor costo. La inteligencia artificial es el nuevo motor de la productividad, mucho más poderoso que cualquier máquina a vapor o línea de montaje. Aquí surge un dilema político de fondo. El Estado clásico se construyó alrededor de fábricas, sindicatos, bancos y producción tangible. Hoy, las plataformas concentran más poder que muchos países. Deciden qué información circula, qué emociones se amplifican y qué comportamientos se incentivan. Son nuevos soberanos digitales que desafían la lógica del poder estatal.
No se trata de demonizarlas, sino de regularlas. La economía digital no puede quedar librada a la selva del mercado, pero tampoco puede ser asfixiada por el control burocrático. Se necesita un nuevo contrato social digital, que permita aprovechar la innovación y, al mismo tiempo, resguardar derechos ciudadanos.
La velocidad lo explica todo
Mientras la economía clásica se movía en décadas, la digital cambia en meses. Un algoritmo reemplaza al anterior en semanas, y una startup puede desplazar a un gigante industrial en cuestión de días.
Los bienes intangibles desplazaron al capital físico: lo que vale hoy no es la fábrica, sino la propiedad intelectual, el software, el know-how. La economía digital no produce cosas, produce experiencias: acceso, suscripciones, personalización. El consumidor ya no paga por un auto, paga por movilidad; no paga por un disco, paga por acceso ilimitado a música.
La economía clásica no puede competir con esta lógica. Quedó atrapada en su propia lentitud. El riesgo para nuestra región es evidente: quedar relegados a ser meros proveedores de materias primas en un mundo donde el valor real se genera en los intangibles. Exportamos soja, litio y petróleo, mientras los datos de millones de usuarios latinoamericanos son procesados en Silicon Valley o Shenzhen para generar riqueza afuera.
El desafío es monumental
Necesitamos crear un ecosistema propio de innovación digital. Invertir en inteligencia artificial aplicada al trabajo, la justicia, la educación y la producción. No podemos seguir discutiendo la macro como si todo dependiera del dólar blue mientras el mundo se reorganiza alrededor de datos y algoritmos.
El gran miedo es siempre el mismo: la IA destruirá empleo. Es una mirada corta y equivocada. La IA no destruye trabajo: destruye empleos obsoletos y crea nuevas oportunidades. Así como la máquina a vapor eliminó artesanos pero dio lugar a fábricas y sindicatos, la inteligencia artificial eliminará tareas rutinarias para abrir espacio a nuevas profesiones: desarrolladores, entrenadores de modelos, especialistas en ética digital, gestores de datos, diseñadores de experiencias digitales.
Además, la IA tiene un potencial enorme en la formalización del empleo. Puede reducir la burocracia, transparentar registros, simplificar trámites y democratizar el acceso a derechos laborales. En la justicia, puede acelerar procesos y acercar respuestas a quienes hoy quedan afuera.
La economía digital es una aliada para el mundo del trabajo
El problema no es la tecnología: es la política que decide cómo aplicarla. El capitalismo clásico está agotado. Su tiempo terminó. La nueva economía digital, con la inteligencia artificial como columna vertebral, ya no es promesa: es presente. Y llegó para quedarse. Argentina tiene que decidir si será usuaria pasiva, mirando cómo otros países se enriquecen con nuestros datos, o creadora activa de un modelo propio, innovador, justo y eficiente. Defender la IA no es futurismo ingenuo: es apostar a un nuevo contrato social donde la innovación sea motor de justicia, eficiencia y empleo.
La inteligencia artificial no viene a quitarnos el futuro
Viene a matarlo tal como lo conocíamos para abrir uno mejor. El viejo capitalismo tocó techo. El nuevo, hecho de datos, algoritmos y plataformas, recién comienza. El dilema es claro: o nos subimos a esta ola, o nos volverán a dejar afuera.
* Juan Pablo Chiesa es Especialista en trabajo y empleo. Magíster en empleo e innovación judicial. Diplomatura en IA aplicada a la gestión en entornos digitales
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