El árbol no es el problema, el problema es cómo lo tratamos
El arbolado es parte del patrimonio ambiental de Mendoza. El autor, ingeniero agrónomo, cuestiona las propuestas simplistas que buscan "eliminar árboles". "No se trata de cortar, se trata de cuidar", asegura.

Una vez más, una columna del abogado Mario Vadillo vuelve a atacar al arbolado público. En esta oportunidad, bajo el disfraz de una “guía práctica” para reclamar por árboles en mal estado frente a casa. Ya lo había hecho anteriormente con otra nota que generó una fuerte polémica: “Cómo sacar legalmente el árbol del vecino si invade tu propiedad”. Esa visión reduccionista conflictiva del árbol urbano —como si fuera un intruso molesto— es profundamente preocupante, más aún viniendo de alguien que se presenta como referente de un partido “verde”.
Lamentablemente, el enfoque vuelve a ser superficial y alejado de toda mirada técnica. En vez de fomentar una cultura de cuidado, lo que se logra es instalar miedo. Y con el miedo, el árbol deja de ser patrimonio y pasa a ser visto como peligro. Pero la verdadera amenaza no es el árbol: es la ignorancia con la que lo tratamos.
Te Podría Interesar
El árbol es, por definición, un ser de la naturaleza. En su entorno natural prospera, se adapta, respira. Pero en la ciudad —y en particular en Mendoza— apenas sobrevive. Apenas lo plantamos empieza a sufrir: podas por cableado, por cámaras, por semáforos, por carteles; podas ilegales de vecinos sin formación ni permiso; cortes sin criterio que lo desbalancean, y la falta crónica de agua, que lo seca desde las raíces. Luego llegan las quejas: que levanta la vereda, que tiene ramas grandes, que “parece” peligroso. Pero cada una de esas respuestas del árbol tiene una causa en cómo lo hemos forzado a adaptarse. No es casualidad: es consecuencia.
Y si empezamos a eliminar árboles por la simple percepción subjetiva de que son peligrosos, nos vamos a quedar sin bosque urbano. Mendoza no puede permitirse ese lujo. Por algo nuestra provincia declaró al arbolado público como Patrimonio Cultural y Natural, en la Ley Provincial 7874, donde en su artículo 1° establece con claridad: “Declárase de interés público y prioritario el arbolado público existente en las zonas urbanas y rurales de la Provincia, por sus funciones paisajísticas, ambientales, sociales y culturales”.
No se trata, entonces, de cortar. Se trata de cuidar. Y si hay algo que escasea —además del agua— es la educación ambiental. Estas notas mal enfocadas generan una reacción inmediata: una avalancha de vecinos pidiendo sacar árboles “por las dudas”. Lo vimos claramente cuando el INTA publicó una excelente explicación sobre la chinche del arce, aclarando que no amerita tratamientos con agroquímicos porque no representa amenaza alguna ni para el arbolado, ni para las personas, ni para la salud humana. ¿La reacción? Decenas de comentarios proponiendo cortar árboles o eliminarlos. Peor aún: MDZ llegó a publicar una nota que vinculaba erróneamente a la chinche del arce con la “enfermedad del sueño”, sin ningún respaldo técnico o científico. Cero rigor. Puro sensacionalismo.
Mendoza fue reconocida internacionalmente como Tree City of the World, una distinción que se otorga a las ciudades que tienen políticas activas de cuidado del arbolado urbano. No es un título decorativo: es un compromiso. Pero ¿de qué sirve este reconocimiento si seguimos promoviendo acciones individuales sin asesoramiento técnico, que terminan debilitando ese mismo sistema verde que tanto esfuerzo cuesta sostener?
Y no, no estamos solos. Existen equipos técnicos que trabajan con profesionalismo y compromiso en el cuidado del arbolado público: los municipios, el Departamento de Forestación, la Dirección de Biodiversidad y Ecoparque, universidades, instituciones académicas-científicas y organizaciones civiles. Se está haciendo mucho, a pesar de las limitaciones presupuestarias, climáticas y culturales. Lo que necesitamos no es destruir, sino fortalecer ese trabajo.
Porque si hay algo que no podemos perder de vista es que los árboles nos dan infinitamente más de lo que nos quitan. Nos regalan sombra en los veranos más calurosos, capturan CO y purifican el aire que respiramos, amortiguan el ruido urbano, conservan humedad en el suelo, generan hábitat para aves y polinizadores, y bajan las temperaturas de nuestras ciudades hasta en 5°C.
En un oasis como Mendoza, cada árbol es un milagro cotidiano: un guardián del equilibrio ambiental, un aliado contra el cambio climático, un refugio vivo entre tanto cemento.
En vez de seguir agitando el conflicto vecinal y promoviendo la tala como solución rápida, sería más útil que canalizáramos esa energía en exigir políticas públicas de riego eficiente, programas de plantación con especies nativas adaptadas al régimen hídrico, mayor presupuesto para mantenimiento técnico, y campañas reales de concientización
Porque lo que necesitamos no son más permisos para cortar. Lo que necesitamos son más árboles bien podados, bien regados y bien elegidos. Y sobre todo, más conciencia ambiental. No más alarmismo jurídico.
*El autor es ingeniero agrónomo