La guerra en primera persona: el relato del argentino que luchó en Gaza contra el terrorismo
El soldado habló de lo que vivió durante semanas en Israel, cómo fue enfrentarse a Hamás, vivir el horror en carne propia y defender a su pueblo hasta que fue gravemente herido.
Las sirenas de los misiles lo despertaron para advertirle que un nuevo conflicto bélico se abría paso en el mundo y, sin pensarlo dos veces, decidió volver al ejército. Ese 7 de octubre, luego de que Hamás atacara a Israel, Ezequiel Trzcina durmió en la base sabiendo que entraría en combate con un grupo de terroristas, le cuidaría la espalda a sus compañeros y viviría en persona la guerra en Gaza.
"Entré al ejército en mayo del 2021 y terminé en mayo del 2023, exactamente 2 años después. Empecé a buscar trabajo de lo mío (es administrador de empresas) y ahí fue cuando comenzó la guerra; el 7 de octubre yo volví como reservista. O sea, frené 4 meses, y ese sábado le mandé un mensaje a mi comandante, que me dio el ok. Estuve un mes y medio allá, hasta que me hirieron", comentó el joven argentino, de 27 años, a MDZ.
Pelear contra el terrorismo de Hamás
Nunca hay silencio. Son bombas, tiros, gritos, alarmas. Los 15 días que Trzcina estuvo allí, se vio frente a frente con el terrorismo de la agrupación palestina y vivió la adrenalina de la incertidumbre. Habían muñecos de bebés con explosivos adentro, camas de niños con armas escondidas, voces falsas pidiendo ayuda. El enemigo no le rinde cuentas a nadie y, por lo tanto, no maneja ninguna clase de códigos.
"Mi comandante y un grupo de compañeros cayeron en una emboscada porque había un altavoz de un chico que gritaba 'papá, salvame' en hebreo desde adentro de un edificio. Obviamente pueden utilizar todo tipo de estrategias, Hamás es simplemente una organización terrorista que no tiene reglas", añadió.
Su familia, desde Argentina, intentaba conservar la calma y apostar a la fe, pero eran momentos de tensión que la mantenía bajo alerta todos los días. Ezequiel, por su parte, le enviaba alivio y le mentía sobre su paradero: nunca le confesó que estaría luchando en Franja de Gaza.
Su propósito era proteger a su pueblo, sus raíces, su historia, pero eso no quita que él también se imaginó lo peor y las horas previas fueron un calvario: "Creo que tuve más miedo antes de entrar que allá adentro. Inclusive, cuando me hirieron en el brazo, que rápidamente me hicieron un torniquete, dije 'bueno a lo sumo perderé el brazo, pero no me voy a morir de esto'".
A pesar del shock del momento, se acuerda perfectamente esa secuencia. Junto a otros dos compañeros, mientras su comandante custodiaba un edificio y ellos estaban de guardia, explotó una bomba a pocos metros de él. "Todo mi cuerpo estaba protegido por una columna, pero mis brazos sobresalían sosteniendo el arma, entonces una esquirla penetró 2 centímetros arriba del codo y a partir de eso ya no pude volver. De hecho, según el ejército no puedo volver a ser combatiente por un año desde la herida", indicó el joven.
Uno de sus compañeros acudió a él casi inmediatamente para hacerle un torniquete; luego lo ayudaron a entrar al edificio y una doctora lo atendió. Le habían dañado la arteria del brazo y el nervio y, tras una larga operación que tuvo ese mismo día cuando lo sacaron de Gaza, le cocieron ambas heridas; recién con los meses fue recuperando sensibilidad y fuerza.
La carta de despedida que jamás se envió
Cuando uno está en combate, según contó, tiene la mente más en frío, pero la ansiedad y conmoción previa lo motivaron a tomar ciertas decisiones, como prever una posible despedida: "Tenía tanto miedo que le escribí una carta de despedida a mi familia, se la mandé a mi mejor amigo, le dije que la tenga y que cualquier cosa, si me pasaba algo, que se la mande a mis papás".
Cuando llevaba unos 10 días luchando, llegó el cumpleaños de su hermana. "Me acuerdo que pensaba 'pobre, no puede disfrutar de su día, deben estar todos pensando en mí'". A eso se le sumó que, desde el Ejército, habían organizado con las familias de los soldados para que les envíen cartas, pero él fue el único en no recibir ninguna debido a que sus parientes no saben hablar hebreo y no pudieron coordinar.
Ezequiel estaba entre los mayores de su equipo. Uno de ellos, de 20 años aproximadamente, solía acudir a él cuando sentía miedo o angustia en busca de consuelo. No obstante, aquel día, mientras su hermana festejaba -o intentaba festejar-, fue el turno del argentino de recibir un abrazo y el soporte de su par, detalle fundamental para poder atravesar esos momentos complicados.
El apoyo de los pares en la guerra
Si bien al terminar su participación en la guerra tuvo bastante asistencia psicológica, en el mientras tanto eran sus colegas quienes recibían su apoyo y le compartían a él. "Tu vida depende de que el de atrás te cubra bien la espalda", así lo describió, y sumó: "Estábamos todo el tiempo juntos; comíamos juntos, hacíamos guardia juntos, caminábamos por lugares peligrosos juntos".
La guerra camina junto a la muerte, es inevitable que este escenario no llegue con tragedia. Dos compañeros cercanos de Trzcina fallecieron mientras luchaban contra Hamás. Al despertar en el hospital, una de las primeras noticias que el argentino tuvo que desayunar fue que uno de ellos había sigo gravemente herido y no pudieron salvarlo; fue un golpe duro que lo conmocionó, el primero de esos dos decesos, sumado a que su salud aún estaba muy delicada.
"Para nosotros, para el judaísmo, la vida es lo más importante. Pero todos los que estábamos ahí era por voluntad propia, queríamos defender Israel. Eran sus convicciones, con lo cual eso hace que quizás duela un poco menos, se recuerdan los lindos momentos, subimos las fotos más graciosas, y no sólo es recordarlos como los héroes que fueron", señaló.
Espalda con espalda, es la hermandad la que acompaña en esos meses difíciles. Falta el descanso y sobra la incertidumbre. Algunos de África, otros de Estados Unidos, la mayoría israelíes, y luego un joven argentino que volvió a ponerse el uniforme ese 7 de octubre. Los une el coraje, la voluntad por defender a su pueblo, el ayudar a que los rehenes vuelvan a sus hogares; y sin darse cuenta, sus nombres quedan guardados en la historia.