Las palabras: un cuento para recordar al 10
Se cumplen 4 años de la partida de Diego Maradona, y la literatura se hace presente.
Impensable, tremendo, shockeante; esos y miles más de adjetivos se apoderaron de los medios de comunicación de la Argentina para la una de la tarde. Parecía que el diccionario se había reducido a palabras de ese estilo únicamente: descriptivas de los momentos que la vida anuncia e igualmente se cree que nunca van a llegar, o que por lo menos falta demasiado tiempo para que nos alcancen. Sino también se recurría a una especie de poesía dolorosa y espontánea, como cachetazo emocional o golpe que retumba.
Sin embargo, cuando los diferentes conductores y periodistas no se encontraban describiendo el momento, lo contemplaban con silencio y los ojos abiertos como cualquier otro espectador frente a la pantalla.
Ese instante, transcurriendo en un día soleado, apenas pocos meses después de que nos sacudiera la noticia de que un virus que venía del otro lado del mundo nos amenazara con matarnos, con la gran parte del país dentro de sus hogares, haciendo el colegio, la facultad o el trabajo a distancia por medio de una computadora y sin la necesidad de vestirse elegantemente de la cintura para abajo; ese mismo instante, alrededor de una hora pasado el mediodía, fue una de las pocas veces que la Argentina se paró frente al televisor, sin pensar ni tildar que tal periodista responde a tal ideología o tal partido político, esperando una frase concreta y simple que informe. Alrededor de cuarenta y cinco millones de personas aguardando una noticia que nos deje tranquilos e intranquilos al mismo tiempo; que queramos dar un suspiro luego de escuchar esa frase concreta y simple, pero que no podamos porque un nudo nos atraviesa sin aviso la garganta, a causa de que la incomprensión se apodera de nuestra mente y terminamos pensando que lo que estamos viendo y sintiendo se trata de una injusticia enorme.

Diría que tengo el día grabado en la memoria, pero hoy prefiero dejar los clichés de lado. No recuerdo lo que comí en el desayuno ni tampoco si se trató de un sábado o un martes; apenas tengo presente que el día era soleado. Sin embargo, algo se quedó en mi mente para siempre, y no se trató del noticiero específico que estaba viendo ni los sentimientos disruptivos apoderándose de mi interior. Lo que tengo grabado con tinta en el cerebro son las palabras —quiero saber quién se atrevió a decir que se las lleva el viento—, y estas no salieron de la boca de ningún periodista. Al menos no de ninguno que estuviera en la televisión.
En el comedor, estaba mi vieja: la computadora en frente, el televisor prendido, y las milanesas haciéndose en el horno. Se había acostumbrado a seguir haciendo su labor de periodista con la pequeña diferencia de hacerlo desde casa, y fueron las palabras que salieron de su boca las que me dieron ese cachetazo emocional o el golpe que retumba. Fue una oración sola, compuesta de tres sencillas palabras. Consistía justamente en esa frase concreta y simple que informa. Pronunciada a la perfección, sin titubear, con firmeza, pero con la voz atravesada por el llanto y el dolor.
Se trató de un grito; un grito rápido que penetró en toda la casa, rebotando en las paredes, casi pareciendo la explosión de una bomba atómica, y se me hace difícil describir estos segundos porque de segundos o menos se trató la frase. Imposible no escucharla como imposible no recordarla. Imposible, también, no darme cuenta de su llanto al pronunciarla. No podía verla a mi vieja, y aun así sentía como se le escapaban las lágrimas sin cesar, destrozada, sin poder comprender. Es una imagen que nunca vi y, no obstante, la recuerdo a la perfección.

Y es para tener bien presente que frases inolvidables desbordaban ese día de todos los canales no solo del país, sino del mundo. De los diarios, de las radios, de las redes sociales también. Había un pesar y una incomprensión colectiva que atravesaba a más de cuarenta y cinco millones de almas. Lo sucedido atravesaba al mundo. Lo que decían periodistas conocidos, familiares o amigos muy cercanos era imposible de olvidar a su vez; ya sea desde “Me dicen que no resistió”, “es un pedazo de vida que se te va” o sino algo tan literal al igual que metafórico como “murió el fútbol, señores”.
Pero como dije, si hay algo de ese día tatuado en mi mente para la eternidad es aquella frase simple y concreta de mi vieja, llena de una tristeza que me transmitió al segundo de pronunciarla: “¡Se murió Diego! ¡Se murió Diego!”.
* Nacho Cangas. Influencer literario.
IG: _nacho_cangas

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