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Escribir para comprender: la importancia de la escritura en la vida cotidiana

La escritura siempre fue un modo gráfico de transmitir información a quienes nosotros queremos que se enteren de una información, una novedad o simplemente escribirle una carta de afecto. En la columna de Entremedios de esta semana, su autor, Damián Fernández Pedemonte, se centra en este tema.

Damián Fernández Pedemonte
Damián Fernández Pedemonte domingo, 2 de julio de 2023 · 09:00 hs
Escribir para comprender: la importancia de la escritura en la vida cotidiana
Siempre escribimos para los demás, en buena manera. Foto: MDZ

Canallas, traidores, imbéciles, violentos, corruptos, son epítetos que leemos aplicados a enteros sectores de la población que se identifican con una identidad social o con un espacio político. Con frecuencia los políticos, los militantes, los periodistas, los intelectuales incluso, escriben textos en los medios y, sobre todo, en las redes sociales, agresivos, descalificadores en bloque de grupos sociales. La publicación de textos propios conlleva una gran responsabilidad. Sobre todo, cuando se escribe sobre los demás.

¿Por qué deberíamos escribir los que escribimos? Según mi opinión, primero que nada, se trata de escribir para escribir. No “por escribir”, como dice la frase hecha y que significa “sin finalidad”. Justo al revés: escribir para escribir quiere decir que la finalidad de la escritura bien puede ser un incremento de escritura. Cosas que nos enseñan las preposiciones. Entonces: escribir para aprender a escribir o escribir la parte para alguna vez escribir el todo. Porque en el dominio de la escritura hay una cierta sabiduría implícita, que nos alienta a buscar la palabra adecuada: un puente con el punto de vista de los otros.

El libro de García Márquez.

Y escribir para escribirse y sobre todo para escribir a aquel que, como el coronel de la novela de García Márquez, no tiene quién le escriba. Acabo de decir varias cosas. Me voy a tratar de explicar mejor: hay contenidos y experiencias que nuestra conciencia guarda borrosamente, que sólo adquieren cierta lucidez cuando pasan por el filtro implacable de la escritura. Así, por ejemplo, ponerle un nombre a una emoción que oscuramente nos posee nos da más claridad y capacidad de gobierno sobre ella. Sobre todo, cuando esa emoción tiene que ver con los demás, como sucede en el noventa por ciento de los casos.

Y ahí es donde nos deslizamos del escribirnos al escribirlos. Siempre escribimos para los demás. Eso implica una gran responsabilidad. La responsabilidad de que nos entiendan, de que no abandonen la lectura de nuestro texto apenas comenzada, de provocar un efecto inspirador tanto con la forma como con el contenido. Mayor aún es la responsabilidad cuando no sólo escribimos para los demás, como siempre, si no que escribimos sobre los demás. Para escribir con responsabilidad sobre los otros es necesaria una condición ética: el respeto. El respeto nos permite escuchar la perspectiva ajena, por muy distante que esté de la nuestra. El respeto nos impulsa a buscar la palabra oportuna a la hora de describir y más aún, de calificar al otro. La comprensión debe seguir al contacto con la identidad del otro.

Esa comprensión del otro nos produce un requiebre, una cierta herida interior. No es necesario que sea una duda sobre nuestro sistema de valores, frontalmente confrontado con el del otro. Al revés, sólo es virtuosa la comprensión de la pauta de conducta extraña cuando es sólida la convicción sobre las bondades de la propia. La herida procede más bien de la apertura, de la compasión, del esfuerzo de comprensión. De la comunicación, en definitiva.

El respeto nos impulsa a buscar la palabra oportuna a la hora de describir y más aún, de calificar al otro.

Una inmersión en un grupo social muy diverso del nuestro es tanto como exponerse a una sutil conmoción interior. La escritura es la encargada de dar cuenta de este encuentro. Encuentro entre un nuevo pliegue de la propia identidad y las identidades sociales ajenas. En la medida en que da cuenta de una tribu extraña, la escritura sana la herida propia. Es escribirnos para escribirlos, o al revés. Es una actitud que atraviesa todas las capas del trabajo de escritura: desde los apuntes tomados en una libreta hasta la revisión final. Esa actitud es el respeto que debería gobernar toda escritura y en especial cualquier escritura sobre los otros.

* Damián Fernández Pedemonte (Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la
Universidad Austral)

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