Psicologia y cine

Salvarnos de nuestra propia historia

Dos películas actualmente en cartel y antagónicas en cuanto a su género motivan la columna de esta semana. Nuestro columnista Carlos Gustavo Motta, cineasta, nos deja unas líneas muy interesantes.

Carlos Gustavo Motta
Carlos Gustavo Motta sábado, 25 de marzo de 2023 · 07:05 hs
Salvarnos de nuestra propia historia
Shazam!: la furia de los dioses trata de un huérfano. Foto: Gentileza: The Lantem

La premiada The Whale con Brendan Frasen y Shazam!: la furia de los dioses. La frase que titula la nota es del film dirigido por Darren Aronosfsky pronunciada por un solitario profesor de inglés que habita en Filadelfia aquejado por una obesidad mórbida quien intenta reconectarse con su hija adolescente para tener una oportunidad de redención por parte de ella. Familia que abandonó por haber encontrado el amor con un alumno quien posteriormente muere por inanición motivado por la culpa de ser homosexual en una sociedad heteropatriarcal sin que ambos puedan superar esta elección que los conduce a un destino malogrado. La ballena a la que se hacer referencia, no es otra que la novela de Melville, Moby Dick, que opera como metáfora con múltiples niveles de lectura posibles para el espectador.

Shazam!: la furia de los dioses trata de un huérfano, el joven Billy Batson, elegido por un mago agonizante para canalizar los atributos de seis benefactores divinos, como superhéroe terrenal y como campeón de la magia. Dotado de la sabiduría de Salomón, la fuerza de Hércules, la resistencia de Atlas, el poder de Zeus, el valor de Aquiles y la velocidad de Mercurio. Estos inmensos poderes se activan cuando el desamparado Billy pronuncia el acrónimo “Shazam” al tiempo que alcanza el estado mental adecuado.

Esto transforma al confundido adolescente en un prodigioso émulo de Superman, dotado del poder del rayo y con un arsenal de hechizos bajo el brazo. El atribulado huérfano es la última incorporación al amoroso hogar de acogida de Víctor y Rosa Vásquez quienes viven en Filadelfia. Filadelfia es entonces la ciudad que conviven los protagonistas de ambas películas: un mortal y un superhéroe bajo la misma opresión de ser alguien para el otro, de cumplimentar ideales que se alejan de las apariencias y lo que los demás esperan de ellos.

El monólogo final de The Whale, basada en la pieza teatral de Samuel Hunter, resulta el hilo conductor de ambas películas puesto que el interrogante se encuentra formulado en cómo salvarse de su propia historia. No es por la vía evangélica como se pretende en The Whale ni tampoco en la destreza que pueden obtenerse por poderes extraordinarios, imaginarios, fantasiosos. Nadie se “salva” sino que todos podemos conducir los hilos de nuestro destino. Grant Morrison comenta que Shazam era una palabra de iluminación y transformación personal que lograba en un intenso instante algo a lo que solo se podía aspirar tras décadas de meditación budista.

Sus poderes eran los siddhis recitados por los yoguis supremos. En el lenguaje de la magia ceremonial, shazam invocaba al ángel de la guarda (que todos llevamos en nuestro interior) para que acudiera a nuestra ayuda. Por otro lado Shazam no es Shazam sino el Capitán Marvel que por problemas de derecho de autor así como lo que Marvel significa en relación a los héroes de DC, no sólo se presenta abandonando el estereotipo del lobo solitario como Batman sino que es acompañado por toda la familia destacando que juntos se encontrarán más fortalecidos. También es la búsqueda de un Nombre Propio tan difícil para el adolescente como para el adulto.

“Todo poder tiene una responsabilidad” le dice el Tío Ben a Spider-Man. Aquí en The Whale todo acto tiene una consecuencia pero no puede ser la que arroja a la persona a una mortificación constante escondido en un sobrepeso de 300 kilos o detrás de un Zoom que dice no funcionar porque no quiere mostrarse por temor a la humillación que otros pueden ejercer sobre él. Es cierto que ambos films pertenecen a géneros antagónicos pero ambos nos muestran que el esfuerzo que cada uno puede hacer es a través de la responsabilidad de llevar adelante nuestro deseo alejado de la crítica de los padres, primero y después de la crítica de la sociedad.

Proceso que Freud nos revela como repetición nacida de prohibiciones o de impedimentos externos. Cada uno de nosotros debe encontrar su propio Shazam!. A fin de cuentas, todos queremos tener nuestra propia palabra mágica. Aquella que está en relación a las dietas, a los vínculos, a la sabiduría que nos libera de las normas impuestas y que nos llevan a encontrarnos con nuestros modos personales de ser extraordinarios. Asimismo, es la esperanza que ambas películas transmiten. Un modo de trascendencia que va más allá de la muerte y que los comics en general tienen combustible para largo rato, su abracadabra o el ábrete sésamo individual que vamos construyendo cada uno en las distintas etapas de la vida.

* Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.

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