"Agradezco infinitamente no haber quedado embarazada"
En el marco de las celebraciones por el Día de la Madre, Andrea Pietra comparte su historia de adopción y asegura: "Me di cuenta de que una panza dura solo 9 meses y un hijo dura una vida entera".
Durante poco más de una década, intentamos por medio de tratamientos muy espaciados tener un hijo. En el último intento fallido (el tercero), mi Doctora, Ester Feldman, a quien admiro y quiero, me dijo que no había muchas más posibilidades de esta forma. Que sería ovodonación o adopción. Y me habló de una manera tan empática y honesta del momento en el que ella se sintió madre, la madre de sus tres hijos biológicos, que me mostró que madre es la que ejerce esa gran tarea que, por lo general, empieza con un bebé que te va a invadir tu vida y tus pensamientos, hasta el resto de tus días.
Nos fuimos de ahí con Dany pensando y empezó en mi cabeza un proceso en el que claramente supe que lo que quería era ser la madre de alguien, más allá de estar embarazada. Cuando nos volvimos a ver con la doctora, le conté que iba a adoptar, que en mi sistema emocional y cerebral era bueno saber de dónde venía ese hijo que iba a recibir mi vida, para poder contárselo también,
que me parecía espectacular la posibilidad de la ovodonación, pero que me había caído esta ficha y nos íbamos a poner en marcha con Dany.
A partir de allí, la opción fue Haití. Ya éramos grandes, no estábamos para maltratos ni desidias, ya habíamos transitado mucho el dolor y la frustración, no queríamos más. Haití llegó a mis oídos por un compañero del teatro, Gabo tenía una amiga que había adoptado en Haití y su hermana también. En enero del 2010, un terremoto arrasó la ciudad y la dejó en ruinas con muchísimos
muertos, se triplicaron los orfanatos y el país, que ya venía olvidado por el mundo, quedó sumido en el desastre.
Así fue como averiguamos e hicimos los trámites que se hacen, al igual que la carpeta para la adopción argentina del Ruaga (con las mismas revisiones e informes) traducida al francés y sellada por la cancillería argentina para ser enviada a Haití. Cuando la terminé, luego de tres meses largos, y la estaba por mandar, llegó la representante del orfanato al que iba dirigida. Mi carpeta no especificaba más que la preferencia de un niño o niña pequeño. El día que me dijeron que iba a ser su mamá, yo estaba en Argentina y ella en Haití, tuvimos que esperar un tiempo para encontrarnos.
Fue un día inolvidable, me encontraba en casa de una desconocida, hoy, mi amiga entrañable Mariana, mamá de otra haitiana increíble, en donde estaba parando la representante del orfanato y, cuando me dijeron que era una nena y que había nacido el 22 de marzo (yo, el 26/3), me largué a llorar y Mariana me abrazó y lloró conmigo, como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre soñé con tener una nena, siempre deseé que sea ariana como yo y el destino empezaba a coincidir con mi deseo más profundo ser mamá. Ese día solo me mostró una foto carnet, era una gorda muy gorda, me guardé esa foto conmigo y la fotocopié para tenerla por todos lados y conmigo a donde fuera.
Yo estaba trabajando en Agosto, una obra de teatro con funciones diarias, y el proceso de que Ani venga a casa tenía sus tiempos en Haití, así que Daniel viajó a conocerla a los diez días que nos fue asignada. Fue un parto compartido por Skype, esa primera noche de él con ella (en Haití) y yo en nuestra casa. Su vocecita, su alegría por estar con él, que le hablaba, la besaba, le cantaba y ya la amaba. Era enorme, era una beba de tres meses, la más hermosa del mundo, muy conectada y risueña.
El entrenamiento, de tanto sufrimiento, me había hecho más paciente en la espera, pero, a partir de la asignación, empecé a recibir videos y fotos cotidianamente y mi cuerpo quería estar con ella... Después de tres meses más y varios viajes de Dany para visitarla y un pasaje en mano para mí, para ir a buscarla, llegaron ellos dos a Buenos Aires y yo pude hacerle upa a mi beba. Eran las 4:30 de la mañana en Ezeiza, llegó dormida, con la ropita que yo misma le había comprado. Me la puso Dany en mis brazos y, de repente, ella abrió los ojos, me miró y sonrió... Después, se volvió a dormir.
A partir de ahí, mi vida cambió para siempre. Yo era una persona feliz, que tenía un trabajo y una profesión que había elegido y una familia hermosa, una madre que ya no estaba, pero que me dejó toda su fortaleza y su positividad, sobrinos y sobrinas con los que aprendí que amar no es una cuestión de panzas, ni de sangre. Ellos fueron mis grandes maestros para la mejor elección de mi vida. Me di cuenta de que una panza dura solo 9 meses y un hijo dura una vida entera. Me hizo no perderme el amor más fuerte, desinteresado, hermoso, laborioso e inimaginable y también se lo debo a Matías, Mariano, Sofía, Lola y Simona, mis sobrinos-hijos, con los que compartí y comparto la vida y, a mi gran compañero, que le puso el cuerpo y el corazón de una forma que me enamoró más de lo que estaba, Daniel.
Ani es el nombre que ella se puso. Ella se llama Stephanie (ese es su nombre biológico que, por supuesto, nunca cambiaríamos, y su apellido también figura con los nuestros), yo la llamaba Stephi. Todos la llamábamos así desde sus 6 meses, pero un día empezó a decir “Stephino, Ani” y tanto insistió que le quedó Ani. En el barrio piensan que se llama Ana, le dicen Anita y ella no se ocupó de llevarles la contra. En mis sueños de posibles embarazos, luego de la partida de mi madre, Ana María, yo soñaba con una nena, Ariana, que se iba a llamar Ana. Creo profundamente en que las cosas no suceden porque sí. Lo siento como un círculo de amor que se completa entre las tres. Mi madre, ella y yo.
Agradezco infinitamente a quien sea no haber quedado embarazada. Ani es mi vida, superó y supera cualquier fantasía o sueño que hayamos podido tener. Es mágica, es hermosa, es solidaria, es buena, es fácil... Todo con ella es un plan, todo lo que sucedió a partir de su llegada a mi vida fue más y más hermoso. Me llené de más ganas de todo: hacer planes juntas, viajes, cocinar, pintar, bailar, compartirla en mi trabajo, a donde viene desde que tiene dos, porque le encanta. Ani es el gran amor que me tenía guardado el destino y yo me desperté para recibirlo.
Con ella, al infinito y más allá.
* Andrea Pietra, actriz.