Festejar, de eso se trata, lo merecemos
Llega fin de año: ¡fiestas! Hay quienes tienen la dicha de pasarlas en familia. Otros quizás, la pasarán con amigos o pensando a otros integrantes que uno no sabe por qué han quedado en el camino.
Hay quienes están enamorados y se aíslan por amor; otros malogrados por el odio. Hay temas pendientes que no han podido resolverse a lo largo del tiempo. Podemos ser numerosos, pocos, en soledad. Cada uno festejará a su modo y otros quienes, alejados de sus vínculos, intentan respetar sus puntos de vista sin saber muy bien cuáles son. Fiestas…en esta oportunidad la mayoría en presencia, alejados los fantasmas de una pandemia que tuvo y tiene secuelas anímicas.
¿Saben qué demostró este Mundial? Que podemos festejar. Que se pueden borrar las diferencias al menos por un rato. Fue maravilloso que hayamos sido testigo de calles inundadas por los colores celeste y blanco (y verde manzana por el psicoanalizado Dibu Martinez). Observemos cómo se puede bailar, reír, zambullirse de lleno en la alegría popular. Ese pueblo, nuestro pueblo,
que sufre cada día por las injusticias sociales (¿y cómo no íbamos a sufrir también en el juego?).
Hemos observado los excesos de unos pocos frente a millones de personas (¡sí, millones!) que por la fuerza impulsora de una confusión que habitan, entienden el festejo bajo la circunstancia única de transgredir y llegar así hasta lo más alto de todo: a 74 metros en la punta del Obelisco, por ejemplo. Hablamos del sufrimiento cuando todo el mundo desea ser feliz: nadie quiere
ser desgraciado. Parece absurdo, cuánto más se desea ser feliz, más desdichado serás. Razones hay muchas y entre ellas Freud encuentra uno de los conceptos que funda el psicoanálisis: la pulsión. Ese que en distintas épocas dividió entre Eros y Tánatos. Vida y Muerte y que luego afirmó que la vida es un tender hacia la muerte.
No es la muerte como la que pensamos, sino el fracaso, la desilusión, lo que causa malestar, los impedimentos, los sentimientos de derrumbe, lo que fracasa al triunfar. Lo siniestro y lo espantoso. Festejar entonces sin eso que muestra el exceso o el desborde, parece encontrarse en la naturaleza del hombre. En otro ensayo freudiano “Psicología de las masas y análisis del Yo”. Freud
menciona en apartado las fiestas populares que no son otra cosa que excesos permitidos por la ley y muestran en su liberación un carácter placentero. Lo ejemplifica con los festejos del Carnaval donde hace coincidir la fiesta de los primitivos que suele terminar en desenfrenos de toda clase, transgrediendo cualquier mandato.
Festejar en Navidad. El espíritu para perdonar y amar a los que se equivocan. El renacimiento de algo que puede fundarse como lo nuevo. De acuerdo con el estoico Marco Aurelio, amar incluso a los que tropiezan. Él recuerda cuatro cuestiones: 1) Los que tropiezan pueden ser nuestros parientes 2) Que hacen mal de modo involuntario 3) Que a todos nos puede pasar 4) Que sólo
pueden herirnos si así lo decidimos. Por eso en estas fiestas (y en todas) está en nuestras manos (y en nuestro deber) amar incluso a los que tropiezan. Nada se considera mejor que otorgar beneficios y no esperar recibirlos de nadie. Ser indulgente, aunque los demás no lo sean es predicar con el ejemplo sabiendo que aquellos que se perdieron en el camino no ven lo que tú ves. La ceguera no es por maldad sino por inmadurez.
A todos, a todas les deseo felices fiestas y agradezco a cada uno los comentarios que me hacen llegar. Ser agradecido consiste en apreciar los aspectos de la vida y la voluntad de reconocer que los demás desempeñan un papel en nuestro bienestar emocional.
* Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.