Historias

El Puente de Inca, el dios Huarpe y la bronca de la Pachamama: tres leyendas de pueblos originarios mendocinos

El 12 de octubre es una fecha para recordar, también, la diversidad cultural que tiene América. Acá, tres historias; tres leyendas de pueblos originarios mendocinos.

Gustavo Capone
Gustavo Capone domingo, 9 de octubre de 2022 · 09:10 hs
El Puente de Inca, el dios Huarpe y la bronca de la Pachamama: tres leyendas de pueblos originarios mendocinos
Foto: Ulises Naranjo.
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Tras aquel 12 de octubre la futura América se manifestó ante los ojos del mundo como un amplio espacio geográfico cuyo denominador común fue la enorme diversidad cultural que emanará desde sus distintas raíces regionales. Esa convergente, talentosa y yuxtapuesta diversidad creativa se convertirá en el mayor presupuesto ostentado. Se abrirá también desde ahí un debate apasionante que renacerá constantemente desde hace 530 años y que se extenderá a todos los pueblos americanos. Pero todo lo insinuado será otra nota puntual.

Hoy abordaremos tres leyendas indias que el imaginario popular indiscutidamente consagró como anteriores a la llegada española a Huantata, “el valle de los guanacos”, tierra de huarpes sobre cuya base crecerá Mendoza.

Puente del Inca

El niño heredero al trono inca estaba postrado. Sus fuerzas se agotaban. No había yuyo, hechizo o sacrificio que pudiera curarlo. El Inka emperador se encontraba destrozado. ¿quién llevaría adelante la continuidad del imperio si la criatura fallecía? Los brujos desconcertados no acertaban con el ungüento sobre el supuesto mal que determinaba el oráculo. Los chamanes alucinaban envueltos en humo de cenizas de hojas de coca embriagados en las mieles de la chicha. Hasta el “villaq umu” como sacerdote principal se encontraba sin respuestas. Es ahí cuando un centenario “amauta” de Ttoccocachi (“la cueva de la sal”) le acercó al emperador una esperanza. Un quipus escrito por el mismo Viracocha donde se dejaba constancia que entre las cuatro regiones imperiales del muy extenso Tahuantisuyu existía un manantial milagroso que curaba todos los padecimientos, alejando con solo sumergirse hasta la enfermedad más cruenta. Lo que no especificaba el escrito era dónde se encontraba el lugar sagrado. Buscarlo entre 2.500.000 de kilómetros cuadrados de la extensión imperial y a través de la red vial del “qhapaq ñan” (los caminos del inca) de más de 30.000 kilómetros de sendas era el sacrificado precio que había que pagar.

Así si fue como sin pausa y con prisa el Inka organizó las cuatro expediciones exploradoras que recorrerían el imperio en búsqueda del lugar que describía la histórica escritura hecha de sogas y de nudos. Desde Cuzco partieron los expedicionarios hacia el oeste buscando Antisuyu, al norte en pos de Chinchaysuyu, al este para llegar a Contisuyu y por el camino del sur al alejadísimo Collasuyu. Todos desde “el ombligo del mundo” sobre el mítico valle del rio Huatanay. La misión: encontrar el manantial sagrado.

La expedición que volvió con la respuesta esperada fue la del sur. Ese grupo que recorrió todo el Collasuyu, (“la región de los sabios” - colla: sabio – suyu: región) hasta la zona de los recientemente conquistados pueblos Huarpes del “cuyun” (arenales). Ahí estaba el manantial con las aguas termales que eran calentadas por acción del dios del sol: Inti.

Una celebración en noche de cuarto creciente despidió la comitiva que llevaría sobre sus hombros al descendiente heredero con el Emperador abriendo el camino. Los mejores guerreros y los indios más fuertes serían la custodia; “ichuris” y “comascas” (adivinos y curanderos) completaban la delegación, mientras el “chakama”, la cruz del sur, haría de brújula guiando la ruta.  

Tras meses de viaje al fin llegaron a la zona de Los Tambillos. Ahí estaba el sagrado manantial tras una gigante quebrada que parecía imposible de sortear. Atónitos quedaron todos. La desazón los cubrió por un instante pues el viaje parecía haber sido en vano. ¿Cómo pasar?; ¿cómo atravesar el bravo río? ¿cómo saltar ese abismo?

Fue ahí cuando apareció la inspiración de Inti y Killa (sol y luna). Los guerreros incas se abrazaron y armando, entrelazados, un puente humano unieron un extremo de la quebrada con el otro. El emperador tomó a su hijo entre los brazos y atravesó el puente constituido por los soldados caminando por sus espaldas hasta las aguas que vertían del sanador manantial. Pudo sumergir al niño mientras el lugar se pintaba con los dorados rayos del Sol. Al girar su cabeza hacia sus valientes soldados en son de agradecimiento observó como un puente de roca se había constituido naturalmente sobre los cuerpos petrificados de sus fieles expedicionarios.

Había nacido Puente del Inca. Había nacido una leyenda, alegórica historia que explicará en fábula esa única maravilla mundial formada por la “arquitectura” de la espontánea y sabia naturaleza en forma de arco y concebida por la erosión del agua, viento y nieve que durante millones de años crearon un puente natural de rocas sobre el río Cuevas, Patrimonio de la Humanidad por UNESCO entre los cerros Banderita Norte y Banderita Sur. 

El valor geológico, paisajístico e histórico lo han convertido al puente en un insoslayable rasgo de la identidad patrimonial y cultural mendocina.

La leyenda del Hunuc Huar, el dios huarpe  

Hunuc era un hombre solo. Dueño del paisaje, joven indio sagrado de quien dependía toda la naturaleza de Cuyo, pero estaba solo. Era hijo de la montaña y del sol. Todo el paraíso terrenal era de él. Pero vivía solo.

Un cierto día un guanaco le dijo que la única forma de superar esa triste depresión que generaba la soledad era conseguir una mujer, lo que ellos los animales llamaban una hembra. Eso serviría para tener crías y ya no estar tan solo en su inmenso dominio terrenal. 

¿Pero cómo hacerlo? Decidido a emprender ese desafío se dispuso hablar con sus padres. Subió hasta el cerro Mercedario donde el viento zonda le sopló al oído que sí quería conversar con su madre, “la montaña”, debía escalar hasta la punta del Aconcagua, “el más alto vigía”. Un cóndor milenario, el que tenía las alas más grandes, le serviría de guía desde el cielo mientras que la “mulánima” (“el alma mula”) iría abriendo el sendero por la tierra.

Después de días de viaje llegó hasta su madre. Con entusiasmo le contó sus ganas de encontrar una compañía. “La montaña”, su madre, entonces aseveró que para dar luz a la primera “axe” (mujer), tanto “Xumuc” y “Chuna” (sol y luna) debían fundirse en un eclipse. Esa fusión de sol y luna haría nacer una mujer. Pero había un precio que pagar: no podrían procrearse. Hunuc tendría una esposa, pero no podrían tener hijos. Obviamente, Hunuc aceptó las condiciones y al próximo eclipse nació Huar, la primera “axe” del mundo.

Hunuc y Huar se amaban perdidamente. Y la pasión pudo más; por un instante olvidaron aquella promesa hecha al sol y a la luna. Al tiempo lo que podría considerarse un milagro terminó siendo una tragedia: Huar estaba embarazada. Toda la naturaleza se alteró. Terremotos, granizo, zonda, sequias, pestes, mangas de asesinas langostas, males que asechaban en las siestas fueron enviados por “Xumuc” (el sol) que lleno de furia aseguraba que esos padecimientos durarían para siempre en estas tierras cuyanas.

Pero no toda la penitencia concluiría ahí. Ante el embarazo de Huar fueron obligados a optar por la vida de ellos o la interrupción del embarazo. La decisión no se hizo esperar: ese niñito, ese indiecito, debía nacer. Así fue. Nació el indio y fue bautizado Huarpe (“hijo de la divinidad”), otro icono fundante de la futura mendocinidad.  

Junto a la primera leche materna sus padres le transmitieron la importancia de amar la montaña, cuidar el poco de agua que tenía el desierto y jamás ser agresivo con la naturaleza del lugar, por más que esta tuviera espinas como el piquillín o fuera voraz como el “yalguaraz” (puma). Tras eso partieron desolados pues la muerte los esperaba en el oscuro pozo de las penas.

Los dioses fueron más generosos con Huarpe que con sus padres permitiéndole conocer una mujer y desde ahí multiplicarse dando origen a la etnia huarpe. Mientras tanto, Hunuc y Huar no pudiendo estar ni un instante separados y se unieron en un solo ser, constituyéndose metamorfosis mediante en Hunuc Huar.

Hunuc Huar nunca dejó de bregar desde el más allá por su hijo, sus descendientes y la naturaleza de Cuyo. El ejemplo de esos buenos padres caló tan profundo en “Xumuc” que arrepentido consagró a Hunuc Huar como dios de todos los huarpes cediéndole como trono los cerros. Las lágrimas de dolor arrepentido de “Xumuc” fueron tantas que terminaron creando una laguna: Guanacache.

El enojo de la Pachamama y la leyenda del Zonda

Dicen que la soberbia es mala consejera. Es lo que le pasó a Huampi, ese apuesto indio que poseía tantas virtudes lanzando boleadoras en la caza del ñandú como puntería tirando con sus arco y flecha.

Pero Huampi abusaba de su bien ganada fama y de sus destrezas ya que para vanagloriarse de sus habilidades cazaba solo para mostrarse como infalible, pero sin ningún tipo de necesidad para hacerlo.

La madre de la tierra “Pachamama” (pacha: universo – lugar) le había advertido a Huampi que si no era necesario no debía usar la caza o la pesca como un entrenamiento o diversión pues comprometía seriamente todo el ecosistema. Ella como protectora de las cosechas, el buen tiempo, la abundancia del suelo y sobre todo como cuidadora de la fauna no podía permitirlo.  Por supuesto que Huampi (en algunos relatos también conocido por “Chalu”: la flecha) como un adolescente rebelde subestimó el pedido prefiriendo las alabanzas coyunturales de sus pares ante el mandato de la madre naturaleza. Esto terminó por irritar a “Pachamama”.

En una oportunidad cuando Huampi apuntaba su flecha contra una cría de guanaco con la segura convicción de aumentar sus hazañas, repentinamente una ola de grises nubarrones cubrió el cielo atrayendo fuertes vientos calientes de polvo y arena que bajaban enardecidos de los cerros generando un gran remolino que envolvió a Huampi y sus armas.

Ni más ni menos, Pachamama había ordenado el nacimiento de un viento caliente como lección ante todos los que desoyeran el mandato divino de la naturaleza.

Así pues, un puente en la montaña, una tribu de huarpes y un viento que creo la misma Pachamama esperarán como un 12 de octubre arribe una nueva leyenda.   

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